Escarcha mental nació una noche en un banco en medio de una plaza. Nació en el frío y en la oscuridad. El nombre no gustaba a nadie. Parecía absurdo. Y luego fue algo demasiado constitutivo de sus integrantes. Demasiado cierto. Su creador fue un tipo que quería realizar una empresa conjunta con dos amigos. Se trataba de hacer algo creativo e interesante que recalentase espíritus apagados. Queríamos resucitar a los muertos empezando por nosotros mismos: una idea funesta, fáustica e increíble. Una producción personal y al mismo tiempo en equipo.
La escarcha mortal despuntaba en nuestras palabras y en nuestros actos como una hoja afilada y punzante cuya naturaleza era necesariamente lacerante. Tres hojas frágiles, volubles y vulnerables. Espadas mal templadas, melladas y sin vigor. Puntas ennegrecidas, bordes redondeados y quebradizos. Pero cuando se juntaban se abrigaban mutuamente, burlaban durante un tiempo el descenso de las temperaturas. Se refugiaban el uno en el otro de la intemperie, de esa fina capa de hielo que cubre el ánimo y lo apaga en una gélida mazmorra cuyos pequeños trozos son tan bellos como cortantes. Ese cascarón que era la escarcha mental reaparecía en el silencio de la soledad. Salir al exterior implicaba cortarse con el filo del propio huevo roto, desnudarse, exponerse y vivir la muerte. Y esa membrana dura y traslúcida era reblandecida por la compañía del amigo. La palpitante llaga era entonces soportable arañazo, una manta árida que arropaba y una brisa cálida que reconfortaba en el vacío mutuo.
Después de un tiempo de saberse desnudo, lo que te abre los ojos te deja desnudo, uno se olvida y se vuelve a creer vestido, protegido. Pero no es así. Y es esa fe, esa esperanza titilante y tenue, la que nos hace levantarnos cada mañana y creer que el nuevo día, soleado o lluvioso, será mejor. Y nosotros así también somos más fuertes. Esa esperanza no se apaga, porque es muy débil y no destaca. Y nadie la destruye porque es humilde. Tan poco se ve que nadie se acuerda. Igual que cuando cierras los ojos puedes crear luz en tu mente aun cuando estés ciego.
Yo, el Fénix, uno pequeño, muy pequeño aun, me enciendo con esa pequeña llama llamada esperanza. Echo el vuelo cada mañana deshaciendo el hielo de la escarcha que abriga mi mente por la noche, en la cama donde el pensamiento oscurecido niega, cierra y apaga. Y en cuanto mis alas se abren un viento las aviva y cobran fuerza. Está amaneciendo y con los primeros rayos de la mañana escarcha mental ya apenas es lo que fue. Ahora corre como agua tebia semiderretida por las humeantes brasas de mi flamígera cabellera. A veces aun escuecen los recuerdos y el fuego tarda en encenderse. Parece que cuesta volar en algunos días de tormenta pero los azotes del cielo ya no me derriban nunca del todo. Siempre será difícil ser libre y no tener miedo.
Por eso escarcha mental nunca muere.
El pequeño fénix
La escarcha mortal despuntaba en nuestras palabras y en nuestros actos como una hoja afilada y punzante cuya naturaleza era necesariamente lacerante. Tres hojas frágiles, volubles y vulnerables. Espadas mal templadas, melladas y sin vigor. Puntas ennegrecidas, bordes redondeados y quebradizos. Pero cuando se juntaban se abrigaban mutuamente, burlaban durante un tiempo el descenso de las temperaturas. Se refugiaban el uno en el otro de la intemperie, de esa fina capa de hielo que cubre el ánimo y lo apaga en una gélida mazmorra cuyos pequeños trozos son tan bellos como cortantes. Ese cascarón que era la escarcha mental reaparecía en el silencio de la soledad. Salir al exterior implicaba cortarse con el filo del propio huevo roto, desnudarse, exponerse y vivir la muerte. Y esa membrana dura y traslúcida era reblandecida por la compañía del amigo. La palpitante llaga era entonces soportable arañazo, una manta árida que arropaba y una brisa cálida que reconfortaba en el vacío mutuo.
Después de un tiempo de saberse desnudo, lo que te abre los ojos te deja desnudo, uno se olvida y se vuelve a creer vestido, protegido. Pero no es así. Y es esa fe, esa esperanza titilante y tenue, la que nos hace levantarnos cada mañana y creer que el nuevo día, soleado o lluvioso, será mejor. Y nosotros así también somos más fuertes. Esa esperanza no se apaga, porque es muy débil y no destaca. Y nadie la destruye porque es humilde. Tan poco se ve que nadie se acuerda. Igual que cuando cierras los ojos puedes crear luz en tu mente aun cuando estés ciego.
Yo, el Fénix, uno pequeño, muy pequeño aun, me enciendo con esa pequeña llama llamada esperanza. Echo el vuelo cada mañana deshaciendo el hielo de la escarcha que abriga mi mente por la noche, en la cama donde el pensamiento oscurecido niega, cierra y apaga. Y en cuanto mis alas se abren un viento las aviva y cobran fuerza. Está amaneciendo y con los primeros rayos de la mañana escarcha mental ya apenas es lo que fue. Ahora corre como agua tebia semiderretida por las humeantes brasas de mi flamígera cabellera. A veces aun escuecen los recuerdos y el fuego tarda en encenderse. Parece que cuesta volar en algunos días de tormenta pero los azotes del cielo ya no me derriban nunca del todo. Siempre será difícil ser libre y no tener miedo.
Por eso escarcha mental nunca muere.
El pequeño fénix
Uau!!
ResponderEliminarQué pesadumbrez motivada por la esperanza. Fantástico, Fénix el Gato!
Fántastico el juego de palabras escarchamental/mortal y la unión de ello con el Fénix. :)
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