La amistad es nuestra religión; Nadie, nuestro Dios; y la ignorancia, nuestro templo. Bienvenidos.

domingo, 31 de enero de 2010

Noche de techo

He pasado una noche de techo. Es decir, mientras estaba intentando dormir, o ya no sé que estaba intentando hacer porque he centrifugado más en la cama que mi lavadora, he conseguido tranquilizarme un poco y mirar al techo oscuro que por cierto tiene muy mala conversación. Pues es en esta tan improductiva como angustiosa noche he empezado a desarrollar ciertas teorías tan cansinas como medio olvidadas ya tras varias horas de insomnio.

El caso es que me daba cuenta de que no conozco a nadie que esté contento con la vida que lleva y hasta le gustaría ser otra persona. Retomando una de mis primeras actualizaciones en las que hablaba de que todos medimos nuestro éxito por el fracaso de los demás, y es una frase que conviene recordarse cada tanto, me daba cuenta de que quien no tiene falta de salud, está en el paro, tiene un hermano drogadicto, una madre muerta, es pobre, es feo, le falta el amor (o simplemente sexo), amigos, o inluso un poco de todo esto, y pues todos encontramos motivos para quejarnos y lamentarnos, aunque parece que hoy eso de contarle tus penas a alguien sea de débiles y pusilánimes y no basta con ser fuerte sino que hay que parecerlo. A lo mejor en la práctica por parecerlo te lo acabas creyendo, como el que interpreta un papel en una obra de teatro y la acaba viviendo o se obsesiona con su trabajo. El lenguaje es muy revelador. Decimos cada vez más soy panadero o médico o lo que sea, no trabajo de panadero o de médico o de lo que sea. De la misma manera para ser valiente o fuerte o tomar cualquier otra actitud quizás también debamos decir que lo somos aunque sea mentira. Aquí es donde quería llegar.
Esa mentira no es tal cosa. O mejor dicho un autoengaño prolongado puede convertirse a la larga en una realidad. Se le llama efecto pigmalión o profecía que se autocumple cuando a base de creer en una ficción se acaba realizando.

Otra teoría que me pasaba por la cabeza es que el otro día leía en cierto libro destruido por mi perro que el ser humano necesita clasificar y estereotipar todo lo que ve para aprehenderlo, dominarlo, hacérselo comprensible dándole su propio sentido, significado, particular. Esto nos lleva, como demostraré, a un mundo cada día más superficial. Bien, algunes argüirán todos lo hacemos, el viejo argumento nefasto de la culpa compartida que por ser general nos exculpa a todos. ¿Cual es la diferencia entonces en que yo lo exponga aquí, y que lo sepa pues, a otro que no lo sepa si todos clasificamos igual? Pues que al menos yo puedo intentar evitarlo en la medida de lo humanamente posible y limitar las reacciones de dividir la sociedad por clases, tipos y demás. Los italianos son apasionados, los gitanos llevan el baile en la sangre, etc. chorradas de esas, cuando si nos miramos al espejo y nos comparamos ya no con nuestro compatriota vecino caucásico de clase media como nosotros, sino con nuestro mismo hermano o padre, vemos diferencias abismales de físico y carácter. ¿Por qué aplicar a los demás una posición, status o lugar en la sociedad cargada de valores solo por su etnia, lugar de procedencia, comida o cultura que consume (ropa que lleva, música que escucha, etc.)? "Pareces un..." ya es síntoma de pobreza mental. Esa es una actitud de racismo cultural (eres lo que consumes y forma parte de ti de por vida) y yo creo que a pesar de que muchos lo sabemos o sospechamos al menos seguimos aplicando esas simplificaciones tan marginatorias, segregadoras, prejuiciosas y en definitiva injustas que sin duda crean unas mentalidades empobrecidas. Porque sabemos perfectamente que ponernos unas botas de cuero y raparnos la cabeza no nos convierte en skins: solo es un puto disfraz, una apariencia. Sabemos perfectamente que nosotros mismos no somos simples y cambiamos constantemente de humor y de ser y, pues, ¿qué sentido tiene meter a alguien en una casilla? Aquí radican muchos odios y violencias sociales y ver algunos programas de televisión como Aida o el telediario de Antena 3 no hacen más que profundizar en ese orden social estúpidamente organizado, de buenos y malos, de guapos y feos, de derechas e izquierdas, que no hacen más que legitimar una ficción hasta el punto de hacerla realidad (y aquí uno mis dos teorías). En efecto, hemos llegado al punto de que consideramos que algo es real si se parece a la ficción.

¿Yo? Invito a que, sabiendo esto, juguemos todos a probarnos cada día un disfraz diferente y comprobemos como reacciona de forma simple la gente a nuestro alrededor. Si aciertan con el disfraz es que nuestro mundo es tan superficial como creemos y entonces solo quedará aprendernos el código de moda para no quedarse desfasado, rezagado, y cumplir con la demanda social si se quiere triunfar socialmente.

Y hasta ahí llegó, que yo recuerde, mi noche de techo.

Estudiante a peregrino.

sábado, 30 de enero de 2010

Automatic Lover - Dee D. Jackson

Estaba escuchando la mejor radio del mundo, M80 Radio, cuando he empezado a oír una canción que me ha apresado en una orgía de música pre-electrónica, Gea y Eros de lo que es hoy la música actual.
Se llama "Automatic Lover", cantada por Dee D. Jackson en 1978. ¡Disfrutad de esta regresión en el tiempo!


Carl Winslow
(sí, el poli de "Cosas de Casa")

Homenaje a la muerte de uno de los grandes

Para quienes quieran saber más:

El País

Estudiante a peregrino

lunes, 25 de enero de 2010

Razones para escribir

NOTAS SOBRE LOS ESCRITOS DE

LITERATURA FANTÁSTICA

H. P. LOVECAFT


"La razón por la cual escribo relatos fantásticos es porque me producen una satisfacción personal y me acercan a la vaga, escurridiza, fragmentaria sensación de lo maravilloso, de lo bello y de las visiones que me llenan con ciertas perspectivas (escenas, arquitecturas, paisajes, atmósferas, etc.), ideas, ocurrencias e imágenes que pueden hallarse en el arte y la literatura. Mi predilección por los cuentos sobrenaturales es debida a que encajan perfectamente con mis inclinaciones personales; uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la suspensión o violación momentánea de las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos aprisionan y frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que ahora se hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de mira. Estos cuentos tratan de incrementar la sensación de miedo, ya que el miedo es nuestra más fuerte y profunda emoción, y una de las que mejor se presta a desafiar los cánones de las leyes naturales. El horror y lo desconocido y extraño, están siempre firmemente conectados, tan íntimamente unidos que es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de las leyes naturales, de la alienación cósmica y de lo venido del exterior sin hacer énfasis en el sentimiento de miedo y terror. La razón por la cual el factor tiempo juega un papel tan importante en muchos de mis relatos es debida a que es un elemento que vive en mi cerebro y al que considero como la cosa más profunda, dramática, espantosa y terrible del Universo. El conflicto con el tiempo es el tema más poderoso y prolífico de toda expresión humana."





