La amistad es nuestra religión; Nadie, nuestro Dios; y la ignorancia, nuestro templo. Bienvenidos.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Sabe más el diablo por viejo que por diablo


Cedido por mi blog, piltrafas! Feliz 2010!

Pare ya!

Sobre los monstruos

Monstruo (según la RAE):

1. m. Producción contra el orden regular de la naturaleza.

2. m. Ser fantástico que causa espanto.

3. m. Cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea.

4. m. Persona o cosa muy fea.

5. m. Persona muy cruel y perversa.

6. m. coloq. Persona de extraordinarias cualidades para desempeñar una actividad determinada.

Pongo de relieve estos significados para que se vea el contraste entre unos y otros y nos demos cuenta de lo que tienen en común.

Yo pondría especial atención en la noción de extraordinario o fuera de lo común que tiene el monstruo, pues es un concepto que aunque positivo carece de dimensión moral por si solo. Los adjetivos son feo, cruel, perverso y extraordinario. ¿Sabíais que perverso además de sumamente malo significa también "que altera las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas"? Bien, ahora unámoslo todo y pensemos. El mal se asocia con la violencia pero también con la subversión, revelación y destrucción, ambos son también significados del apocalipsis. Dolor, daño, cambio, novedad... un monstruo también puede ser un profeta o un mártir.

La violencia y la agresividad no se pueden ni se deben eliminar del ser humano, pues tienen una función catárquica, individual, y renovadora social, colectiva, imprescindible. El violento impone su voluntad, se reafirma, se rebela y se realiza en su necesidad de ser y así sanea su mente, libera su angustia. ¿Es un ciclo sin fin que se retroalimenta? Es, sencillamente, pero que se deba aceptar como necesaria no implica que se deba liberar sin ningún tipo de control. La violencia debería educarse para saberla utilizar como una herramienta, no censurarla por completo. Un cuchillo puede matar, pero no sirve únicamente para eso aunque todos sepamos que se utiliza con un fin destructivo.

Lo extraordinario es un motor necesario para el desarrollo de ambos y el nacimiento de lo extraordinario requiere de la violencia hacia uno mismo y hacia el exterior como fuerza, voluntad y espíritu transformador. El monstruo transforma su entorno para bien o para mal y es designado como tal para descalificarlo, quitarle su poder subversivo, como al loco o al niño.

No hay cambio sin sufrimiento y no hay sufrimiento sin violencia. ¿La gran pregunta es, hasta qué punto, límite o bajo qué formas se debe aceptar esa violencia? Las únicas formas que yo conozco son el sarcasmo y la ironía, o la broma, las únicas socialmente aceptadas. Así es, hemos convertido el sentido del humor en un escape para nuestro dolor, forma de venganza, crítica feroz para el resguardo de nuestra salud mental.

Ser que habita en los silencios

domingo, 27 de diciembre de 2009

Estudio sobre el amor y la enfermedad. Parte III

No puede quejarse, no puede culpar a la otra persona por su sufrimiento libremente escogido y sin embargo el amante celoso, y tarde o temprano será celoso, necesita aliviar el escozor de la llaga, saber que su dolor no es completamente en vano (aunque sea un autoengaño), rellenar su falta de autoestima con la retribución, el reconocimiento, la respuesta que espera de la persona amada. Digo que tarde o temprano será celoso aunque solo sea por una simple cuestión de supervivencia, pues psicológicamente nadie puede soportar por toda su vida el dedicar todo su tiempo y esfuerzos a la felicidad de otra persona que no le corresponde sin creer que no hace algo por sí mismo o caer gravemente enfermo, ni que sea que la recompensa llegue tras la muerte. Tampoco parece creíble defender que un amante es capaz de sostener por toda su vida la conciencia del no existir como individuo, del no-ser sino como siervo absoluto de otro que no se ha situado en su misma posición subordinada, que no le corresponde de igual forma. Es esperable y sobre todo sano que el amante no correspondido reconstruya su identidad y amor propio, aunque lamentablemente a menudo se haga mediante actos egoístas de “rebelión” sobre el amado para vencer la propia sensación de humillación por sentir que uno no merece no ser amado cuando se ha sacrificado tanto, habiendo actuado con tanta nobleza y desprendimiento, regalándose por entero, entregando lo más preciado para uno mismo: el propio ser (cuerpo y alma).
En estos casos, Octavio Paz dice que el amor, a pesar de ser una tragedia, puede resolverse como una amistad, si bien creo necesario tiempo, paciencia, confianza, responsabilidad emocional y sobre todo honestidad. Para ello, el amante debe aceptar y sin sentirse humillado el rechazo y el ser amado ayudar a reconstruir la autoestima del amante sin darle falsas esperanzas, ambos buscando siempre la comprensión y la máxima transparencia. En algunos casos, cuando la sensación de insufribilidad es demasiado grande parece imposible llegar a una amistad y solo se acepta la distancia, al menos temporalmente.
De hecho, las traiciones, los abandonos, los olvidos, los celos, el despecho y los reproches, aunque reprobables, crueles e injustos, suelen ser diferentes respuestas emocionales del amante que necesita protegerse de una sensación de amenaza imaginada que siente insufrible, destructora o incapaz de afrontar. El dolor puede bloquear nuestra capacidad de tomar decisiones frías y llevarnos a actuar de forma demasiado visceral, pues si el amor es ante todo intensidad, la más potente de todas, la privación o negación de ella puede liberar también las peores reacciones humanas al sentir haber perdido un paraíso que en realidad nunca fue garantizado y cuya eternidad no es real, como si nos hubiesen estafado. Y cuando los seres humanos sufrimos mucho necesitamos buscar culpables, a pesar de que pueda no haberlos, como vía de escape psicológica para nuestro dolor, sobre todo cuando consideramos no merecerlo y lo percibimos como un castigo. Muchos, si no acaban atormentando al amado cuando ya no aguantan más culparse a sí mismos por su desacertada elección, huyen, aunque está claro que la casuística es inmensa. En cualquier caso, como decía muy acertadamente Oscar Wilde para bien o para mal “es muy difícil no ser injusto con lo que uno ama”.

La palabra pasión significa sufrimiento y por extensión designa también el sentimiento amoroso. El amor es sufrimiento, padecimiento, porque es carencia y deseo de posesión de aquello que deseamos y no tenemos; a su vez es dicha porque es posesión, aunque instantánea y siempre precaria.

Finalmente, las palabras de Otto Dör-Zegers en su trabajo sobre fenomenología del amor y psicopatología describen perfectamente el estado resultante por el desamor:

La pérdida de la capacidad de encontrarse con el otro en el amor va a significar también que el mundo como tal deje de ser un hogar, una residencia, para transformarlo en una residencia abstracta, en un lugar arrasado (por las voces y los enemigos delirados), donde no hay paredes que protejan, donde lo otro acecha desde todos los rincones, pero sin que el paciente paranoide pueda siquiera saber quién ni por qué lo persigue o le influencia o le habla.

El amante se siente perdido en un espacio inhóspito , pues sus ojos buscan inevitablemente desesperados y terriblemente ansiosos a la persona amada entre la multitud, esperando encontrarla en cualquier esquina y prever su aparición para protegerse contra el shock que le produce verla, sintiéndola al mismo tiempo como amenaza y revelación:

VI. Quan la veig, ho mostró bé en els ulls, la cara i la color: tremolo de por, tal com fa la fulla al vent.

El amante que no es sin la persona amada, pierde la autoestima y el control y la confianza en sí mismo, sintiéndose frágil y vulnerable y pues el mundo se le vuelve invasivo y agresivo, no puede afrontarlo y aprehenderlo. Tras la experiencia amorosa fallida o mal resuelta la sensación de “incompletud” de la que hablaba Octavio Paz se percibe como una necesidad vital que es imprescindible de completar cuando antes tan solo era una leve inquietud del espíritu. Ya no hay rincón en el que el amante no se sienta acechado, en el fondo, por sí mismo. Se trata, en definitiva, de la necesidad imperativa de recuperar la intensidad perdida, la ilusión de haber rozado la eternidad, el paraíso, pues una vez probada esa droga nunca podemos olvidarla del todo.

Ser que habita en los silencios

Estudio sobre el amor y la enfermedad. Parte II

Puesto que el amor, más allá de la felicidad o la infelicidad, aunque sea las dos cosas, es ante todo intensidad, quizás la ilusión más poderosa que podemos llegar a experimentar (en tanto que percepción de suspender el tiempo y perseguir la inmortalidad), la privación de esa intensidad se traduce a menudo en una sensación de abstinencia, como si el amante fuese un drogadicto. Ese vacío provocado por la ausencia de la persona amada lleva a la impotencia, la rabia, el llanto y finalmente la desesperanza ante la terrible conciencia y aceptación del no ser correspondido, la incapacidad de poseer lo amado o de acceder a él/ella. El deseo amoroso, según Octavio, es perpetua sed de “completud”, es decir, sentir que sin el otro o la otra no seré yo mismo:

M’ha robat el cor, i tot el meu ésser i tot el món, i finalment se m’ha sostret ella mateixa; i quan se’m sostragué, no ens deixà res, sino el desig i el cor assedegat.
III. Ja no he tingut poder sobre mi, i ja no he estat meu, des del moment que ella em deixà mirar els seus ulls, en un mirall que em plagué molt. MIrall: des que he mirat en tu, em maten els sospirs profunds, m’he perdut com es perdé el bell Narcís en la font.

Muchas metáforas se han utilizado para expresar la naturaleza del amor como enfermedad. Desde la idea de la cárcel o prisión de amor, al pozo, el laberinto, el deseo que lleva a la polilla atraída irremediablemente por el fuego a morir o a Ícaro a elevarse demasiado en su ambición y acabar quemado por ese Sol. En ambos casos se establece lo ardiente como símbolo de la Señora, ideal inalcanzable y al mismo tiempo irresistible y destructivo. Para Octavio el amor es además, una herida, una llaga, que en su lacerante y a la vez placentera naturaleza (tan intensa que duele, como si nos deslumbrase su potencia) nos impide aparcarla en nuestra mente, latiendo en nuestra cabeza incesante y ruidosamente, ocupándola por entero tanto si el amante quiere como si no.

