Parapetado en el útimo asiento de la última fila del autobús, en un paupérrimo intento de separarme del resto del mundo en aquél incómodo viaje, sufrí el guadañazo directamente en mi inspiración de la primavera, que me atacaba sin previo aviso; y para los ingenuos que piensen que la primavera no va pegando guadañazos ni hace daño a la gente que sepa que es casi tan temible como su famosa hermana la muerte, y a veces puede incluso llegar a ser peor, por la difícil cicatrización de las heridas del amor.
Una mujer de cuarenta y muchos o cincuenta y justo se sentó a dos filas de donde estaba, quedando los dos de cara por aquellos azares, y desde aquél mismo instante el embrujador encantamiento de su mirada me hizo su presa durante todo el resto de trayecto, que es el tiempo justo que dura un amorío.
Atrevida cabellera, aunque no fueron sus cabellos del color de la hoguera que ya se apaga los que me llamaron la atención, fue su divina mirada, sus ojos mágicos fueron.
Obviando cualquier convención social sobre la mala educación de mirar fijamente a alguien, me abstraje en aquella mirada sin quererlo, y sin quererlo remediar, porque yo no estaba para convenciones sociales, pues una fuerza superior, llamada naturaleza o, diré más! amor, amor fugaz, me empujaba a no apartar la vista de aquella fuente de vitalidad, imagen que se me ha de quedar grabada a fuego en la memoria, y juro que eran los ojos más juveniles que he visto en la vida.
De una sinceridad cristalina, frescos, jóvenes, curiosos y con chispa, de una expresión absolutamente nueva para mí, y de un color que no habría acertado a imaginar jamás, digno de ser descrito por el mismísimo Homero, y como es digno de ser descrito por él, yo no lo haré para no hacer el ridículo. Daba la sensación de mirarse y reflejarse en una fuente infinita de juventud, acrecentada además por una medio sonrisa indescifrable que le confería aspecto de mujer divina regalando sus dones en un autobús urbano, y me sentí viejo, viejo al mirarla porque aún al tener la mitad de su edad y estar en la flor de la vida y atesorar la más preciada de las gracias que es la juventud, supe que nunca iba a conseguir ni una centésima parte de la vitalidad y alegría por existir que desprendían aquellas luces del alba.
Y la miraba y la miraba y pensaba ojalá no te bajes nunca, ojalá no se acabe el camino, y ojalá me acuerde de tus ojos, mi inspiración, en esos domingos grises que no tengo para compartir y me des un rayo de tu luz, pero no, no hará falta porque esos ojos no me han entrado por la vista, que lo han hecho por el alma, poderoso hechizo de radiante calma, y de repente me miró y aparté la vista azorado, como infante sorprendido en falta, poquísimas veces que me ha sucedido tal cosa.
Y si fuera un hombre, un amante, un poeta, le abriría mi alma y dejaría salir todo, fusilar la cobardía y bailar sobre su cuerpo, y acercarme a aquella fuente de juventud hermosa y divina y decirle si tú quisieras, si tú quisieras contigo me iría y lo dejaría todo y donde fueras te acompañaría, si tú quisieras, porque aunque en el exterior creas que parezco joven, mi espíritu muere, y aún no sé si tengo espíritu, pero hagamos una locura y deja que la dama de la noche abrazados nos descubra, tus soles de alegría contra su plateada, melancólica luz mortecina, si tú quisieras, déjame beber de tu fuente inagotable y sentir la joya de estar vivos, porque tus ojos no son huecos, ni tristes, ni grises, ni apagados, ni están cansados de lo que ven, ni puede verse uno reflejado pues son puros y profundos, si tú quisieras, tu mirada secuestra la nostalgia y desarma la tristeza y de repente todo se llena de colores, todo es nuevo y está por descubrir, sacude el mundo su capa agonizante, y quizás creas que soy un ingenuo y un loco y un enamorado de primavera, y puede que tengas razón! pero esos son los mejores amores, así que mi joven señora, no lo dejes pasar, no lo desaproveches, que no sé si estoy loco, enamorado o en tu trampa celestial caí simplemente, pero sí sé que alguien debió capturar el dulce aroma de un amanecer primaveral y encarcelarlo para siempre en tu mirada, si tú quisieras, si tú quisieras a tus pies yacería y en las sombras de la noche te diría te entrego mi juventud, que no la quiero, para que la guardes en tu mirada, si tú quisieras.