Estudiante a peregrino

domingo, 24 de enero de 2010

Somos Gracia

La conquista definitiva de la independencia. La independencia es como un caballo salvaje, por un lado primero debes hacer que se habitúe a tu presencia, y luego cuidar de él y satisfacer las necesidades de ambos, sois uno, jinete y caballo, y por tanto estáis solos; por otra parte, montarte en el lomo de ese caballo salvaje y galopar, galopar sin rumbo ni dirección, sin importarte si es de día de noche o hace frío, sólo galopar, admirando vuestras sombras en la montaña y disfrutando del viento en la cara, el manto de las estrellas la única luz. Esa sensación es impagable. Por eso vale la pena intentar domesticar ese caballo salvaje que es la independencia, con sus dos caras. Eso es lo que echo de menos.
Echo de menos llegar de la universidad a las tantas de la tarde, el estómago rugiendo de hambre, y descalzarme dejándolo todo por en medio sin preocuparme, poner una pizza al horno y estirarme cuan largo soy en el sofá sin que nadie me diga nada a fumarme un porro con todas sus caladas, con todo su humo, potenciando ese hambre porque sé que la comida se cocina por mí.
Echo de menos levantarme a las tantas y ducharme el rato que me dé la gana, primero con agua hirviendo, luego fría como el hielo, aún a sabiendas que llego tres horas tarde a la uni, y salir a la calle sorteando a coches y transeúntes como si de una carrera de obstáculos se tratara, buenos días Barcelona! Llegar al metro o al tren y rezar, no para tener sitio, sino para lograr entrar, a presión, los cuerpos sometidos a posturas inverosímiles durante horas al día. Sí, eso también lo echo de menos: el ruidoso metro a reventar, con la gente tan diferente en él, ahora te fijas en la señora gorda, ahora en el heavy colgado, ahora en el sudaca que pasa la gorra, y hasta en el rumano que te intenta robar la cartera. O los autobuses en otoño, el olor de ese microclima extraño cuando entras y está lleno (que desde fuera parece una sauna, todos los cristales empañados), abandonas la lluvia de la calle y te das de empujones con los jóvenes y las abuelas (que son quienes cogen los autobuses) para llegar hasta el fondo y disfrutar de un espacio vital mínimo digno. Pues lo echo de menos. Incluso esas abuelas que te repasan en las paradas como quien no quiere la cosa, aunque no sean precisamente maestras en el disimulo, que las ves pensando “pero este niño dónde va, con solo el jersey y la chaqueta, con el frío que hace?”.
También echo de menos a los punkis de la zona, con sus tatuajes rebeldes, sus piercings caseros y sus ropas andrajosas, que hacen fiestas privadas para punkis y ocupan casas que ya las quisiera yo. O sus reivindicaciones en forma de graffitis por el barrio, muy entretenidas de ver cuando uno va paseando.
Y esas calles, la arquitectura, tan pronto te encuentras una casa siglo XIX que se cae a cachos como un bloque de edificios de veinte plantas y ascensor ultra-sónico como unos pisos normalitos o las típicas casas modernistas de techos altos. Todo junto, todo mezclado, y toda esa harmonía (paradójica) estética que tanto echo de menos. Puestos a echar de menos, echo de menos incluso esas escaleras que, aunque mecánicas, se te hacen inacabables mientras subes y subes por la calle estrecha al lado de casa y de repente, como el que no quiere la cosa, ya estás paseando por el parque Güell que está puesto ahí como por accidente, entre todas las casas okupas y los turistas desorientados, pero te subes en una pequeña colina y puedes admirar toda la ciudad, jugar a adivinar las calles con mi hermano, eso no es gran vía?, sí puede ser, y esa otra es passeig sant joan, no, es la de al lado, ahí debe de estar mallorca, al lado de esa tan larga que es diagonal, y la sagrada familia se ve muy grande desde aquí, no?, sí, y a mí me gusta la torre agbar, de noche está muy chula, el pene de Barcelona?, ésa, exacto. Y así seguimos paseando por el parque y descubrimos unos campos enormes donde hay equipos enteros practicando vete a saber cuántos deportes diferentes, y espera, que quiero ver a éstos jugar al fútbol un rato; seguimos caminando? sí, total son bastante malos, y así llegamos a otra punta del parque Güell desembocando en un barrio cuya existencia desconocíamos por completo, esto… por dónde volvemos? desandamos el camino andado? mejor será… Y esa misma tarde de domingo que salíamos a pasear acabamos en el “parque oculto” de siempre, unas pocas manzanas bajo el Parc Güell, una islita entre edificios viejos, con sus verjas y su horario y su parque infantil y su todo pero donde no llegamos a ver un alma nunca, apartado, oscuro, un tanto desangelado pero con encanto, perfecto si uno quiere echar tranquilamente una partida de ajedrez, a salvo de la atención de curiosos que se congregarían en cualquier otra plaza que los ves pensando “pero en serio no ve ese movimiento?” o “madre mía! qué ha hecho éste? no tiene ni idea de ajedrez”. Y luego seguir andando por ese mismo barrio, a escaso dos calles del nuestro, hasta subir unas pequeñas escaleras y dar con un mundo aparte, una urbanización solitaria y silenciosa en el viejo corazón de Barcelona, rodeada de un pequeño bosquecito, con pocas farolas y alguna canasta suelta por allá, que uno tiene la sensación de estar paseando por la zona residencial deshabitada de un pueblo del interior, en serio esto está a dos calles del desquiciante ajetreo y febril movimiento de la ciudad? En serio esto está a cinco minutos de Gracia? Pues sí, incluso se ven algunas estrellas en las noches claras. Se echa de menos. Y luego, cuando es tarde para ser domingo y al día siguiente hay que “madrugar” y ya hemos echado ese ajedrez y esa vuelta, volvemos a casa por el puente de Vallcarca, desde donde se ve un caserón okupa enorme, con antena por satélite y todo, y ves a los okupas fumando y bebiendo dentro mientras ven tranquilamente los cientos de canales que deben tener, así de dura debe ser la vida okupa. Una vez en casa de nuevo, seguimos echando esa partida a Master Mind si aún no estamos muy espesos o un Crash en la play si no nos queremos romper mucho el coco o a unas malas le damos a la tele y yo le pongo canales expresamente para escuchar a mi hermano despotricar sobre los concursantes o los presentadores, ya que me hace mucha gracia, mientras le seguimos dando al canuto y, de nuevo, hay una pizza o una lasaña en el horno cocinando por nosotros. Y de esta manera los domingos fríos y tristes y apagados y grises pues no lo son tanto. U otros domingos en los que estoy más apático cojo y me doy a dar una vuelta yo solo Gracia abajo, por calles que empiezo a conocer, que no conozco, y que no me suenan de nada, disfrutando del paseo y los edificios, mientras imagino qué fiestas haría en ése o como es la vida de los que veo en el otro, o imaginando historias sobre zombis y monstruos en la uni o el argumento de mi próxima novela. Y saliendo negativo y apático de casa vuelvo con las pilas puestas y dispuesto a verle la sonrisa al mundo. Eso, se echa de menos.
También echo de menos, cuando nos dio la fiebre en pleno invierno gracias a mí, de montarnos un gimnasio improvisado en medio del mini-salón del piso y liarnos a hacer flexiones, abdominales y pesas a las ocho de la tarde, durante una hora o más, los dos a nuestro rollo pero picándonos de vez en cuando “no has acabado la serie, mariquita” o “levanta más la pesa que ésa no cuenta”, con música de fondo que nos enchufase o pasapalabra o el wyoming y sus tías buenas en la tele. Como a mí de seguida me entra calor me quito la camiseta y me pongo a hacer pesas delante de la ventana, en la que me veo reflejado y admiro mis (escasos) músculos en tensión y mi cara de esfuerzo, quién necesita un gimnasio? Y siempre que hacía eso miraba el edificio de enfrente, que es como muy moderno, y me imaginaba a los vecinos mirándome haciendo pesas en el salón, y no sé por qué en vez de ser un estudiante catalán me imaginaba que era un joven triunfador empresarial yanqui y estaba en Nueva York. Después nos turnábamos para ducharnos (ya sabéis, primero muy caliente, luego muy fría) y nos apalancábamos el rato antes de cenar en el sofá con un porro muy cargado, y os digo, no sé qué sería pero entre el ajetreo diario, el rato de ejercicio, la ducha y el porro, ése era el momento feliz del día, me sentía en onda con el universo. Eso, también se echa de menos.