Entre lo que deseamos y lo que estimamos hay una hendedura: amamos aquello que no estimamos y deseamos estar para siempre con una persona que nos hace infelices. En el amor aparece el mal: es una seducción malsana que nos atrae y nos vence.

Para salir de esta cárcel imaginaria no hay sino dos caminos. El primero es el del erotismo y ya vimos que termina en un muro. La pregunta del amante celoso, ¿en qué piensas, qué sientes?, no tiene sino la respuesta del sadomasoquismo: atormentar al otro o atormentarnos a nosotros mismos. No somos transparentes ni para los demás ni para nosotros mismos. La otra salida es el amor: ¿una locura, una quimera? Tal vez, pero es la única salida de la cárcel de los celos. Hace muchos años escribí: el amor es un sacrificio sin virtud; hoy diría: el amor es una apuesta, insensata, por la libertad. No la mía, la ajena.

Y dice insensata porque el amante no deja nada para sí, lo da todo, su ser mismo como hemos visto con Ventadorn, y no espera nada a cambio si es que es amor, según Octavio Paz. Sin embargo, un amor, entrega absoluta e incondicional en su significado ideal, que no es correspondido, acelera el proceso de autodestrucción del individuo, que se olvida de sí mismo y deja de quererse, sin luz o autonomía propia, desapareciendo su autoestima por completo. En todo caso, el amante se quiere en la medida en la que su amada es feliz gracias a él y esa es la única razón que da sentido a su vida. El amante celoso del que habla Octavio es un amante que no ama por completo, pues al hacerse preguntas y dudar sobre la persona amada la sitúa a la misma altura que cualquier ser humano (aunque le dedique todo su tiempo mental). Es decir, lo considera un ser imperfecto, lo baja del altar en el que lo había situado para analizarlo y también para situarla a su misma altura, lo cual no deja de ser un acto de amor propio para restituir su ego perdido. Ahora bien, a menudo los resultados que obtenga de ese análisis del ser amado probablemente sean paranoias, conclusiones o pensamientos muy sofisticados y hasta retorcidos extraídos de reflexiones muy largas que derivan de una palabra, una expresión en su rostro o un silencio, que son interpretados como verdaderos universos en los que el amante, en esa “obsesión de la imaginación”, se siente integrado y obligado a actuar de alguna forma. De aquí que Octavio diga que el amante celoso se atormenta a sí mismo o si confiesa sus paranoias a la persona amada la atormenta a ella.
Pero la diferencia con una enfermedad corriente es que el amor se escoge, hay una libre elección y siguiendo esta lógica podríamos decir que la persona decide entrar en ese estado malsano, y al mismo tiempo eufórico, voluntariamente.

Doble fascinación ante la vida y la muerte, el amor es caída y vuelo, elección y sumisión.
El amor nace de una decisión libre, es la decisión voluntaria de una fatalidad: traiciones, abandonos, olvidos, celos.


Ser que habita en los silencios

Estudio sobre el amor y la enfermedad. Parte I

“Como la mujer que en ellas se contempla, las fuentes son agua de perdición y agua de vida”. Lo cierto es que Octavio Paz siempre habla desde el punto de vista masculino y yo haré lo mismo. En este sentido, enamorarse puede implicar una crisis en el individuo, una pérdida de la identidad, pues el enamorado deja de ser el mismo para intentar convertirse en aquello imaginado que cree que la dama desea, piensa y es, y es en ese imaginar en el que el amante obsesionado se pierde como en un laberinto infinito llevándolo a la locura, la depresión y en su desesperanza, finalmente, hasta la muerte.

La locura no es objeto de percepción sino obsesión de la imaginación.

Con todo, como muy bien dice Octavio, también es, como toda crisis, una oportunidad para la transformación del individuo, renacimiento tras la muerte, reconstrucción tras la deconstrucción. Al dejarnos de querer para enfocarnos y volcarnos por entero y únicamente en el ser amado también puede el amante dejar atrás viejos miedos y traumas si considera necesario dar esos pasos para ser correspondido. De hecho, la locura de amor es consecuencia del desenfrenado deseo, de la necesidad imperante de cumplir este objetivo, que lo lleva a pormenorizar cualquier obstáculo o barrera del tipo que sea, pues toda convención social o cualquier otra actividad humana resulta insustancial, aburrida y absurda, eclipsada por la incomparable intensidad del deseo amoroso.

Volviendo a los trastornos relacionados con el enamoramiento, el amante padece una desaparición progresiva ya no solo de la propia identidad sino también incluso de la salud, un deterioro físico y mental. El no comer, el no dormir:

No sé on refugiar-me quan el desconhort m’aclapara; tota la nit em fa regirar-me i m’allunya de l’espona.

Suspiros profundos que alivian un angustioso pesar y ahogo en el pecho y la garganta, una ansiedad provocada por un deseo feroz (que a menudo se traduce en pérdida de peso) y una enorme sensación de vacío cuando el amante no puede reflejarse en los ojos de la amada porque no está y entonces no es, porque no puede manifestar su amor, saciar su deseo, llevar a cabo el servicio que da sentido a su existencia.

El amante necesita ser reconocido por la persona amada por el sacrificio voluntario que ha hecho, para obtener una gratificación por haberse sometido ante esa persona en concreto y no otra, por haberla elevado por encima de las demás como la mejor. Pero ha de ser a sabiendas de que no hay garantías de que la otra persona haga lo mismo para que se convierta en un acto heroico, de gran nobleza y valor, pues en parte no deja de ser una decisión libre.

La búsqueda del reconocimiento de la persona querida. Reconocimiento en el sentido de confesar, como dice el diccionario, la dependencia, subordinación o vasallaje en el que se está respecto al otro.







Ser que habita en los silencios

domingo, 20 de diciembre de 2009

Olvidar el tiempo

"El tiempo es continua escisión y no descansa nunca: se reproduce y se multiplica al separarse de sí mismo. La escisión no se cura con tiempo sino con algo o con alguien que sea no-tiempo.
Cada minuto es el cuchillo de la separación: ¿cómo confiarle la vida al cuchillo que nos degüella? El remedio está en encontrar un bálsamo que cicatrice para siempre esa continua herida que nos inflingen las horas y los minutos. Desde que apareció sobre la tierra el hombre es un ser incompleto. Apenas nace y se fuga de sí mismo. ¿Adónde va? Anda en busca de sí mismo y se persigue sin cesar. Nunca es el que es sino el que quiere ser, el que se busca; en cuanto se alcanza, o cree que se alcanza, se desprende de nuevo de sí, se desaloja, y prosigue su persecución. Es el hijo del tiempo. Y más: el tiempo es su ser y su enfermedad constitucional. Su curación no puede estar sino fuera del tiempo. ¿Y si no hubiese nada ni nadie más allá del tiempo? Entonces el hombre estaría condenado y tendría que aprender a vivir cara a cara esta terrible verdad.
¿No hay salida? Sí la hay: en algunos momentos el tiempo se entreabre y nos deja ver el otro lado.
[...]
Una de estas experiencias es la del amor, en la que la sensación se une al sentimiento y ambas al espíritu. Es la experiencia de la total extrañeza: estamos fuera de nosotros, lanzados hacia la persona amada; y es la experiencia del regreso al origen, a ese lugar que no está en el espacio y que es nuestra patria original. La persona amada es, a un tiempo, tierra incógnita y casa natal, la desconocida y la reconocida. [...] El amor suprime la escisión. [...]
En efecto, la muerte es la fuerza de gravedad del amor. El impulso amoroso nos arranca de la tierra y del aquí; la conciencia de la muerte nos hace volver: somos mortales, estamos hechos de tierra y tenemos que volver a ella."