Y no sé si eran los ojos más bonitos que he visto en mi vida, porque yo no sé de clasificaciones ni de listas, ni sé si serán más bonitos que los de mi pasión turca, mi añorada desconocida de Sofía, cuyo recurrente recuerdo vuelve esas tardes de verano en las que el mar y yo hablamos de promesas incumplidas y sueños pasados, no sé si serán más bonitos, pero sé que la magia que sentí al verlos fue una sensación tan nueva y revitalizadora que ha convencido a la asustadiza inspiración para acompañarme unos pasos más en mi viaje al fondo de la nada. Y no sé si fue obra de la providencia, el destino, la madre fortuna o la ciencia, pero doy gracias a todas a ellas y a la suerte por cruzarse en mi camino, aunque sea en forma de inesperada musa de primavera, y cuando ya estoy borracho de esa emoción, he gastado mi mirada en su mirada y el embrujo de tus ojos, que eres una bruja embaucadora, encantadora de enamoradizos y raptora de corazones, y consigo apartar la vista porque creo estar saciado, cada segundo que paso sin ella es segundo perdido, así que vuelvo a mirarla y, ai las! entonces eran sus ojos los que se posaban en los míos, y telegrama urgente del cerebro a su vecino el corazón preguntando que si ya está muerto, que si apagamos las luces y podemos dejarlo en paz.
Pero es una conexión que dura un segundo, aunque todo el mundo sabe que hay segundos que duran mucho más que otros, y éste duró una pequeña eternidad, eternidad que gasté principiteando y echando árboles enteros a una llama condenada a morir un segundo después pero, que si tenía que vivir, al menos que ése segundo de vida fuera una explosión de fuerza, rabia y energía nunca vista e iluminara por un momento la oscuridad de todos los mortales, el tiempo justo para que se pregunten qué fue ese fogonazo, pero la llama ya estaría feliz y se podría apagar con sentido, habiendo vivido por algo que ya es mucho más de lo que la mayoría pueden decir, llama que sí, mucho más corta que el resto de falsarias pasiones veladas que he tenido en mi peregrina vida, pero puedo prometer que infinitamente más intensa, por mi honor de caballero, o de hombre honrado o si lo prefieren de estúpido enamorado.
Pero como todo se acaba en esta vida y lo bueno antes, mi desconocida dama de tantos futuros desvelos se bajó, apenas un par de paradas antes de la mía, y se llevó sus maravillosas luces inéditas con las que iluminar los corazones de los hombres tristes para siempre, porque soy ingenuo y estúpido y enamoradizo pero me queda el suficiente entendimiento como para saber que nunca la volveré a ver, y creo que será mejor así o le acabaría diciendo todo lo que he escrito que por supuesto no es verdad, o fue verdad en su momento, y yo alegaría demencia primaveral transitoria y lo negaría todo y a todo el que me llamara loco se lo repetiría, pero debo confesar que en esas noches en que viene la soledad a hacerme compañía, yo charlaría con ella y le contaría esta historia, la historia de un amor de autobús, que no existió o existió y murió, y le enseñaría a la soledad el guadañazo de la primavera, y ella aunque se mostrase entusiasmada estaría verde de envidia y roja de ira y negra de corazón, porque firmó un contrato según el cual la primavera nunca se me acercaría y mucho menos para darme un guadañazo, pero yo estaría orgulloso de mi herida de corazón y cuando la soledad se pusiera pesada miraría a escondidas este modesto escrito, arrugado papel en el dobladillo del pantalón, y sonreiría por dentro y maldeciría mi memoria porque dice que ya no guarda el recuerdo de aquella diva primaveral, pero yo lo leería y, parapetado en el último asiento del autobús, me escurriría suavemente de la compañía de la soledad porque un rayo de juventud iluminaría mi inspiración, y eso es algo que ella ya nunca me podrá robar.
Escrito el 19 de mayo del 2010.
El Rapsoda de la ignorancia