Me gustaba salir a la calle y comprar algo improvisado para comer, porque salía a comprar cualquier cosa en un condis o un día cualquiera, pero de Gracia, y eso me gustaba. Me gustaba incluso el bar que teníamos debajo de casa que debe ser de los bares más cutres que he visto en mi vida, llevado por unos chinos que capeaban como buenamente podían a los últimos borrachos del barrio que se congregaban ahí porque era el que cerraba más tarde, con tal de ganar cuatro perras más. Un bar incluso socorrido en más de una ocasión como último medio cuando no había nada más para que me prepararan un bocata y, oye, que no estaban tan malos. Bar odiado profundamente por mi hermano y Noe, pero que sirvió de refugio para tomar alguna birra antes de empezar la noche y ponernos al día con Raúl, porque las estrellas eran baratas y los personajes pintorescos, esa cutrez que uno acaba amando. Aunque a decir verdad la mayoría de los bares de nuestra calle eran bastante cutres; sin ir más lejos, el que había justo al lado tenía las paredes de color pastel y cuadros de señores medio desnudos con tigres salvajes y floripondios de colores, así que tampoco era mucho mejor. El dueño no era especialmente simpático, ni activo, pero tenía un camarero extranjero, sudamericano, que es el típico que lo hace todo, y rápido. El chaval no me quitaba ojo de encima cada vez que iba, y yo creo que era gay. Aún así ése era el bar al que acudía al llegar de fiesta, porque si bien el de los chinos era el que más tarde cerraba, éste era el que más pronto abría, no había ninguno más abierto en la calle, y después de tomarme un zumo de naranja natural y un biquini recién hecho (bajo la atenta mirada del camarero gay) me sentía con fuerzas de acometer la imprevisible misión de llegar a la cama y dormir.
Me gustaba muchísimo llegar entresemana a las doce de la noche o la una y que el bar cutre de los chinos siguiera abierto, con todos los de la basura tomándose una cerveza y colapsando la calle con sus camiones parados en mitad de la carretera. Y llegaba tarde del teatro, porque me traía el Josep, que es todo un personaje, y mientras lo veías tímido y callado y a su puta bola en los ensayos, en ese rato que nos pasábamos despidiéndonos en el coche, delante de mi portal, hacíamos planes para forrarnos y darnos el piro, un día blanqueábamos dinero y él buscaba el lugar y yo la maquinaria, otro alquilábamos un pisito vacío en el barrio y comprábamos unas prostitutas rumanas, otra vez él iba a Galicia en coche y me conseguía un quilo de coca que yo tendría que distribuir, otro día pergeñábamos un plan para darle el palo a un furgón blindado, y alguna vez incluso traficábamos con armas en el puerto con peligrosas mafias calabresas. El tío se lo tomaba en serio y alguna vez me decía, “eh, pero lo hacemos, eh? yo te estoy hablando completamente en serio” con una cara de loco que me daba miedo e incluso yo me lo empezaba a tomar en serio y me planteaba las ventajas de una vida al margen de la ley. Una vez incluso sacamos información de internet y a punto estuvimos de invertir nuestro dinero en una máquina que hacía precisamente eso, dinero (aunque falso, claro). Lo más factible que se nos ocurrió fue el clásico de plantar un invernadero con marihuana y venderla luego, pero por razones logísticas, nunca empezamos la operación. Nunca empezamos nada, de hecho, pero entretenía la vuelta del teatro en Barberà aquellas conversaciones absurdas que nos tomábamos más en serio de lo que debíamos. Yo ya me veía retirado en algún país perdido, rollo Trinidad y Tobago, con un habano y un ron de verdad, olvidado de Gracia y la civilización en general pero regalando mi cuerpo al sol y a la arena para el resto de mis días. En vez de eso, me conformaba con despedirme del Josep y subir las escaleras a casa imaginando los aplausos y la cara de la gente el día del estreno de la obra, me sé el papel, la gente está enchufada, esto va a funcionar, y eso llenaba mi cabeza y mi ilusión. Al llegar encontraba Anatma y Noe a punto de ir a dormir que me preguntaban qué tal el teatro (porque la uni se daba por perdida) y yo les explicaba que si hoy a tal se le ha olvidado el papel, o he hablado de la guerra civil con uno de los yayus de la obra, o me han echado bronca por estar encantado, o me he pasado el ensayo escuchando a escondidas el partido de champions del barça y celebrando calladamente los goles, o me he salido un momento a fumar un porro con uno y se nos ha echado el momento de salir a escena y no estábamos listos, o vamos a pasar coca con el Josep, o cualquier anécdota que se me pasara por la cabeza ese día. Si ya estaban acostados, me preparaba una sopa de sobre (renunciando a mis principios, y a los de toda persona que se precie) pero que estaba caliente y me reactivaba, mientras me veía una serie bastante estúpida que daban en la sexta pero que no sé por qué me hacía mucha gracia, the office. Así que me quedaba a verla hasta tarde y cuando me aburría a las tres o las cuatro me iba a dormir, no demasiado preocupado de faltar el día siguiente a las tres, cuatro o cinco primeras horas de clase o, por qué no, pasar de ir directamente, quién quiere sacarse una carrera cuando le llena su afición favorita? Pues eso, amigos, se echa de menos.
Sabéis qué echo también de menos? Las fiestas privadas en Gracia. Y no ya la de pisos desconocidos (eso sería una actualización entera aparte), sino las fiestas que nosotros mismos montábamos. En parte me gustaban porque era la única época del año que nos dignábamos a limpiar el piso, lo cual cuando llevas vida de soltero y compartes siete metros cuadrados de comedor, se echa en falta de vez en cuando y se diría que es incluso deseable, hacedme caso. Nos pasábamos la tarde limpiando como si se tuviera que acabar el mundo porque claro, teníamos la faena atrasada de cuatro meses, y encima había que cocinar y estar a punto a la hora. A nuestro favor hay que decir que siempre lo conseguimos. Me gustaba meterme en la cocina dos horas antes y ver el vaho de la ventana mientras fregaba los platos en una pica minúscula, que uno nunca diría que caben los platos sucios de una semana (caben) y mi hermano va preparando una tortilla gigantesca, o humus, o una ensalada, o todo a la vez. Siempre acabábamos innovando en la preparación y siempre quedaba bastante bueno, la verdad. Lo malo que las ganas y la creatividad en la cocina se quedaban en esa noche concreta, no somos gente de extrapolar a nuestra vida diaria. Entonces cuando llegaban los invitados reventábamos a comer y nos distribuíamos apalancándonos por donde podíamos, sofá, sillas, taburetes, suelo, nada… alguna noche con invitados de más tuvimos que salirnos incluso al balcón, de lo pequeño que era el piso. Los invitados eran, si se me permite, como la esencia de Barcelona, la verdad. Si bien no potenciados al máximo en sus posibilidades, la mayoría eran variopintos, cocinados por la vida y servidos sin adornos ni pretensiones, tal cual. Quiero decir, que era muy agradable fumar unos porros con ellos y dejar fluir la buena conversación o, en caso de demasiado de lo primero (porros), dejar fluir unas buenas tonterías. Me gustaban esas noches, se echan en falta. Las menos creativas nos dedicábamos a ver vídeos freaks al objeto de imitarlos nosotros en un vídeo posterior (es decir, más freak que lo freak) y cuando nos daba el bajón no dudábamos en abrir sacos, porque eran sacos, de toda suerte de palomitas, gusanitos, patatas, variados, galletas, galletas saladas, chocolate… y en fin, cualquier cosa que nos tapara el agujero del estómago y no pudiera considerarse sana. Y esas noches, aunque no te movieras de casa, pues molaban, y se echan de menos.