La llama doble, de Octavio Paz

El ser que habita en los silencios

domingo, 13 de diciembre de 2009

Feliz cumpleaños

Era el día de mi cumpleaños. Me encontraba al principio de mi calle, la de toda la vida, junto con un nutrido grupo de gente, en la misma acera, entre un edificio semi-abandonado y un banco metálico. Pese al jolgorio general, el tiempo no acompañaba demasiado, hacía un día gris, encapotado, grisucho, tapado, y casi todo el mundo vestía manga larga.
Yo mismo no dejaba de sorprenderme de la cantidad de gente que había acudido: compañeros de colegios antiguos, y más antiguos aún, gente “mayor” a la que tenía un especial aprecio, ex profesores, amigos del teatro… y me paseaba entre los diferentes grupos sin poder disimular una gran sonrisa, intercambiando saludos con personas a las que, igual, apenas recordaba. ¿Cómo se habrían puesto de acuerdo para encontrarse en ese sitio y a esa hora gente tan dispar?
Pero una de las sorpresas que más ilusión me hizo fue encontrarme con Andrea, una chica muy linda a la que le había ido detrás por más de seis meses, hacía algún tiempo ya, pero que habíamos pasado de quedar casi a diario a hacer prácticamente tres meses que no nos veíamos. Ella nunca admitió ni un poco de atracción hacia mí, pero sé que eso no es totalmente cierto, porque en las distancias cortas eso se nota, y a ella lo que le pasaba es que en el fondo tenía personalidad de tío, que rehuía el compromiso. O quizás no era exactamente eso… porque al verla, me alegré bastante y le di un beso rozándole la comisura de los labios, para destapar definitivamente el tarro de las esencias en ese día que me iba a costar de olvidar, pero ella hizo un gesto, contrariada, y sacudió la cabeza en señal de “no”; acto seguido me enseñó su mano, que estaba entrelazada a otra, y seguí esa pista hasta dar a parar con otra chica, Laura, que era una amiga de las de toda la vida de Andrea y a la que había visto un par de veces.
-Así que vosotras… estáis saliendo.
-Sí- me respondió naturalmente Andrea-. Hace tiempo. Lo que pasa que hace mucho que no nos vemos.
-Ya…
Andrea se había colocado un piercing. En la boca. Blanco. Una minúscula bola blanca. Le quedaba bonito. Y un poco raro.
Vaya, así que otra “ex novieta” (si es que se le podía llamar así) que se había convertido al lesbianismo… Andrea se sumaba pues a una lista que empezaba ya a preocuparme. Sin embargo, seguía estando alegre, porque veía que los diferentes grupos de ámbitos heterogéneos empezaban a hablar y congeniar entre sí, y supongo que eso siempre gusta. Me desplazó de mis pensamientos una voz que me gritaba desde el otro lado de la calle, donde aún había más gente que no había visto, y me encaminé hacia allí. Sin darme tiempo a saludar, alguien (de la familia, creo) me obsequió con un gran, gran puñado de globos grandes, multicolores, todos redondos, todos parecidos, pero ninguno igual; los había rojos, verdes, azules, amarillos, del barça, decorados con conejos de pascua, con motivos navideños, con dibujos infantiles, algunos con purpurina, otros sobrios, otros desenfadados, lisos, pero todos del mismo tamaño, todos unidos por una cuerda que ahora sujetaba, por lo menos cien. El regalo me gustó y me desconcertó, tanto que ni reparé en una especie de caseta que había montada en esa acera. Supongo que los demás me vieron la confusión porque alguien me animó:
-Úsalo!
Pues claro! Di un pequeño salto, y me desplacé un par de metros en el aire, ¡vaya, qué sensación! Ahora cogí un poco de carrerilla y salté con fuerza: me moví más metros, pero no hacia la dirección deseada, los globos costaban de controlar, pero ¡el estómago se me encogía! Igual que cuando estás enamorado o en la bajada de una montaña rusa. Supongo que mi cara era un perfecto reflejo de lo que sentía, porque los demás me sonreían y me animaban a ir más lejos. Les agradecí calladamente el regalo a la vez que orientaba los globos hacia donde quería dirigirme y daba un gran salto. ¡Ésta sí, ésta era la buena! Sin apenas moverme del sitio me empecé a elevar y elevar, cinco metros, diez metros, quince, y con un impulso, más psicológico que físico, empecé a moverme hacia donde quería, por encima de la rotonda, de los coches y las carreteras. Aunque el tráfico era muy fluido, más bien escaso: parecía no haber nadie en las calles a parte de nosotros en ese día gris. Cuando ya estaba a una altura y distancia considerable del numeroso grupo de amigos y familiares una duda bastante terrible me asaltó:
-Oye!! ¿Y cómo hago cuando quiera bajar?!
-Peta los globos, peta los globos!- me gritaban
Ya claro, peta los globos sí, pero ¿cómo? No tenía ningún objeto punzante y el grupo quedaba tan lejos ya que me mareaba si miraba hacia ellos. Estaba solo, navegando en el cielo. Eso sí, la sensación del aire en la cara y de libertad absoluta eran totalmente impagables, me oprimían el pecho y me alegré de estar vivo.
Como empezaba a manejar a voluntad el “artefacto” y me sentí con confianza, decidí dirigirme hacia los límites de la ciudad, donde un cañón natural, un barranco prácticamente vertical, suponía una barrera natural entre la ciudad y una vasta superficie de tierra yerma, marrón, polvorienta. Llegué muy rápido y empecé a sobrevolar el barranco, aunque, no sabía por qué, los globos no ganaban altura y volaba demasiado bajo, así que tuve miedo de pinchar con las numerosas malas hierbas y cactus y decidí subir a la base del barranco.
Recordaba, muchas veces, cuando me enfadaba, me disgustaba, me sentía solo, triste, desgraciado, o simplemente no tenía nada mejor que hacer, me acercaba caminando hasta ese lugar, me plantaba justo en la base del barranco, contemplaba la gran superficie que separaba mi ciudad de la otra (que se veía a lo lejos, al otro lado de la tierra yerma), y me imaginaba que echaba a volar, que volaba y volaba y hacía piruetas en el aire con mis alas invisibles y dejaba el gris de la ciudad atrás, bajaba el cañón a toda velocidad y frenaba a voluntad, con la gracia de un halcón, hasta que me cansaba de jugar en el aire y cubría la distancia que me separaba de la otra ciudad, llegaba hasta ella batiendo majestuosamente las alas, como el extranjero que se sabe bienvenido, y me disponía a conocer sus gentes, sus calles, sus pequeñas historias.
Así que en ese día me disponía a cumplir mi sueño y, aunque el conjunto de globos resultaba bastante más aparatoso que unas alas invisibles, me puse en la base, como siempre, abrí los brazos y los pulmones, dejando entrar tanto aire como pude, abrazando la libertad, y ésta vez sí que di un poderoso salto que me catapultó a la conquista del cielo.
¡Volaba! ¡Volaba! ¡Estaba volando! ¡¡Sí!! Había cumplido mi sueño y el de todo humano. La felicidad que sentí en ese momento no se puede describir.
Al principio volaba bien, a voluntad, como yo siempre imaginé, pero el sueño duró poco y enseguida me di cuenta que no controlaba demasiado los globos y éstos perdían altura a velocidad preocupante, mis piernas rozando ya las malas hierbas del barranco. Finalmente aterricé bruscamente en un terreno absolutamente lleno de cactus, que se clavaban y enganchaban en cada centímetro de mis brazos y piernas. Esa caída se me hizo eterna, y las plantas me lastimaban tanto que gritaba. Cuando paré, me tuve que ir quitando cuidadosamente cada rama de cactus que se había quedado adherida a mis brazos y a mis piernas (pues me había destrozado los pantalones), y casi más dolor que el que producían las heridas en sí, me daba el ver los surcos definidos que dejaba cada pincho en mi piel, como quien se quita una tira de cera al depilarse. Cuando acabé intenté volver a despegar, pero la mayoría de los globos se habían pinchado y lo único que conseguía con mis movimientos era volver a destrozarme contra los cactus. Agobiado y dolorido, miré el camino que había recorrido desde la base: no era demasiado y no podía volar, así que me abrí camino penosamente entre las plantas de pinchos hacia arriba, con el inconveniente añadido como ya he dicho de que se trataba de un barranco, y por lo tanto me tenía que ayudar en el ascenso agarrándome a las dichosas plantas. Eso sí, nunca había dejado de sujetar los globos, cuyo número era más modesto a cada paso. Al fin conseguí llegar arriba, e intentando hacer caso omiso al dolor y las heridas despegué tan bien como pude, consiguiendo elevarme lo justo para volver. Pero los globos seguían explotando y casi no tenía altura, así que donde antes disfrutaba con el don de las aves, ahora encogía las piernas para no destrozarme contra el asfalto y los coches, y no veía el momento de llegar, avanzando a trompicones.
Finalmente llegué de nuevo al principio de mi calle, donde el nutrido grupo de amigos me recibió con una ovación y aplausos, y aterricé dándome cuenta que sujetaba un único globo, rojo. La misma persona que me los había regalado se preocupó por mi estado y se encargó de quitarme las tiras de cactus y pinchos que aún cubrían mis brazos, de las que ni me había dado cuenta. Por un lado, era inevitable admitir que estaba muy ilusionado con toda la gente que allí había, pero por otro me sentía un poco mal porque era como un gran gesto por su parte, y yo los cumpleaños siempre los he despreciado bastante. En cuanto al estado físico, y para ser sincero, hay que admitir que las heridas fueron más superficiales y menos dolorosas de lo que uno pudiera pensar, pues me encontraba con ganas de seguir la celebración.
Fue entonces cuando reparé en la extraña caseta que había en medio de la acera, y que se asemejaba a un tenderete de feriantes, pero más estrecha. Una larga cortina tapaba la entrada e imposibilitaba la vista del interior, y encima de ésta en un extraño cartel multicolor iban apareciendo mensajes dirigidos, evidentemente, a mí. No recuerdo las palabras exactas pero decía algo así como: “Hemos venido a tu cumpleaños”, desaparecía, “No íbamos a venir, pero aquí estamos”, desaparecía para dejar lugar a “Tienes mucho que celebrar, pero si te interesa, entra”, de nuevo, “Somos compañeras tuyas, queremos compartir”. Obviamente, la curiosidad me atraía hacia el interior de esa tienda como un poderoso imán, así que entré sin pensármelo. No salía de mi asombro con lo que hallé: en medio, una estrecha y larga mesa de madera, y a cada lado unos bancos aún más estrechos, forrados en terciopelo, y ocupados por una compañera de clase con la que no recuerdo haber intercambiado más de tres palabras seguidas y la chica que me robó el corazón el año pasado, Natalia.
Me senté, con más curiosidad aún, al lado de Natalia (por motivos obvios), enfrente de la otra chica. Me extrañó, porque son del tipo de chicas que entre ellas no congeniarían, conmigo menos, y las dos juntas y acudiendo a mi cumpleaños ya no te digo. En fin.
-¿Vamos?- preguntó la chica de grandes ojos azules, como dos orbes deseando salir de la cara.
-Sí… vamos. ¿A dónde?
-Te tenemos que explicar una cosa- me dijo la chica de los ojos saltones, cuyo nombre no recuerdo.
Así que sin más, aquello “arrancó”, y abandonamos mi calle y mi gente para empezar a circular por donde yo había estado volando, hasta llegar al barranco de los cactus, donde, como salido de la nada, se abrió ante nuestra tienda-móvil un estrecho sendero de tierra y polvo, donde no cabría un vehículo normal ni de broma. Bajamos a trompicones por ahí, yo medio embobado mirándolas ahora a ellas, ahora al paisaje. ¿Qué querrían este par? ¿Dónde íbamos y para qué? Y cómo coño conocerían un camino justo por ahí, cuando yo después de haber estado mil veces no lo había ni intuido. Y por cierto, ¿quién conducía la tienda esta…?
La chica del nombre olvidado por fin me habló, mientras me señalaba un sobre en su mano:
-Tu prima… tenemos una carta de tu prima.
Ahora que me fijaba, encima de la mesa había más sobres, decorados, con dibujos y tonterías, sobres con cartas como los que me enviaba mi prima cuando éramos pequeños, libres de la dictadura de internet. Pero no entendía… ¿por qué los tenía ella? ¿las había interceptado acaso? ¿le habría pasado algo a mi prima? Miré interrogativamente a Natalia, pero en el delicioso esmeralda de sus ojos, solo encontré una respuesta a nada. Por cierto, ¿qué pintaba ella en todo esto? Sí, era la chica de mis desvelos hacía un año, pero desde entonces apenas la había visto un par de veces.
-Tu prima- continuaba la chica de enigmático nombre-, no es que lo diga yo, sabes, que a veces se emborracha.
-Bueno, sí… - como no habló, continué- Pero como todo el mundo, ¿no? No entiendo qué tiene que ver esto con…
-Pues la última vez… Bueno, te voy a explicar la historia entera:
Aquí tuvo lugar una disertación que no transcribiré, una: porque no viene al caso, y dos: porque no me acuerdo. Y es que hay que decir que a todo esto, habíamos salido del sendero del barranco para dar con una lúgubre carretera rodeada de árboles que daban la sensación de echarse encima de la tienda-móvil, e incluso el tiempo había empeorado y empezaba a lloviznar. Una sensación desagradable envolvía mi estómago, y me sentía, en vez de en un cumpleaños, como a la vuelta de unas vacaciones magníficas un día lluvioso, en tren, con la cara pegada al cristal y consciente de que todo ha acabado y que te esperan unos meses especialmente duros.
La chica me vino a explicar que, fortuitamente, mi prima y ella se conocieron una noche, porque sus respectivos novios se conocían o no sé qué, y también me explicó algo de un accidente y de que ésa era la última carta de mi prima, que era muy importante. Yo ya estaba ciertamente acojonado del terrible secreto que guardaría dentro el sobre decorado con un gracioso gato rojo que sujetaba la chica de los saltones ojos azules.
-Debemos bajar.
Sin darme cuenta, habíamos llegado a un punto donde la carretera se ensanchaba mucho y se bifurcaba: seguía hacia la izquierda, mientras que al fondo a la derecha se veía una cuesta empinada de tierra, ahora de barro a causa de la lluvia. Una pared de tierra nos separaba de, a unos diez metros, un edificio muy grande y de aspecto lúgubre, rodeado de imponentes árboles retorcidos, al cual se llegaba yendo por la cuesta.
Bajamos de la tienda chapoteando en el barro y con un paraguas en la mano, pues la lluvia ya era de aquí te espero. Las luces de otros vehículos y gente que se resguardaba del chaparrón y pasaban salpicando a nuestro lado nos molestaban. A mí me agobiaban particularmente los árboles que todo lo rodeaban.
Era una especie de parking de tierra donde la gente estacionaba el vehículo y se veía mucho movimiento, así que entre eso, la lluvia y el barro el avance se hacía algo difícil. Pero sólo caminábamos Natalia y yo, no sabía dónde se había quedado la chica de ojos saltones ni me importaba, porque andaba agarrado de la mano de la chica que una vez me robó el corazón y ya creía olvidada, así que era como andar agarrado de la mano de un recuerdo, y esa sensación anulaba la lluvia y todo lo demás. Se la veía indecisa, preocupada. Ahora llevaba el paraguas yo, ahora ella, con lo que nos mojábamos los dos. Hablábamos, hablábamos bajito y ajenos a nuestro entorno, no recuerdo de qué, pero sí recuerdo que tan sólo necesité un minuto para volver a enamorarme de su roja cabellera al aire, del esmeralda de sus ojos; recuerdo que la deseé como la deseé la primera vez que mi pierna rozó la suya sin querer por debajo de la mesa en aquel bar cochambroso, pero ahora con el corazón contento, desde la perspectiva diferente que da el haber cicatrizado esa herida que entonces se abrió. Cuando estábamos a punto de empezar a subir por la cuesta, Natalia se paró, y bajo la lluvia cerró los ojos:
-Venga, Jhan… hazlo. Hazlo…
Dudé por un instante, pero finalmente materialicé nuestros anhelos en la fusión de nuestros labios. Fue un beso corto, sentido, mojado a decir verdad, el resumen perfecto de nuestra relación.
Seguimos caminando. El corazón me volvía a indicar que, indefectiblemente, estaba vivo, me sentía vivo de nuevo. Pero otro pensamiento nublaba la mente de Natalia, que tenía novio:
-Sabes que no puedo… es que no puedo… yo lo quiero a él, quiero a Joaquín.
Yo le solté la típica estupidez sobre la estupidez de tener pareja.
-No, no, Joaquín no es mi novio, ése es (…). Pero yo quiero a Joaquín…
Vale, Natalia, o sea que tienes novio, quieres al amante, y te enrollas conmigo: genial. Aquí di rienda suelta a los típicos pensamientos que afloran en estas ocasiones:
-Pero no te preocupes, pequeña: encontraremos una solución. Es inútil estar con alguien a quien no quieres. Ya verás, con esfuerzo, estaremos los dos juntos, ya lo verás. Yo te ayudaré. Al final, estaremos juntos, es como tenía que ser…
Bla, bla, bla. Y todas esas cosas. En ese momento me sentí tan feliz… el solo hecho de volver a estar junto a Natalia, de volver a compartir, qué feliz era! ¡Qué ganas de perderme entre su roja cabellera, de hundirme en el esmeralda de sus ojos, y volver a adorar esos labios! Y lo mejor es que sabía que lo conseguiría.
Con estos sentimientos llegamos al final de la cuesta y vimos el edificio que había intuido desde abajo: se trataba de un oscuro hospital de un par o tres plantas máximo, pero en cambio muy largo, que estaba ahí plantado en medio del bosque, como por casualidad, como si no tuviera que estar allí. Tenía grietas y lo que un día fue sin duda blanco hoy era un gris desconchado. Natalia me dirigió hacia un patio techado del hospital, con columnas de hormigón y un ascensor y una puerta de emergencias en la parte izquierda. Pese a estar cubierto, el techo estaba reventaba de goteras, así que la sensación era que llovía allí dentro también. Nos dirigimos al ascensor y Natalia, con toda naturalidad, picó el botón y nos quedamos esperando. La gente iba y venía por el patio y daba la impresión de que tenía que haber una ciudad cerca, aunque fuese pequeña, pues aquello parecía una calle.
Y de repente ocurrió. El gesto de la gente en la cara cambió radicalmente, y todo fue caos y confusión. Como una ola en un campo de fútbol, por dónde Natalia y yo habíamos llegado empezó a llegar en estampida montones y montones de gente, gritando, chillando, huyendo, despavoridos, con el miedo impreso en el rostro. Como el efecto dominó que fue, los que estaban allí se contagiaron y también empezaron a chillar y correr a tontas y a locas. Natalia me cogió rápidamente del brazo y abrió de un violento golpe la puerta de emergencia al lado del ascensor, y vi un pasillo amplio y vacío, del mismo blanco grisáceo que el exterior, con una marea de gente que huía de su interior hacia nosotros. No tuve ni tiempo de expresar mi desconcierto y preguntar qué pasaba, pero sentí que algo realmente muy, muy malo, se avecinaba. Por la actitud de la gente y las circunstancias, uno podría pensar que se trataba de una catástrofe natural: una inundación, un terremoto, un incendio… incluso fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Pero en seguida comprendí que se trataba de algo mucho peor, algo muy temible, algo abominable, algo causado por humanos, y a eso sí que le tenía miedo.
Súbitamente, el pavor me dominó y perdí el control de mis actos: me había convertido uno más del resto enfervorecido de la masa, así que me solté de Natalia y la abandoné a su suerte, temiendo gravemente por mi vida, sabiendo que si no actuaba iba a morir, iba a morir, sería el fin de todo. Empecé a correr intentando seguir a quien intuyera una vía de escape, pero era imposible, todo el mundo se empujaba y pisoteaba entre sí y los que huían hacia el hospital eran impelidos por los que salían de éste y al revés, así que me encontré dando vueltas y rodeando las columnas de hormigón en el patio, sintiéndome un ratón en la trampa, los frenéticos espasmos intentando eludir una muerte que ya te ha marcado.
Y entonces apareció la causa de tanta desgracia: una figura macabra que se desmarcaba entre la multitud, como entre un halo de maldad; una mujer de estatura normal, vestida con una bata azul, descalza, la boca un pozo putrefacto de perdición, la piel del rostro arrugada en surcos que caían, los ojos dos agujeros negros sin fondo, sin apenas el blanco del globo, los pelos más bien una burda peluca de carnaval, ralos, despeinados, grasientos. Era más horrible que la mismísima muerte. Y daba mucho más miedo.
La veías y sabías que algo horrible te iba a pasar. Y no sabías por qué.
La macabra mujer corría entre la gente con sorprendente agilidad, y tocaba a quien tuviera la desgracia de cruzase en su camino, a conciencia, empujándolos.
Enseguida sólo tuve un objetivo entre ceja y ceja: que aquella pavorosa mujer no me alcanzase. Y eché a correr. Y eché a correr, como un coche frena mucho tiempo antes de colisionar con otro, pero sabiendo que igualmente va a colisionar, de ésa manera eché a correr, eché a correr con la maldición, sabiendo, que tomara la dirección que tomara, que corriera hacia donde corriera, iba a dar con ella. Como el pez en la pecera que sabe que será cazado por el gato, por muchas veces que el gato yerre en sus intentos. Como el pez, como el coche, como el ratón yo eché a correr, y sabía que la bruja iba a dar conmigo.
Como así fue. En mi primera carrera, hacia una de las columnas exteriores del patio, que daban al barrizal, la rodeé y me topé de frente con ella, que me dio un empujón a conciencia. Sentí que algo terrible acababa de suceder aunque no notaba nada. Seguí corriendo y corriendo, huyendo de lo que ya había tenido lugar, y volví a dar con la mujer, que me empujó de nuevo con sus manos de monstruo, y otra vez, y aún una más, y yo me desesperaba, y me retorcía por dentro y desencajaba el rostro y me angustiaba hasta querer morirme porque adonde quiera que corriese siempre me la encontraba y no podía huir y lo único que deseaba en el mundo es que esa mujer de pesadilla no me volviera a tocar nunca más, nunca más por favor, y hubiese llorado si hubiera tenido tiempo, pero solo pensaba en huir y alejarme pero era como un campo de atracción demencial que me empujaba a su presencia y la bruja me volvía a tocar, esta vez apartándome de en medio porque ya me había tocado muchas veces y quería darle su obsequio de muerte a más gente y yo absolutamente desesperado, ya ni reparaba en la demás gente, infectada o no, y las utilizaba de barrera entre la bruja y yo, poniéndolos por medio, empujándolos hacia ella, para que me dejara en paz, coge a estos! coge a estos! me daba igual si era un viejo con los ojos desorbitados, un joven con expresión de terror absoluto o una madre y su carricoche, todos servían de barrera, a todos empujaba, necesitaba salir de ahí…
En ese torbellino de desesperación caí en la cuenta de Natalia, y pensé que no me lo perdonaría nunca que algo malo le pasara, que el horror la alcanzase; así que me dirigí como pude hacia el ascensor, zona donde la había dejado por última vez, y empecé a llamarla a voz en grito.
-Natalia! Nataliaaaaaaa!!
Abrí los brazos como esperando que me partiera un rayo y las piernas me flojearon.
El cielo estaba negro, totalmente tapado y la lluvia no paraba, pero era de día, un día que se había tornado noche, lo cual era aún más horrible.
Luego caí al suelo y todo fue negro.