Se echa en falta también, esos fines de semana o noches entresemana (que es cuando más tiempo estábamos juntos) y descubríamos series frikis pero guays a las que engancharnos, siendo la más célebre y, POSTERIORMENTE, conocida por todo el mundo the big bang theory. No sé, saber que una noche cualquiera, cualquiera, podías ir a tu casa en Gracia y comerte una pizza con el huevo característico en medio mientras te partes con el último apm o big bang, pues molaba, y mucho, y se echa de menos. O esperar los sábados y domingos a las tres de la tarde (que para nosotros era recién levantados) y vernos un padre de familia o un futurama o un me llamo earl en el sofá, molaba. O pillar un dvd de la biblioteca para tragarnos entera una seria absolutamente BRUTAL como the young ones, lo molaba todo. Ésa era la esencia, joder. Esos días “perdidos”, esos días “tirados”, sin hacer nada más que levantarte y echarte al sofá (que era incómodo como su puta madre, pero con encanto) a fumar como cerdos mientras dejas a la serie que te haga reír y luego rememorar los momentos más absurdos, eso es de lo que os estoy hablando. Y luego hacer esos paseos o esas partidas de ajedrez que os explicaba antes. Eso es, para mí, Gracia.
O cuando nos dio por el ping-pong, y nos sabíamos de memoria la situación exacta de todas las mesas disponibles en tres quilómetros a la redonda, la gente que las solía frecuentar, y sus horarios, con lo que prácticamente establecíamos un planning para ir de mesa en mesa sin que nos molestaran demasiado. Cualquier rato muerto era bueno para practicar ping-pong, y si pese a nuestras predicciones había alguien jugando, los retábamos y lo pasábamos el doble de bien. O llamábamos a Cristian y, después de hacer una birra en un bar cutre (esta vez de Sants), nos echábamos ese ping-pong en una plaza cerca de su casa con su compañero de piso. Una plaza que, vale la pena decirlo, resultaba bastante surrealista, sobre todo las dos primeras veces que fuimos y no la conocíamos, porque en ella se juntaban quinquis con perros rabiosos sueltos, sudacas reggaetoneros, gente que chillaba e iba y venía sin venir a cuento y unos pequeños bastardos de no más de diez años que la liaban a muerte con unos cartones, unos patines y mucha velocidad (con estos datos, calcúlese la actividad que llevaban a cabo) comandados por un niño mulatito que era clavado al hijo de Earl. En serio. Qué locura de plaza, y aún así era de nuestras mesas pinponeras predilectas y lo bueno es que todo el mundo pasaba de ella a saco así que siempre estaba libre. Lo malo es que estaba abollada por varios sitios porque parecía que bailaban con tacones en ella o algo por el estilo, así que ganar o perder era más bien cuestión de suerte, y además no se veía una mierda. Pese a que ésta era particularmente divertida, yo prefería las plazas de mi barrio, más tranquilas, con ese encanto bohemio, donde lo máximo que te podías encontrar era algún paki extraviado vendiendo rosas o unos italianos pidiéndote droga. Había una mesa muy cerca de casa en un gran parque de tierra, pero estaba fatal y tenías que sortear las mierdas de perro al jugar, así que no podías hacer movimientos muy bruscos ni rápidos, y la habías cagado si se te caía una pelota porque los perros del parque no solían perdonar y te la destrozaban. A Anatma esa mesa no le gustaba mucho. La del parque Güell era muy agradable, pero imposible jugar en ella porque estaba hecha polvo, allí mejor era un ajedrez en un banco, lo malo es que como nosotros siempre llegábamos tarde y yo soy lento jugando, perdíamos la luz natural y al no haber farolas las pasábamos putas para mover una ficha, casi tenías que intuir cuál era, con lo cual hacer trampas era muy sencillo y encontrar una pieza que se te había caído jodidamente difícil. Los dos preferíamos la mesa que hay en la Plaça Nord, donde también hay muchos niños y perros sueltos y un teatro donde no dejan de salir jóvenes, pero se está tranquilo. Lo malo de ahí es que la fuente estaba rota, y la pista (que estaba en la tierra) inundada de agua, así que siempre que íbamos antes de jugar nos las teníamos que apañar con cartones de la basura para allanar el terreno y no llenarnos de barro, si pasaran Callejeros en ese momento hubiesen sacado mucho jugo al reportaje. En esa mesa nos batíamos durante dos o tres juegos en serio (solía estar muy igualado) y el resto lo pasábamos peloteando suavemente mientras nos contábamos la vida. Muy edificante. Llegamos a enganchar a Noe a nuestros partidos (así como al crash, todas las series, los juegos de mesa, apm… en fin, de todo. Aunque nunca se aficionó al Master Mind, eso sí). Llegó un punto que nos dio tan fuerte por el ping-pong que entresemana, cuando Noe salía de trabajar que eran cerca de las doce de la noche la recogíamos Anatma y yo en coche y nos íbamos los tres a Montjuic, a un pequeño parque cerca del Sant Jordi donde hay un par de mesas y una cancha de baloncesto. Allí cenábamos (estoy hablando de cenar con guantes y abrigo) encima de la misma mesa de ping-pong y cuando acabábamos echábamos el partido, tal cual. El tercero jugaba solo a basket con una pequeña pelota. Como críos. Además era un buen lugar porque, por mucho que te desgañitases chillando con todas tus fuerzas (y Noe y yo nos podemos desgañitar mucho, mucho) nadie te molestaba ni te decía nada porque claro, no hay vecinos. Luego nos volvíamos de madrugada y tan contentos. Buenos pinpones nos echamos. Una tarde incluso subimos Anatma y yo solos por Montjuic y descubrimos cosas como el campo de rugby donde puedes ver jugar gratis (a rugby, claro), caballos paseando por ahí o los ultras del español que, el día que hay partido, hacen botellón en las mismas mesas donde nosotros acudíamos de madrugada entresemana, y al verlos allí, como íbamos con la idea de jugar entre ceja y ceja pero nos pillaron de improvisto pensamos “qué, jugamos igualmente? pues con dos cojones””, y mientras a tres metros bebían como animales y se drogaban con frenesí nosotros nos pusimos a jugar a ping-pong tan tranquilamente. Finalmente la jugada nos salió bien, porque todos los brigadas (blanquiazules) se vinieron a nuestra mesa y echamos torneos de siete puntos, mientras nosotros no jugábamos nos daban porros por acabar y porros enteros, así que nos hicimos coleguitas del alma. Lo negativo fue que como iban bastante pasados entre unos y otros les daban unos palazos de miedo a la mesa, y estuvieron a punto de cargarse las palas, pero bueno. Esas cosas son las que se echan de menos. O pasear por unas plazas, parques y avenidas justo al lado de esas mesas en Montjuic, debajo de la torre telefónica, por una especie de ciudad del futuro abandonada. Me flipa esa zona, te lo digo.
Echo de menos hasta el curro de Noe, que era una residencia de erasmus y cada vez que iba, no te exagero, sufría porque era como un maldito desfile: hoy de italianas despampanantes, otro de francesitas recatadas, luego holandesas más altas que tú, inglesas desmadradas… un festival. Anatma y yo nos llegamos a familiarizar con los seguratas de la resi, bastante característicos también, unos porque utilizaban frases del apm y otros porque parecían salidos de callejeros edición especial. Al final los pobres fueron ellos los que se tuvieron que acostumbrar a nosotros, porque más de una noche de fiesta por el barrio nos pasamos por allí para ir al lavabo, porque somos gente cívica y no queríamos hacerlo en la calle, así que ya te ves a Noe diciéndole al segurata de turno “no, son amigos míos”, y tres o cuatro tíos turnándose para mear. O una noche en la que se nos acabó la bebida y para seguir la fiesta fuimos a desmantelar lo que pillamos a la residencia, que fueron un par de cervezas, una botella medio vacía de nosequé y algo para picar. Genial estación de auto-servicio el curro de Noe, lo echo de menos.