Lo siguiente que recuerdo es estar en un gran pabellón. El pabellón era muy alto, y estaba dividido en dos partes: en una mitad, pese a que no reparaba en ellos, había alguna gente caminando y otra en silla de ruedas, y era un espacio libre, amplio. La otra mitad la ocupaba una gran pista de baloncesto. Las canastas medían cuatro metros y yo estaba jugando un partido en la pista vertical, mis compañeros eran todos altos, esbeltos y negros, y los del equipo contrario también. Parecían jugadores de verdad de la liga americana. Y me lo estaba pasando en grande, porque con un pequeño salto conseguía superar una gran distancia y machacar el aro colgándome de él. Algo me incomodaba, pero procuraba no hacerle demasiado caso, me lo estaba pasando de coña.
Los negros del equipo contrario parecían incluso algo molestos, porque veían que no tenían nada que hacer contra mí, que de un salto pasaba por encima de ellos y me colgaba a una canasta casi el triple de alta que yo.
-¡¿Habéis visto qué súper-saltos?! ¿Habéis visto? ¡Vaya!- yo mismo alucinaba con mis habilidades; casi podía “volar” de prácticamente el centro del campo al aro.
-Ya, pero a cambio tienes cáncer…- me recordaba uno de mi equipo, con un gesto entre la pena y el compañerismo.
Vaya… así que era eso. Es verdad. Sabía que había algo fuera de lugar. Pero no sabía el qué ni el por qué. Lo intuía. Cáncer…
-Ya… - dije resignado.
Saludé a mis colegas y abandoné el partido, dirigiéndome hacia la otra mitad del pabellón. Pero saliendo de la pista de basket, por encima de mi cabeza, vi un mono de estatura mediana, que parecía esperarme. Apenas sí reparé en que el fino pelaje (incluida la cola) era blanco, porque lo que me sobresaltó es que la cabeza era de Natalia. Natalia, convertida en mono, cuyo único rasgo humano era la cabeza (igual que antes, eso sí), me miraba desde la profundidad de sus ojos esmeralda, la tibia melena roja en una cascada de fuego, ahora cayendo grotescamente. No puedo definir lo que sentí, porque fue una mezcla de muchísimos sentimientos: alegría por verla viva, incredulidad, lástima, desconcierto, culpabilidad… ¿qué le había ocurrido? ¿cómo había llegado a eso?
Pero necesitaba sentirla, abrazarla, saber que seguía existiendo, así que en un acto reflejo, la agarré de las patas delanteras y la mantuve así, cogida, sin atreverme a atraerla hacia mí.
En ese instante el mundo cayó sobre mí y una afilada cuchilla de verdad me atravesó, lo vi claro: la mujer horrible me había contagiado el cáncer (de hecho, en una especie de vendetta contra la humanidad, se lo había contagiado a todo aquél con quien había entrado en contacto), y ahora a mí me pasaba lo mismo: que contagiaría a quién tocase. Mi miedo y mi pensamiento debieron de ser tan fuertes que Natalia (o lo que quedaba de ella), se soltó y se alejó por un entramado de ramas que cubrían el techo del pabellón.
Ahora sí que sentía el pavor, ahora sí que un miedo sordo me dominó, me envaró la columna vertebral y mi mente se heló, negando la evidencia. ¿Y si…? No, no podía ser. O sí… ¿Y si ahora yo también contagiaba el cáncer, la habría infectado a ella, después de todo lo que estaba pasando? Imposible, demasiado horrible. Pero en el fondo, sabía que así debía ser.
Llegué corriendo, sudando miedo, al centro de la pista donde antes no había reparado en la gente, y ahora me daba cuenta que eran enfermos, que estaban convalecientes, seguramente en una situación parecida a la mía, o con otras enfermedades, pues también había personas en sillas de ruedas y demás. Con los ojos fuera de las cuencas y una necesidad de saber que me aplastaba el pecho, gritaba, gritaba con todas mis fuerzas:
-Doctoraaaaa! Doctora, enfermera, por favor!! Doctoraaaaaaa, doctora necesito ayuda, doctoraaaaa!! Enfermera, por favor, ayuda!! Ayuda!!
La gente de alrededor me miraba raro y empezaba a maldecir por lo bajo, “¿qué se cree éste, que es el único que necesita ayuda?”, “la doctora vendrá cuando tenga que venir, no cuando la llames” “¿qué se ha pensado este niñato, que por que tenga cáncer va a ser el primero a que le atiendan?”, y cosas así. Sí, tenía cáncer y quería ser el primero en ser atendido, pero no por mí, sino por la gente a la que había tocado, vete a saber cuánta antes de esto, por Natalia y por los compañeros de basket a los que había saludado, pero sobretodo por Natalia, ¿y si yo era tan horrible y culpable como la mujer que me lo había contagiado a mí? No podría soportarlo.
Necesitaba saber o me moriría, necesitaba saber YA, así que me abrí paso entre los enfermos y moribundos (inconsciente de que los infectaba ahora a ellos también) y llegué a una puerta lateral del pabellón que daba a una especie de despacho-cocina, donde una enfermera estaba trajinando entre las picas.
-Enfermera! Enfermera, por favor… - dije sin resuello
Ella me miraba como si me hubiera estado esperando.
-Enfermera… necesito saber, necesito saber…
-Ya.
La enfermera, con un original peinado a lo años 80, me explicó pacientemente que sí, que había sido contagiado de cáncer por la mujer que se había escapado del hospital, que ahora padecería siempre la enfermedad hasta que me muriera, y que, efectivamente, yo también contagiaría a quien tocase. Qué horrible, no podía ser, el pecho estaba a punto de explotar, me dolía el corazón por la responsabilidad de haber tocado a los demás. Así que arrastré (sin tocarla) a la enfermera hacia el pabellón, hacia donde había encontrado a Natalia, que había vuelto y ahora ya no me miraba con la vacuidad de antes, sino recelosa y reservada. No pude aguantarle la mirada y con toda la angustia del mundo instalada en mi pecho, mirando al suelo, le pregunté a la enfermera por Natalia:
-¿Tiene cáncer?
A los pies de la enfermera (no sé cómo llegó ahí), había un extraño cubo cuadrado con agua, y Natalia, desde su rama, se asomó cautelosamente a él. El reflejo (que duró menos de un segundo) fue una copia macabra y aún más deformada de lo que era Natalia, ni rasgo de humanidad. Me taladró el corazón. La imagen y el ruido del reflejo en la extraña máquina se me habrían de quedar grabados para siempre en la memoria.
La enfermera respondió entonces a mi pregunta:
-Sí.

El Rapsoda de la ignorancia

sábado, 12 de diciembre de 2009

Caminante de aceites


Érase una vez un hombre que caminaba sobre aceite

Ser que habita en los silencios

viernes, 11 de diciembre de 2009

El amigo

"Y a menudo atacamos y nos creamos un enemigo para ocultar que somos vulnerables.
Si se quiere tener un amigo hay que querer también hacer la guerra por él; y para hacer la guerra hay que poder ser enemigo.
¿Puedes tú acercarte mucho a tu amigo sin pasarte a su bando?
En nuestro amigo debemos tener nuestro mejor enemigo. Con tu corazón debes estarle máximamente cercano cuando le opones resistencia.
¿No quieres llevar vestido alguno delante de tu amigo? ¿Debe ser un honor para tu amigo el que te ofrezcas a él tal como eres? ¡Pero él te mandará al diablo por esto!
¿Pues, qué es, por lo demás, el rostro de tu amigo? Es tu propio rostro, es un espejo grosero e imperfecto.
En el adivinar y en el permanecer callado debe ser maestro el amigo: tú no tienes que querer ver todo.
¿Eres un esclavo? Entonces no puedes ser amigo. ¿Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos."

Así habló Zaratustra


¡Ojalá todos fuésemos así: ni esclavos, no tiranos, solo guerreros! !We are soldats!

Ser que habita en los silencios

¿El enemigo invisible?

"- No sé què sóc. En d'altres temps tenia poder. Però em penso que l'he perdut.
[...]
- Si continues endavant, si continues corrent, vagis on vagis trobaràs el perill i el mal, perquè l'ombra t'empeny, escull el teu camí. Has d'escollir tu. Has de cercar allò que et cerca a tu. Has de caçar al caçador.
[...]
- I si em venç totalment- digué tot parlant amb l'Ogió, o potser amb ell mateix- prendrà la meva saviesa i el meu poder, i els emprarà. Ara només es perillosa per a mi. Però si entra dins meu i em posseix, farà un gran mal a través meu.
- Això és veritat. Si et venç.
- Encara que si torno a córrer, segur que em tornarà a trobar... I tota la meva força es perd en la fugida.
[...]

En silenci, home i ombra es trobaren cara a cara, i s'aturaren. En veu alta i clara, trencant aquell silenci antic, en Ged pronuncià el nom de l'ombra, i en el mateix instant l'ombra parlà sense llavis i sense llengua, i digué la mateixa paraula:
- Ged.- I les dues veus eren una sola veu.
En Ged estengué les mans, deixà caure la vara, i agafà la seva ombra, l'ésser negre que anava cap a ell. Llum i foscor es trobaren, i s'uniren, i foren un."

Un mag de Terramar

¿Alguna vez os habéis sentido perseguidos o cazados por vosotros mismos como un ente en vuestro interior que os amenazara, atormentara e intentara destruiros? El peor enemigo de uno mismo es uno mismo y por eso yo busco en mis amigos a alguien con quien mi enemigo se distraiga. Durante esos periodos esa voz no me ataca a mi. Aprende a soportarte, a estar contigo mismo, y serás dueño de ti.


Ser que habita en los silencios

La abominación al detalle

(Dadle a la imagen para verla grande)