Aunque, probablemente, lo que más eche de menos del barrio y la independencia perdida es la proximidad de entrada a los agujeros negros, que, básicamente, son ese conjunto de situaciones cuando menos inverosímiles, surrealistas, a las que uno se ve arrastrado durante sus escarceos noctámbulos y que cuestan de creer al día siguiente. Esas historias que perduran y cuestan de contar (y que te crean), vaya. Pues Gracia era un portal magnífico donde nunca sabías cuando podías entrar en uno de estos agujeros. Uno de los más célebres (y tampoco lo voy a contar entero) fue cuando Raúl y yo nos quedamos a escuchar un profesor de la uni pinchar en un bar cerca de plaza de la virreina, que por cierto iba súper pasado y creemos le tiró los tejos a Raulinho (teoría que luego resultó ser falsa). Al salir del bar ya llevábamos nuestras cuantas birras y porros, así que por supuesto hizo su aparición esperada el hambre. Otra de las ventajas de Gracia (y de las que sólo pueden presumir tres barrios más en toda BCN) son los pakis, con sus paki-birras y sus paki-samosas; así que lo tuvimos fácil y atacamos con delectación el señor de las samosas. Pues en estas que se cruzaron en nuestro camino una de las mujeres más lindas que he visto en mi vida y una artista mexicana y, por aquellas cosas, nos sentamos los cuatro a disfrutar nuestras samosas y cervezas en un banco de plaza del sol. Juntos, desarrollamos nuestra brillante filosofía de la paki-vida y mil cosas más, la cuestión es que no recuerdo haberme reído tanto en mucho tiempo. Además la chica mexicana no dejaba de hacerse porros de maría sin tabaco y nosotros de chocolate (con lo que empezábamos a ver a los pakis de colores), y era imposible apartar la vista de la otra chica. Una conversación muy agradable que duró horas y se vio varias veces interrumpida por tíos que venían a pedirnos droga, un paki que empezó a acosar a la chica preciosa y, atención, un tío que merece comentario a parte: un catalán de treinta y tantos, despeinado y con cara de acabar de salir de minas morgul, que se acerca y nos pregunta “oye, tal, vosotros queréis un gramito de coca? Es que me lo han enchufado o no sé qué y yo no lo quiero, os lo paso barato” y nosotros, no gracias, vamos servidos, y salta el tío “vale, pues entonces si queréis os leo el futuro”… aquí ya empezamos a flipar de la ostia, os podéis imaginar; pero el tema es que el cabrón, efectivamente, saca una mini-baraja de cartas del tarot y empieza a leerle el futuro al Raulinho, encima del banco, tal cual (por cierto, no dio una). Memorable. Entenderéis que, noches de éstas, se echan mucho de menos.
Vaya! O puestos a hablar de noches memorables y agujeros negros es ineludible la ya mítica noche en que una valiente compañera de clase decidió acometer la imprevisible aventura de acompañarnos a Noe, Anatma y a mí en una fiesta por Gracia. Todo señalaba a que iba a ser una noche tranquilita, sin movimiento excesivo, pues el plan era echar unas paki-birras en cualquier plaza agradable del barrio, nada de bares, pubs ni clubs. Como así fue. Al menos, el principio… todo empezó con una ronda larguísima de chistes malísimos por parte de Anatma y mía para intentar hacer reír a las mujeres en plaza del diamante con nuestras latas de birra. En gran parte lo conseguimos, pero lo que consiguieron también fue poner nerviosas a las damas un grupo de no menos de cuatro o cinco pakis que se cerraron, literalmente, en círculo alrededor nuestro y no dejaban de mirarlas. Para no liarla mucho (pues son una puta mafia), trasladamos la diversión a la virreina (donde suele haber más movimiento y personajes pintorescos), y efectivamente nos topamos, primero con un par de punkis de no menos de cincuenta años con imperdibles incrustados en las cejas puestos por ellos mismos a modo de piercings (dato verídico), así que calculad el resto del punki; parecían la respuesta a “qué hubiese pasado con los yonkis de trainspotting treinta años después si se hubieran continuado drogando y venido a vivir a Barcelona”. La verdad es que te hablaban y te daba miedo que te contagiasen algo, así que imagínate cuando se presentaron formalmente y les dieron dos besos a Noe y Cris, les contagiaron los sietes males, mínimo (Anatma manifestó no volver a besarla hasta que se hubiese lavado la cara con lejía). Y, al librarnos de ellos, un italiano borracho pretendió ligar con las damas felicitando a sus acompañantes (es decir, nosotros) por nuestro gusto. El tío nada menos que se lió a cantar y otro de sus colegas a tocar la guitarra, y quería ligárselas diciendo que era el camarero del bar de la plaza virreina y que nos invitaba al día siguiente a lo que quisiéramos. Lo tomamos bastante a coña pero resultó que el cabrón decía la verdad y curraba allí, aunque nunca llegamos a hacerle cumplir la promesa. Después de eso volvimos a casa, donde buscamos como locos alguna excusa para continuar la fiesta y la encontramos en unas mini-botellitas de licor que mi hermano chorizaba del aeropuerto cuando curraba allí. Había de todo, j&b, cacique, vodka… pero en miniatura. Como no teníamos nada con qué combinarlas, nos las bebimos a palo seco. Ahí dio comienzo la segunda parte de la noche, donde empezamos (nadie sabe por qué) hablando, o mejor sería decir, despotricando a dúo Anatma y yo sobre JHAAAAAN (nuestro padre y señor del universo), cuyas “andanzas” siempre dan mucho juego y sorprendían a Noe y divertían a Cris; eso nos llevó al menos un par de horas, Noe se rindió y marchó a dormir, nosotros le dimos la bienvenida al sol cerrando las cortinas y disfrutando de la fluida conversación que manaba de los porros y el alcohol. Aquella noche pasó algo que nunca había experimentado, y que es el beber por beber. Me explico: siempre había pensado que uno bebía pues por algo, no? para colocarse, desinhibirse, sentirse más contento, olvidar las penas… Pues no, aquella noche los tres bebíamos por un motivo: por nada. Simplemente habíamos estado bebiendo toda la noche y nos apetecía continuar, sin más, como así hicimos. Bebimos y bebimos más a gusto que nada y las botellitas vacías se iban acumulando pero ya abríamos otra, y llegaba la hora de desayunar y teníamos hambre pero preferíamos disfrutar del momento y seguir bebiendo, y más tarde se hizo mediodía y el sol picaba y seguimos bebiendo, y así llegó la hora de comer pero pasamos de comer para seguir bebiendo. Al final tuvimos que improvisar un juego para tener alguna excusa por la que seguir bebiendo, que fue el de “yo nunca he hecho…” tal, y si lo has hecho pues tienes que darle un trago a tu copa. Con el dichoso jueguecito nos dieron las tres y media de la tarde, hora en que mi hermano decidió echar el ancla a la noche. Curiosamente, ocurre que cuando uno bebe tanto llega un punto que pasa digamos de estar en un punto máximo de embotamiento a adquirir una extraña lucidez mental, como si no hubiera bebido nada. A mí al menos me ocurrió eso, que cuando nos fuimos a la cama estaba completamente sereno, aunque mi hermano y Cris no manifestaron lo mismo (Anatma acabó en el hospital al día siguiente, pubret)… Ese beber sin sentido, esas situaciones videofluoroscópicas y esos agujeros negros se echan de menos en la vida de uno.
O cuando, en verano, nos metimos a un bar la chica mexicana (sí, la de antes) y yo para contarnos la vida y se nos unieron una chica sudamericana, un francés experto en marihuana y un senegalés que me ofreció su piso en Colonia y un tour en París y al final, entre unas cosas y otras, me coloqué tanto (ha sido la vez que más, a ver si os vais a pensar ahora que voy por ahí perdiendo el control) que tuve que volverme en taxi. Esa tarde también la echo de menos.
Y a parte de esas situaciones concretas, digamos, uno llega a echar de menos las nimiedades más banales, en el sentido global. Es decir, a mí me llenaba cualquier tontería del tipo llegar en coche y tener que irme hasta el hospital quirón (en la quinta ostia) para aparcar, o ver los carteles con nombres de Gracia, o pasar cada día por plaza lesseps, o subir siempre por príncipe de astúrias al volver de la uni, por delante de los cines y del asador, esos pequeños detalles que no nos entretenemos en valorar, pero que son los que más me llenaban y echo de menos. Sobretodo sobretodo, uno que no le conté a nadie y es el que más me gustaba, era salir, antes de irme a dormir cuando Noe y mi hermano ya estaban acostados, al balcón a echar las últimas caladas, y miraba a la izquierda y veía toda Gracia hacia abajo, y el resto de Barcelona detrás, enfrente y debajo la plaça lesseps y vallcarca, y a la derecha el Tibidabo, iluminado, como un castillo flotante en mitad del cielo. Y yo cerraba los ojos y disfrutaba del frío en las manos y el ruido de los coches, y le contaba secretos a la luna que nunca te diré.