Ya no soy el Kappa

sábado, 5 de diciembre de 2009

Apadrina a un quillo

Quillos, pelaos, canis, cholos, merdellones, suprimo, surmano… Tienen mil denominaciones pero comparten un rasgo en común: la falta de respeto por todo lo que les rodea. Y cuando decimos todo es TODO. ¿Es posible que un chaval con cadenas de oro como sogas, anillos del tamaño de cromos y aros en las orejas donde se podrían posar loros tropicales sea una persona de bien y respete las normas? Sí, es posible. Pero ya no sería quillo. O, al menos, cien por cien.
Apadrina un quillo y dales una educación; todos tenemos derecho a una y a ellos se les ha negado. Estarás haciendo un bien para la sociedad, ¿y lo íntegro/a que te sentirás luego contigo mismo/a?
Eso sí, debes saber que el tiempo y el esfuerzo necesarios serán colosales y también deberán serlo tus conocimientos, ya que necesitarán de intervención en campos muy diversos: educación especial, logopedia, integración social, maestro de autoescuela, historiador, profesor de anatomía… ¿Cómo si no íbamos a explicarles que el cerebro se encuentra en la cabeza, y no en el codo, para que se coloquen correctamente el casco? O que la moto está diseñada para circular sobre dos ruedas y no una. Que la distancia entre los bajos del coche y el suelo YA es la correcta, y no hace falta bajarle los faldones del coche, con la consiguiente incapacidad para circular sobre badenes, carreteras con baches o bajar una acera (es decir, en cualquier ciudad del mundo). Que el pictograma en el metro y vagones de tren con un cigarrillo y una cruz roja enorme que lo tacha no es arte abstracto, y significa NO FUMAR. O por ejemplo la enorme contradicción que existe entre sus orígenes (la mayoría emigrantes trabajadores honrados de fuera de Catalunya) y sus ideales fachas, de vivaespañismo, un racismo sin límites que sin embargo no logra disimular que se llevan bien con los mohameds que les pasan el hachís y que realmente desearían ser gitanos, como demuestra su inagotable espolio de gustos musicales, cultura y vocabulario. Cómo si no, señores, íbamos a saber que “queli” significa “casa”, “po cómeme to la polla/ to’l coño” es utilizado como respuesta cuando no han entendido lo que has dicho, y “déjame un leuro ermano” es una frase usada para entablar una pelea. Que el móvil tiene la ultra-innovadora función de poder bajar el volumen de la música y no solamente subirlo o, en su defecto, acercarlos al siglo XXI introduciéndoles en el maravilloso mundo de los cascos para escuchar música. Que no hay ningún decreto que obligue a los ciudadanos a darles un cigarro, incluso si éstos ciudadanos fuman, y que no estamos en el lejano oeste como para que anden como pistoleros. Que no es necesario hacerse respetar por la calle aguantando la mirada hasta a las madres con carricoches y a los viejos en silla de ruedas, lo cual además produce unas severas lesiones en los músculos del cuello debido a las fuertes torsiones de casi 180º a las que se ven sometidos dado el esfuerzo que supone aguantar la mirada incluso cuando los has sobrepasado y estás casi en tu casa, y que acaba degenerando fácilmente en una tortícolis crónica. Y que “olé tu uevo” no significa ni gracias, ni ánimo. O simples lecciones matemáticas para mejorar sus conceptos de igualdad y cobardía/valentía: CUATRO canis pegándole el palo a UN tío NO está equilibrado, y TRES pelaos con navajas contra DOS tíos desarmados NO tiene mérito. Ni que el concepto de hombría percibido por el sexo contrario sea proporcional a la cantidad de insultos de temática sexual que le puedas escupir en el menor tiempo posible (véase “te comería el coño y me cosería el culo pa no cagarlo, niñaa!”, por ejemplo). Y que los chándales se usan principalmente para hacer deporte y estar por casa, no para: el día a día, trabajar, ir a la escuela, el día a día, fumar porros en la plaza, ir a la comunión de tu sobrina, ducharse, el día a día, comer en casa de tu abuela, dormir, ir a una entrevista de trabajo, el día a día, ir al cine, acudir a tu propia boda… en fin. Y que las gorras rosas, las camisetas de tirantes cuatro tallas más pequeñas y las bambas con quince centímetros de muelles las dejamos para Carnaval. O que no tenemos ninguna enfermedad neurodegenerativa ni ningún tipo de vínculo familiar como para que al final de cada frase producida se refieran a nosotros como “lokóh” o “primoh”.
Pero no todo lo que aportan los quillos es necesariamente negativo. Nosotros también tenemos mucho que aprender sobre su cultura. Por ejemplo, debemos postrarnos ante la creación de un nuevo idioma: el Surmanio. El Surmanio, al igual que ocurrió con el nacimiento del castellano a partir del latín, proviene de los más bajos sustratos del andaluz (o eso es lo pretendido), mezclado con jerga caló y una progresiva eliminación de las consonantes intervocálicas para repeler cualquier pretendido neófito en la materia. ¿A qué si no, se podría deber que escuchemos en un mismo vocabulario expresiones como “que dise er tio?” a modo de “hola”, “jambo” al referirse a cualquier sujeto o “neeeengg”, único préstamo procedente del catalán, que indica el rango en la escala de suprimismo o surmanismo en relación a la cantidad de rato que mantengas la “e” del “neng” (a mayor rato con la e mantenida, mayor jerarquía en la escala cani). El Surmanio debe su nombre a la expresión “su hermano” adaptada del castellano, lenguaje originario. Gracias a esto, hemos tenido acceso a una parte importante de la gramática y léxico surmanio, al descubrir que: “tu sae quién e mi primoh?” es una frase utilizada para intimidar al personal, y con “tu que la pegao a mi primo?” uno no debe sentirse calumniado: NUNCA es su primo, es más, se han visto una vez.
Otro rasgo característico del surmanio es la sustitución del fonema “r” en detrimento de la “l” actual en el determinante artículo; de esta manera, al referirnos a nuestros primos lo haremos como “er Rober” o “er Mígue”. De la misma forma, “sae k te kieo desí o no” es una coletilla habitual utilizada por estos magnates de la cultura; se cree que su uso es debido a que, dado su alto coeficiente intelectual, tienen que asegurarse que los interlocutores han entendido bien su explicación antes de pasar a la siguiente.
Según estudios oficiales de la RAE (Real Academia de la lengua Española), en unos cincuenta años el castellano como tal habrá desaparecido y todos hablaremos Surmanio.
Pero toda nueva lengua necesita de una escritura… mejor! Y aquí entra una de las mayores genialidades jamás concebidas por los canis: la escritura chola. Por eso queda más que demostrado que hace falta un intelecto superior como para ser capaces de encriptar cualquier mensaje (por simple que sea) con la finalidad de ser entendido exclusivamente por interlocutores que dominen esa misma forma de escritura. La gracia consiste en que, contrariamente a lo que sucede en el lenguaje oral, aparezcan el mayor número de consonantes posibles, hasta el punto de que parezca alemán y sea ininteligible. De la misma manera, en oraciones cortas que no permiten demasiado tunning morfológico, se optará por rellenar con simbología quilla y emoticonos absurdos que no vienen al caso. Así, si deseamos escribir por ejemplo, “la cuchara”, deberá leerse: =A= (kk) (L) lAaaÁhh ;) ¬¬ Ks$haRrÁaahh (tkk) :O xD =A=. Como bien os habréis fijado, los pros son abundantes: la escritura es jeroglífica y solo puede ser descifrada por otro quillo, desarrolla la imaginación y la creatividad y es macarra a piñón; por contra: necesitas dos horas y media para expresar una frase simple de cuatro palabras.
Del mismo modo, un quillo que se haga respetar entre sus iguales necesita de un nombre bien potente para ser identificado y entrar en la escala quíllica. El Surmanio ofrece amplias opciones creativas ajustadas a unos pocos pasos que todos podemos seguir, a saber: primero de todo necesitamos saber nuestro nombre; si no es un nombre cholo (o susceptible de serlo) como Jonathan, Kevin, Miguel, Roberto, Pablo, Juan o demás, podemos adoptar uno de estos sin problemas. El segundo paso es adaptarlo al Surmanio acortándolo, porque como ya sabemos la principal regla del lenguaje oral se basa en que cuanto más cortas y vocálicas sean las palabras, mejor. De esta forma, los nombres anteriormente citados quedarían más o menos así: Jona, Kevi, Mígue, Rober, Juanito, etc. Ahora ya tenemos el nombre, no olvidemos añadirle el mencionado artículo surmanio: “er”. Una vez llegados a este punto, y para distinguirnos del resto de Jona’s, Jenny’s y Rober’s, debemos seleccionar un adjetivo potente que nos identifique, y debe encontrarse en esta lista: moreniko, rubiko o pelirrojiko (éste último para canis jefes solamente, dado que es muy fácil que no se te respete de buenas a primeras con él) shulo, reshulón, reshulako y reggaeton (no es un adjetivo, pero sirve). Los pelaos más respetados tienen licencia para pillar hasta dos de estos adjetivos en un solo nick, aunque es nivel muy avanzado en la jerarquía cani. Ya casi estamos: lo siguiente es hacer un tributo al agujero del cual salimos, y si no es una ciudad quilla por excelencia, pon una de éstas igualmente: Sabadell, Rubí, l’Hospitalet, Badalona, Cornellà. ¡Ya estamos, quinqui! Lo último que nos queda, para tunearlo un poco, es personalizarlo con uno de nuestros exquisitos lugares de reunión entre suprimos habitual: Pont Aeri, Scorpia, Area, Xque, Space of Sound, la Madame. O si somos quillos más del tipo tiraos de barrio, también són aptas las marcas deportivas que vestimos: Adidas, Nike, Londsdale, Alpha o Kolapso. ¡Y listo, ya tenemos un lugar en la escala cani, ya podemos salir a la calle y que nos identifiquen los coleguitas! Sería más o menos así:
-Ira, primo, ande viene [[//éEëR 7 =A= xDD (L)@(L)# RöÓBbbÉehHh# (S) %XQUE%7 (MmóR€€nIK0700ooO0hh(F)7 =A= (viv@españa)/= RrE€Ss$hhuLÓnnNG! ¬¬’ 7(tkk vane) *] DdÉ€ //:O S$sh/aÄ0=A=BAdée€hhH!(L)Ç}7//]]
(Si habéis identificado “er Robeh morenikóh reshulong de Sabadeh” aquí os felicito y os hacéis una idea de lo que me ha costado escribirlo, fuera bromas!)
Ahora ya tienes la información cultural necesaria sobre los canis, sólo te falta identificarlos: Normalmente suelen ser sujetos de estatura modesta, pues al tiempo que dejan el biberón se enganchan irremediablemente al tabaco y a destrozarse en los gimnasios, actividades muy recomendables cuando no se quiere superar el metro sesenta y cinco de altura. Pero este defecto es compensado con grandes bambas de muelles o cámaras de aire a modo de botas drag-queen pero más callejeras, que les otorgan los de diez a veinte centímetros restantes necesarios (sí, de diez a VEINTE cm). Otro rasgo anatómico identificativo es que siempre procuran mantener las extremidades alejadas del tronco, me explico: andan con las piernas separadas por si tienen que echarse a correr para apalizar a alguien e igualmente sucede con los brazos, aunque en este caso es debido a que la masa muscular de los bíceps rebota contra el tronco y hace que el antebrazo no se pueda acercar a éste. En la fisonomía facial, cabe destacar los ojos desorbitados y el tabique nasal torcido, hundido o inexistente, ambas taras producidas por el consumo indiscriminado de cocaína, o “farlopa” o “farla” como se diría en surmanio. Cabe destacar el moreno ultra-bronceado-12-meses-al-año que suelen dar las 15 horas de calle diarias, y que no es otra cosa que complejo hacia los gitanos por ser, al fin y al cabo, de origen piel-pálida. Respecto a la cabeza, cabe destacar el exitoso y nunca pasado de moda peinado estilo sartén hecha trizas o cenicero, consistente en dejarse unos pelos absolutamente ridículos alrededor del cráneo que se mantienen permanentemente erguidos pase lo que pase (extraño fenómeno estudiado por científicos de alrededor del mundo, que corroboran que solamente se da en suprimos, pues en las personas normales con la gomina de toda la vida no aguantan tiesos, pruébenlo si no). Si estos pelos están pintados de colores también ridículos, como el amarillo fosforescente, mejor. Como alternativa surgida hace poco, encontramos también el peinado al estilo periquito o cacatúa, consistente en un tupé de aproximadamente dos palmos de altura (sin exagerar), con el resto de cabellos pegados estratégicamente al cráneo con grandes dosis de brillantina y horterismo. Es un peinado popularizado por Cristiano Ronaldo, y al cual admiro sinceramente, porque no me explico cómo un tupé tan desproporcionado puede mantenerse erecto sin que se mueva ni un solo pelo cuando yo tendría que alisármelos y darles dos horas de plancha para que queden un poco tiesos, y ni por esas. (Otra inequívoca prueba de la inteligencia superior del surmanismo, dado que han desarrollado una contra-teoría que tira por tierra la ley de la gravedad del friki de Newtong). También encontramos los clásicos peinados de “el último mohicano” (especialmente dañino a la vista) y “Camarón”.
Por lo que respecta al atuendo, los identificaremos rápidamente por el típico pantalón Adidas dos tallas más pequeño con las cremalleras posteriores desabrochadas, dejando ver los calcetines blancos y las bambas de muelles Nike originales, y unos chándales igualmente pequeños Adidas, Nike o marcas más cholas como PitBull o Londsdale. En invierno, la Alpha (anteriormente conocida como Bomber) es de uso obligatorio, así como las camisetas de tirantes ajustadas hasta el punto de no permitir una respiración normal en épocas de verano.
Ya puedes identificar al pelao por su atuendo y su fisonomía, ahora pon atención a los complementos: el quillo debe ir como su coche: completamente tuneado. Tatuajes insultantemente horteras (preferiblemente dragones, letras chinas que no saben lo que quieren decir, conejos de playboy y motivos talegueros que demuestren su dureza, u horribles “retratos” de su madre, su novia, su hermana o Jesucristo para que veamos su lado más sentimental y pasional), aros, pendientes, pulsares, collares, cadenas, sellos, nomeolvides, anillos, pulseras, cordones o cualquier cosa que te puedas poner y esté pintada a fin de que parezca de oro auténtico. Recuerda: nada de plata. Todo oro falso (o verdadero, según tu rango en la jerarquía cani). Si lucen navajazos o, mejor, algún balazo, hablamos de quillos-máster. Y por supuesto piercings, muchos piercings; no importa si duelen, quedan bien o te desfiguran el rostro, es sólo el simbolismo (volvemos al tema inteligencia). Cuantos más piercings lleven, y en lugares más juntos, más puntos consiguen. Por ejemplo: un piercing en la boca, uno en la oreja y otro en la ceja: tres puntos. Dos piercings en las oreja y un aro de oro con cruz: cinco puntos. Cuatro piercings rodeando la boca: diez puntos! Y la reostia: cuatro piercings alrededor de la boca y dragón chino subiendo por el cuello: veinticinco puntos. (Escala real de valores en la jerarquía cani, avalada por un estudio de la Universidad Surmana de Cornellá).
Si los piercings están en lugares que no se ven a simple vista, no te preocupes, amigo cholo, valen igual e incluso más: pezones, nuca, brazo, punta del nabo. Todos aptos, todos geniales!
Como complementos también contamos sus mascotas (pitbulls que, preferiblemente, hayan agredido a uno o varios vecinos y con una orden de ejecución), que llegan allá donde ellos no llegan, y sus parientas: las cholas (este tema es tan amplio que daría para otra actualización entera).
Ya conocemos al cholo, su forma y sus gustos en el atuendo, profundicemos ahora en su territorio, ¿por dónde i cómo identificamos un quillo? Normalmente, los cholos se distribuyen en pandillas por las plazas de sus barrios. Los veremos sentados en el respaldo del banco con los pies en éste (¿hay una forma más estúpida de sentarse en un banco? Y ojo, que todos lo hemos hecho) y un porro o, en tiempos de crisis, un cigarro o varios a la vez en la boca. Por todo el oro que llevan encima, relucen a la luz del sol durante el día y a la luz de las farolas durante la noche, con lo cual es aconsejable protegerse los ojos cuando nos acerquemos a su grupo. Su dieta consiste exclusivamente en pipas saladas, con lo cual una alfombra de pelas de pipas nos indicará su posición exacta. Normalmente veremos también un coche con todas las puertas abiertas en medio de la misma acera para que no estén desprovistos de su música farlopera; de esta manera, si el pasar a su lado se hace obligado, a parte de las gafas de sol para que no nos deslumbren sus alhajas, recomendamos también unos buenos tapones de cera marca el “oso gris”. También veremos dos o más pitbulls/rottweilers/dobermans destrozándose la garganta a modo de divertimiento para los quillos y una manada de chavales de siete u ocho años que se dedican a insultar a las abuelas y pedirles fuego a los ciudadanos de bien: son los benjamines del grupo, los futuros amos del asfalto. Lo normal si no está la pelea de perros sería también una carrera en motos (haciendo el caballito, por supueso) allá donde los niños de preescolar juegan en la tierra o los abuelos descansan tranquilos, bajo amenaza de muerte a éstos si se les ocurre abrir el pico para quejarse. Una importante labor pro-social que desarrollan antes de irse de esas plazas o parques los quillos consiste en unas cuantas xibecas vacías y condones usados que se romperán y distribuirán estratégicamente por el entorno para que el resto de vecinos podamos sentirnos a gusto en el barrio. Para desplazarse entre esas plazas o parques, los cholos que no dispongan de moto trucada (normal tampoco vale) utilizan el metro o el tren, siendo fácilmente identificables porque son los ÚNICOS idiotas que fuman en él (a pesar de que normalmente ni fumen). La Universidad de Surmania también se jacta de haber creado el definitivo “hombre con banda sonora incorporada”, consistente en un móvil a todo trapo incorporado de serie en el quillo, que se activa en el vagón para que a todo el mundo le quede muy claro que le gustan Los Chunguitos, Camarón, Los Chichos, Don Omar y Nikky Jam.
Como aficiones cholas cabe destacar el drogarse más que comer, hacer botellón en la calle, dejar la escuela a una edad respetable (entre los cinco y los seis años está bien), procurar no trabajar nunca, y si lo haces, que sea para comprarte un coche tan potente que en la vida acabarás de pagar, tunear dicho coche si aún te sobra dinero, y sobretodo pegarle el palo a alguien para que te respeten, y provocar peleas callejeras, grabarlas con el móvil y colgarlas en youtube (pronunciado tal cual se escribe, si no, no vale).
Los podemos ver merodeando ciudadanos de bien cuando no andan demasiado colocados, y concentrados en macro-fiestas o raves, procurando siempre beber y drogarse a tope hasta perder cualquier rasgo de humanidad restante que les pueda asemejar a personas humanas y convertirse en sacos de mierda sin cerebro. (Vale, la verdad que ésta me la tenía guardada).
Así que éste, amigos, es el tratado de “apadrina a un quillo”. Por las razones expuestas, y muchas otras, debemos ayudar a paliar las anomalías educativas de este pobre pueblo, es responsabilidad de todos! Propón campañas para su integración en la sociedad! Anímate, apadrina a un quillo! A continuación, detallamos unas pequeñas excelencias de nuestro amplio catálogo entre las que nuestro querido cliente podrá seleccionar para apadrinar:
Con éstos va a hacer falta mucho trabajo, pero se ven tíos majos.

Posando con el instrumento cani de hacer amigos.

Innovador y maravilloso a partes iguales. Recomendémoselo a nuestras abuelas!

La colección Pokemon en oro contrachapado.

Este hombre tiene cara hasta de buena gente!

Boda cani: a la izquierda un calippo lima-limón y en el centro la expresión del novio-quillo impagable.

El cani más famoso de nuestro tiempo. Atención (cuando las gafas, pendiente y flor os lo permitan) en la gorra con "CR7", por si se le pierde al chaval quizás.

Jugando al fútbol pase, pero esa esa chulería y esa pose son más propias de la salida de Area Concor. Si me lo cruzara por la calle, probablemente echaría mi mano a la cartera.

Cristiano Ronaldo versión barrio.

Sí, hijo, sí. Como para currar cada día en el aeropuerto.

Éste necesita urgentemente que lo apadrinen, porque su nivel socio-económico es tan bajo que se ve obligado a robarle el top a su hermana de diez años para vestirse. Ayúdenlo.

Dejaré de comentar porque las imágenes hablan por sí solas.

"Finalmente, el mundo sucumbirá al quillerismo" o "qué habría pasado si Obama hubiese nacido en la plaza España de Sabadell?"
El Rapsoda de la ignorancia

viernes, 4 de diciembre de 2009

El erizo y la rata

Una vez una rata se enamoró de un erizo viendo en él a un semejante, pero a primera vista no se dio cuenta de uno de sus rasgos principales. La rata se pasaba el día pegado a él y sufría mucho por sus pinchos y el erizo no se quejaba porque la rata hacía todo lo que el erizo le pedía aunque tampoco estaba contento con que sufriera. Los daños que recibía la rata cada vez eran mayores pero no se quejaba al erizo, él era como era y no tenía la culpa. La rata se autoengañaba creyendo que podría eliminar sus pinchos y convertirla en rata. Sin embargo, los dos roedores sabían que aquella relación era perjudicial para la rata pero ninguno decía nada y el erizo quiso creer que a la rata no debía dolerle tanto y se sorprendió de su bondad y cada vez se acercaba más a ella temerariamente. Pero lo cierto era que la rata sufría mucho y empezó a darse cuenta de que aquella relación la estaba destruyendo, aunque quería demasiado al erizo para decirle nada y se dijo durante demasiado tiempo que tenía que continuar adelante porque no era justo para el erizo que ella lo abandonase. El erizo pensó que la rata era una buena amiga, pero también se engañaba porque sabía que la rata no podía estar con él, aunque su compañía era demasiado halagadora y beneficiosa para él.

Al final, un día, tras muchos meses, la rata se cansó de sufrir y muy dolida no tuvo mejor idea que empujar al erizo fuera de él contra una piedra. La rata huyó herida, asustada y odiando al erizo por no poder estar con él. El erizo no entendió nada pero también resultó muy herido y desconfió mucho a partir de entonces de las bestias que intentaban ser nobles. No parecía consciente de que sus pinchos ahuyentaban a muchas bestias. La rata volvió después para pedir disculpas y ver como estaba el erizo sintiéndose muy culpable pero fue muy mal recibida porque el erizo no entendía porqué la rata había actuado con violencia. La rata se hizo responsable de sus acciones, dándose cuenta de sus errores, y asumió su dolor y su culpa como castigo y lección. Decidió no acercarse al erizo por vergüenza y porque había demasiado dolor en aquella relación y temía que hubiese más. El erizo, también muy dolido, consideró a la rata un animal vil y cobarde como cualquier otro y se dijo que todas sus buenas acciones habían sido interesadas y falsas. Él con la conciencia tranquila de no ser culpable de ser un erizo, ella miserable por haber invertido tanto tiempo con un animal que tan poco le convenía y encima haber acabado dañándolo. O eso creyó entender la triste rata.

Fin de la historia

Ser en proyecto

Dolor: la tragedia del lenguaje

Hoy he oído a alguien en el bar decir (lo cual en parte me ha llevado a esta reflexión):

"Siempre buscas las cosas buenas de la gente. Si eres demasiado bueno te la darán por delante, por detrás y por en medio."

El dolor destroza el mundo, hace a las personas egoístas, desconfiadas, reticentes a querer a otras personas. Y nos lleva al odio y a culpabilizar a otros, a responsabilizar a otros del dolor que sentimos para decirnos que nosotros hicimos todo lo que pudimos y más pero los demás no lo hicieron porque fueron egoístas y eso nos hace ser egoístas también a nosotros, porque nos decimos que es la única forma de sobrevivir y conseguir ser felices. Y es un ciclo destructivo, una espiral que ahonda más y más en la desconfianza cuanto más dolor se siente. Y ya nadie se cree a nadie y odiamos las palabras, que no significan nada, pero tienen mucho poder cuanta más autoridad le damos a la persona que las pronuncia... y uno actúa en vez de hablar para que le crean, pero ni los actos tampoco se creen al final cuando el daño es demasiado grande.

Todos sufrimos, pero intentar entender el sufrimiento del otro supone un sacrificio que cada vez menos personas están dispuestas a llevar a cabo. Así que tendemos a eliminar aquello que nos daña, a borrarlo de nuestras vidas, a olvidarlo o destruirlo mediante más palabras crueles, venganzas y mezquindad que se liberan ante dolores largamente reprimidos, heridas antiguas mal curadas, llantos silenciosos en soledad que nadie consuela y ennegrecen nuestra alma... Y el bien y el mal se difuminan y se convierten en un gris indefinible que nadie se esfuerza por comprender demasiado. Y la sensación de incomprensión, real o imaginada, crea monstruos crueles, locos e hijos de puta. Y cuando el dolor que sufres no parece suficiente castigo otros sacuden aun más tu conciencia poniendo el dedo en la llaga o privándote de tus libertades. Y queremos ser queridos y comprendidos, pero nunca es del todo suficiente, porque el lenguaje nunca es suficiente para expresar nuestras sensaciones, sobre todo las más entusiastas y las más lacerantes.

¿Quien se pone en la piel del otro? Esforzarse por comprender al otro es un acto de amor extremadamente costoso, más cuanto más hemos sufrido, y la humildad que requiere puede llevarte a la autodestrucción cuando ves que no te quieren de la misma forma que tu lo haces y cuando te das cuenta que comprender al otro supone una carga sobre tu conciencia, un esfuerzo intelectual y emocional enorme. "Y como nadie lo va a hacer por mi yo tampoco", nos decimos aliviados. ¿Ser bondadoso para qué? Por el placer para uno mismo, sin retribución, eso sería lo ideal.

Nuestra mente simplifica, estereotipa y es injusta para seguir adelante y al final tendemos a distanciarnos de las personas poco a poco, establecer vínculos frágiles que no nos comprometan mucho, para reducir los daños de los impactos. Y ante la falta de compromiso mayor es la desconfianza y aumentan los cuchicheos como puñales invisibles que avanzan hacia tu espalda. Pedir perdón se convierte en un insulto porque no eres creído y te das cuenta demasiado tarde. Y nadie te recuerda por cuando comprendiste tú a pesar del daño que te hacían y todas tus bienintencionadas acciones son sustituidas por esas palabras movidas por el dolor recibido que más dolor provocaron. Y todos acaban saliendo salpicados por el dolor que tan insoportable puede resultar.

Nuestra mente simplifica y es injusta para hacer la realidad más soportable. Y así ya no hay culpa, y el dolor se convierte en rabia porque todos sabemos que "no merecemos sufrir y sí merecemos ser queridos". Y si no sucede así ha de haber culpables, y no siempre los hay, o pensamos que el mundo está muy mal y nos excluimos de él en esta reflexión, pero nuestra mente busca a los culpables y les pone cara y los persigue para cazarlos y liberar su angustia en forma de bala.

Y ves como dos buenas personas se destruyen porque no se han sabido entender y comprender hablando el mismo idioma, y se han querido de formas diferentes y se han hecho mucho daño sin desearlo realmente y las heridas producidas pueden ser demasiado graves para que el tiempo pueda llegar a curarlas del todo. Ésta es la tragedia del lenguaje, una tragedia humana.

¿Y ante todo esto que se puede hacer al fin cuando el perdón ya no sirve?

Apechugar, dicen, y silencio, silencio, silencio dejando que pasen los meses.

Ser en proyecto