Todo eso, y mil historias más, es lo que cruzó por mi mente la primera noche de este año 2010, cuando dejé a Anatma y Noe camino hacia la India en el aeropuerto y, volviendo a casa, me paré delante del que fue mi portal en Gracia a echar el último piti y recordar el barrio, recordar ese último año de mi vida que es lo que os acabo de narrar y mi independencia perdida. Para que luego digan que es fácil volver a casa; porque siento que este sitio no me pertenece. Porque de las vueltas que he dado en la vida hasta ahora, si tuviera que señalar un lugar como “hogar”, ése sería sin duda Gracia. Porque somos Gracia.

El Rapsoda de la ignorancia

miércoles, 20 de enero de 2010

Showville

La joven mujer, Alicia, despierta tras el centenario sueño del árbol en el que se había apoyado para dormir a causa de la estrepitosa música heavy de un tubo de escape zumbar a toda potencia ante sus narices en lo que parece un circuito de rallys sin límites de velocidad y bólidos con todo tipo de accesorios electrónicos. Un atractivo hombre vestido de conejo con cara sonriente llama a Alicia desde el otro lado de la calle y en su persecución la mujer descubre la ciudad de Showville. Se encuentra en una ciudad donde nunca se cierra comercio alguno; donde las carreteras se elevan alrededor de rascacielos (todo es aquí monumental) hasta conquistar las nubes; donde las calles simulan fracasadamente (Alicia lo sabe bien) el fuerte olor a bosques perdidos hasta la congestión (jazmín, hierbabuena, romero, fresno, etc.); donde siempre es de noche a causa de los gases tóxicos ocultados por una cúpula gigantesca y ya indistinguible decorada con constelaciones y arabescos; donde es Navidad una vez al mes; donde las personas viven en todo tipo de edificios cuya fachada, y solo la fachada, es emblemática (aquí una copia del Empire State, allí otra del Taj Mahal); y las fiestas más desenfrenadas y extravagantes siempre están presentes aquí y allá para el garantizado entretenimiento de todo el mundo. La violencia, la protesta o la discusión no están permitidas, uno está obligado a divertirse y sonreír, bajo pena de ser encarcelado en penitenciarias atractivas desde el exterior donde a nadie le interesa saber ya qué ocurre, donde se intenta constantemente asesinar el tiempo y la desdicha. La muerte, la enfermedad y la agresividad han sido vestidas con pompa y esplendor y marginadas en espacios inaccesibles y oscuros, sencillos, cuya elegancia a nadie atrae ya.

El árbol se ha convertido en un puesto de control en el que venden golosinas y está repleto de cámaras de colores vistosos que ofrecen todo tipo de refrescos y bebidas alcohólicas como máquinas expendedoras. A su lado, un grupo de mendigos se disponen en fila disfrazados de payasos con carteles explicando sus vidas miserables llenos de publicidad. Finalmente Alicia persigue al hombre-conejo hasta un edificio rojo en forma de falo decorado con borlas y serpentinas. En su interior a Alicia se le ofrecerá un puesto de prostituta de lujo para toda la vida bajo la justificación de que la promiscuidad es la única forma de sexo deseable que se garantiza ya como uno de los Derechos Humanos.


Estudiante a peregrino

Algunas muertes de leyenda




Prestad atención al Nappa, a las deformaciones físicas en las muertes sobre todo se Spopovich, a ese "bon viatge" mítico del célula y su cara desencajada muriendo. Simplemente sublime.

Estudiante a peregrino

martes, 19 de enero de 2010

Rectificación



Tras airadas críticas de mis compañeros de blog el Estudiante a peregrino ha decidido suprimir el viejo vídeo en el que aparecía el deleznable grupo Tokyo Hotel (por puta casualidad), aunque la canción era Nine Inch Nails, y sustituirlo por uno en el que solo aparece la portada del grupo. Dicho esto espero no haber herido la sensibilidad de nadie ante mi falta de incultura, aunque la próxima vez aconsejo que se escuche la canción y se opine sobre ella, que al fin y al cabo era el verdadero interés de la entrada, pues de haberlo hecho os habríais dado cuenta de que nada tiene que ver con el detestado grupo que tanto aman los emos.

just like an animal
just like an animal
just like an animal

you let me violate you
you let me desecrate you
you let me penetrate you
you let me complicate you

i broke apart my insides
i've got no soul to sell
the only thing that works for me
help me get away

i wanna fuck you
i wanna taste you
i wanna feel you
i wanna be you
just like an animal
just like an animal
just like an animal
just like an animal

you can have my isolation
you can have the hate that it brings
you can have my absence of faith
you can have my everything

you tear down my all reason
you see through what i hide
you make me perfect
help me get inside

i wanna fuck you
i wanna taste you
i wanna feel you
i wanna be you
i wanna fuck you
i wanna taste you
i wanna feel you
i wanna be you


Estudiante a peregrino

lunes, 18 de enero de 2010

Algo encontrado por la red

"Quién entiende la vida...

Si eres demasiado bueno...
hipócrita te han de llamar,
si eres indiferente con los demás...
que eres mala persona te dirán.

Si das algo de lo que tienes,
dicen que es por méritos ganar,
si no das nada de ti,
dicen que el egoísmo te ha de matar.

Si trabajas fuertemente,
dicen que es poco el tiempo que les dedicas,
si no trabajas, dicen que el
Primer Premio
"A la Vagancia" ameritas.

Si te gusta estar metido en todo,
bochinchero te llamarán,
si no te gusta meterte en nada,
de antisocial te tratarán.

Si duermes poco y trabajas mucho,
dicen que te vas a desgastar,
si duermes mucho y trabajas poco,
dicen que la pereza te va a matar.

Quién entiende la vida...

Si huyes de donde hay problemas,
cobarde a ti te dirán,
si estás siempre donde los hay,
de busca pleitos te calificarán.

Si vas a la Iglesia a diario,
de fanatismo te acusarán,
si nunca asistes a ella,
como "ateo " te conocerán .

Si nunca sales de casa,
dicen que eres un aburrido,
si sales frecuentemente,
dicen que eres un perdido.

Si eres alguien muy exitoso,
con envidia te tratarán,
si estás feliz con lo que tienes,
"conformista" te llamarán.

Si eres joven y dispuesto,
inmaduro te han de llamar
si eres viejo experimentado,
creen que no hay derecho a opinar.

Quién entiende la vida...

Si caminas a paso lento,
dicen que debes avanzar
si tu paso es muy ligero,
se quejan por no poderte alcanzar.

Si vives la vida en sueños,
que despiertes te pedirán,
si eres demasiado realista,
de inhumano te acusarán.

Si eres amable con todos,
creen que algo has de ocultar,
si eres grosero y pedante,
nadie te ha de soportar.

Si eres honesto y sincero,
como tonto te han de tratar,
si eres todo lo contrario,
siempre te han de criticar.

Si amas y entregas todo de ti,
dicen que mucho sufrirás,
si vives para ti mismo,
dicen que sin amor no vivirás.

Quién entiende la vida...quién entiende a la gente... "

Estudiante a peregrino

sábado, 16 de enero de 2010

Vívelo

“El ayer es historia. El mañana, un misterio. Pero el hoy es un regalo, por eso se llama presente.”

Maestro Shī Fù Oogway.
(Ilustración por Skia).

Gozer el Resfriado

Homenaje a los Canteros

Ya lo he decidido, me haré cantero!

Ejercicio de improvisación

Aquella mañana estaba en el comedor sentado como tantas otras veces frente al ordenador con la lámpara y el televisor encendidos para escuchar voces de fondo que me acompañasen y sentir cuantas más manifestaciones mejor de artificiosidad humana. Entre mi lista de olvidos rutinarios estaba el encender la calefacción, de lo que afortunadamente uno se acaba de dar cuenta a medida que va cayendo el día y el frío comienza a congelarme la punta de la nariz y de las extremidades. Se me enfrían en seguida y a veces pienso que no me debe circular muy bien la sangre. En cualquier caso, el tema, o uno de los temas que consiguen atraparme en estos momentos es que estaban dando una película de Disney sobre animales que hablan y viajan campo a través en busca de sus dueños. Son tres personajes los personajes principales: perro bueno, obediente y leal (labrador terrier sabio con voz de cuarentón), perro malo y pendenciero y protagonista (una especie de buldog gigante con voz juvenil que se va reformando con su amigo) y la gata siamesa (chica recatada que de tanto en tanto se ve en apuros para que sus amigos puedan mostrar su perfil más caballeresco). A todo esto a mi lo que me atraían eran los paisajes de la película, unos espacios verdes, frondosos, típicos del clima continental que aquí tanto añoro.

En fin, pues yo aquí continuo entre esperando a que me llamen para ir a comer en compañía de familia, a sabiendas de demasiado trabajo pendiente, ensoñándome con la idea de ir con el coche hasta esos parajes e intentando dominar viejos pensamientos recurrentes que vienen cada tanto a torturarme. Escribiendo por el puro placer de hacer algo, de liberar pensamientos así sin demasiado pensar y de abrir ventanas de google y navegar errante por internet en busca de algún plan que me haga recuperar el entusiasmo con el que tanto me cuesta reencontrarme últimamente.

Oh, genial, es mi tía, me está llamando por teléfono: hoy al final no como solo. Me gusta comer con mis primos porque no deja de ser una forma de reencontarme con mi infancia, cuando nada me preocupaba demasiado y ellos me tomaban el pelo con demasiada facilidad mientras nos jugábamos a inventarnos todo tipo de juegos absurdos. Eso ya no pasa, pero su compañía me sigue resultando agradable y, por que no decirlo, me siento protegido y arropado a su lado, como si tuvieran un halo mágico de sabiduría y candor que ahuyentasen mis propios fantasmas, que siempre regresan y a veces con gran poder y me pillan de improviso atacándome en momentos de debilidad en cualquier lugar a traición. Y luego está la buena comida que hace mi tía, una cocinera excelente. Sí, por ello también merece la pena. En el fondo, reconozco que no dejo de esperar que ir a casa de mis primos signifique recuperar esa vieja e idealizada emoción de que me propongan algún nuevo juego o aventura como cuando era pequeño. Pero ya somos todos adultos y ya no sienten que me tengan que cuidar como antes ni estar pendientes de mi y ellos tienen sus propias vidas y van y vienen sin mirarme como lo hacían antes. A menudo intento ser yo el que intenta reconciliarse con ellos proponiendo actividades conjuntas pero ellos ya no están dispuestos a dedicarme el mismo tiempo, tienen sus propias vidas e intereses personales. Quizás ya esté bien que sea así.

Pero sigo buscando por internet algún gran plan para esta tarde o los próximos días que me haga sentirme dueño de mi mismo, menos impotente ante mi desdicha. Y ya estoy pensando en dejarlo porque tampoco sé muy bien qué buscar por internet o de donde sacar un plan genial de la manga, para el cual tampoco tengo tiempo si soy responsable. Ay no! Ahora la gata de la película resulta que es una mujer autoritaria y bella a la que los perros de la perrera no paran de echarle piropos vulgares y ordinarios. No os creáis, que tiene su gracia la peli en su simple trama. Y por supuesto los animales tienen gran capacidad de planificación y estrategia. Es el viaje. Sí, siempre lo he sabido, hay que iniciar un viaje. El viaje es necesario o mejor dicho, en mi caso la huida es necesaria. Siento que he de irme muy lejos y empezar de nuevo porque después de intentar recuperar durante los últimos seis meses todas aquellas actividades que un día me hicieron sentirmo vivo y que ahora ya no tienen sentido, es necesario seguir buscando, pero ya no aquí. Mis estructuras de pensamiento se han quedado viejas y no me funcionan para enfrentarme a este mundo.
Es tiempo de cambiar las habitaciones y las personas que están en ellas. Solo falta el valor. Y acabo este ejercicio con el final de la película, que en el fondo creo que es lo que me ha inspirado y dedico mis últimos pensamientos a buscar un nuevo alias, una nueva etiqueta abstracta con la que definirme.

Estudiante a peregrino



viernes, 15 de enero de 2010

Más Dead Fantasy

Y continuamos con una cuarta parte aun más espectacular. Jo, jo, jo, jamás creí que vería a morir de esta forma a Ifrit y compañía. La quinta ya decae un poco, pero merece la pena seguir la sangrienta historia, unas batallas muyyyyy curradas.



Dead Fantasy

A todos nos gusta ver a mujeres peleando pero esta obra de arte que aquí os presento es mayúscula y eso que yo soy muy exigente. Unas peleas super bien recreadas entre los mejores personajes de Final Fantasy las bellezas de Dead or Alive. Aquí van las 3 primeras partes:






El ataque de la paloma gigante!!!


Gozer el Gozeriano

sábado, 9 de enero de 2010

Navidad '9

Salgo del hospital dejando atrás una parte importante, la parte significativa de mi vida hasta este momento, una parte que no volverá. Dentro he sentido un extraño calor, con toda aquella gente que gritaba y aplaudía y animaba y jaleaba y reía y lloraba y charlaba y comía y bebía y disfrutaba los unos de los otros y los otros de los unos y tenía ganas de celebrar, un calor que ha amenazado por un momento con echar por tierra mi tedio. Pero sé que ese calor es algo pasajero, no te engañes, como esa estrella fugaz que ahora pasa y ahora ya no está, no te engañes, me digo.
Fuera llueve, arrecia, y una leve bruma envuelve el ambiente, enfriándolo, distanciando al resto de transeúntes conmigo. Me arrebujo en mi sudadera, pues he olvidado la chaqueta. Es tarde para comer, pienso, pero no me espera nadie en casa, así que me voy a dar una vuelta. “Oh, dulce Navidad, nieva!”. Me coloco la capucha y camino decidido, como si supiese a dónde me van a llevar los pasos. La poca gente que me cruzo en el camino no tiene tiempo para reparar en la existencia de uno, ellos sí tienen prisa: es Navidad. Alzo la mirada hacia los edificios de esa zona, pero es como si el oculto cielo encapotado me dijese “no” en cada gota que cae en mis ojos, “mira al suelo”; aunque la lluvia tampoco me molesta en exceso.
Cruzo un paso de cebra confiando en que el conductor que está a punto de saltárselo finalmente lo respetará, pero nada, él sigue. Frena, le digo, frena, que me arrollas, pero ya es tarde, me ha dado con el parachoques que estaba lleno de barro y me ha puesto perdidos los pantalones. La propia agua de la lluvia me los lavará, no? qué más da?
Buscando algo que no encuentro entre calles desangeladas doy con mi silueta que, pese a la escasa luz grisácea, se refleja en las paredes tatuadas de barrocos murales contemporáneos pseudo-reivindicativos de una fábrica con las ventanas rotas.
-Me acompañas?- le pregunto.
Los coches al otro lado de la calle tienen pinta de llevar varias semanas abandonados, y en parte quizá por ello me veo empujado a escribir con el dedo sobre uno particularmente lamentable en su cristal trasero; “good news”.
Como si me lo hubiera marcado como destinación, llego a un pequeño parque de tierra de esos frecuentados únicamente por los vecinos de la calle para sacar al perro, porque no son lo suficientemente sórdidos para ser lugar de reunión de malhechores, ni lo suficientemente agradables para pasear tranquilamente, de esos sembrados de grandes mierdas de perro y colillas mal apagadas, de los perros y fumadores del barrio.
Sacrificando mis zapatillas en el barro y con la piel de gallina porque la sudadera está calada, llego a una larga barandilla metálica que rodea el parque en uno de sus extremos; bajo ésta aprecio una pronunciada pendiente aprovechada como vertedero de uso indiscriminado, las plantas ahogadas por los plásticos, los maceteros cajas de zapatos, y una carretera zigzagueante más allá cuyo final no alcanzo a ver por culpa de la niebla. Más abajo, un gran descampado de tierra estéril destaca el triste barrio de chabolas que se encuentra justo a su lado, como burlándose de él con su sencilla desnudez, resaltándolo, como diciendo “eh, aquí, veis el barrio este de mierda de chabolas, lo veis?”, y detrás sólo fábricas y fábricas industriales destartaladas que escupen trabajosamente su blanco humo tóxico al ambiente, con la paciencia del ladrón de cascabeles, sin prisa, pero sin pausa, contribuyendo en un grado moderado a la fría fealdad del paisaje. Es como hacer una pequeña incisura en el frágil equilibrio de la ciudad y descubrir este frío retrato en la disección: desnudo, sin brillantez, sin adornos, una verdadera arteria metropolitana suburbial.
Me apoyo en la barandilla para regodearme en la mediocridad de mi visión; no sé, todo esto es tan decadente pero real a la vez que me dan ganas de escupirle y abrazarlo al mismo tiempo. Aquí no hay luces ni ningún tipo de decoración de Navidad, me pregunto por qué. Aunque, por qué va a ser, idiota: esto es un barrio pobre, esto no es el centro, no necesita ser engalanado y decorado, porque por aquí no pasa la gente, porque aquí los que viven ya están acostumbrados a la porquería, mediocridad y dejadez que les rodea, y no hay clientes que atraer a las tiendas, ni niños que ilusionar ni fechas que celebrar, para qué. Suelto un bufido como exteriorización de mis pensamientos, vaya, pienso, menudo vaho más espeso, creo que de intentarlo, podría hacer aros con él.
Si no hubiesen adornos de Navidad, la gente la celebraría? Quiero decir, en ningún sitio, en ninguna calle, ninguna casa, nada. Cómo demonios íbamos a saber entonces un mes antes que falta ese tiempo para Navidad? Para mí que sería como celebrar un San Valentín sin enamorados, que perdería toda la gracia. Aunque, para qué celebrar un San Valentín y una Navidad y todas esas historias modernas, cuando es más que sabido que son meras excusas, campañas para arrastrar a la masa a ese agujero infinito denominado consumismo? Creo que se puede celebrar estar enamorado, o estimar a tus personas cercanas, en cualquier época del año, sin necesidad de preámbulos inútiles, no necesitamos esperar unas fechas para demostrarlo. Pero también creo que, como en todo en esta vida, necesitamos unas directrices, saber que llega la Navidad, que hay que comprar regalos, que hay que estar con tu gente, que hay que comer hasta reventar, que hay que… Obligaciones bien establecidas en un marco social aceptadas por todos. Me encanta la Navidad.
Intento dejar esta nube de pensamientos con el vaho y la niebla del vertedero improvisado, el mal dibujado barrio de chabolas y las fábricas humeantes, así que me acerco al otro extremo de la plaza alojándome en un banco mojado que me cala hasta las entrañas. Qué a gusto. Ya casi se ha quitado el barro de los tejanos; de hecho, ya casi se les ha quitado el color…
Intento atenazar toda la poca calor que me queda en el cuerpo con un auto-abrazo, impidiendo que se escape del todo, no te vayas!
A duras penas, consigo liarme un cigarro y me lo fumo tranquilamente imaginando este mismo momento en las vidas de las personas que viven en la casa que tengo delante, de los que veo las siluetas por su ventana. Parecen como un hombre mayor y un chico, deben ser padre e hijo y están preparando la comida de Navidad, seguro. El padre pone pacientemente los platos y el hijo se afana en traer la comida. Deben estar esperando a la madre, que sale tarde de trabajar, y llegará empapada y con el paraguas torcido y el tacón roto y el maquillaje corrido… pobre, pero sonreirá porque su familia, sus chicos, le han preparado la comida. Aunque no tengan mucho dinero para salir a comer por ahí y el árbol sea de plástico, y vean los especiales en una tele que no es de plasma (apenas sintoniza), comerán juntos y comerán contentos, puede que incluso vengan los abuelos. Y cuando acaben de comer dejarán todos los platos sucios en la cocina, “ya lo recogeremos luego”, y la mesa donde antes estaban las ensaladas, la sopa y el pavo ahora se llenará de licores, turrones y polvorones. La abuela tomará un chupito de anís, y el abuelo y el padre un coñac, “tu no, niño, que todavía eres muy chico”. Quizás incluso se arranquen y canten algún villancico en familia.
Vaya, parece que al niño se le ha caído un plato… Y, y joder, el padre le acaba de dar una ostia? Sí, eso me ha parecido ver. Bueno, puede que, al fin y al cabo, la realidad siga siendo otra…
Se acabó ese cigarro, así que me levanto, casi tiritando ya. Daría lo que fuera por un taxi y un poco de ropa seca ahora, y una sopa recién hecha al llegar a casa… mmm… una sopa casera calentita, media vida! Creo que me queda alguna sopa preparada de la última vez que compré, para celebrar la Navidad y eso. Espero que al menos hoy me funcione el microondas.

El Rapsoda de la ignorancia

miércoles, 6 de enero de 2010

Mi idea de un Caballero Macarra




Ser que habita en los silencios

De pobres diablos a dioses diabólicos

Que es un pobre diablo sino un un ser miserable? Un pobre diablo... de la cumbre al abismo, del cielo al inframundo, nunca sobre la tierra. Aurea mediocritas? Jamás! Un monstruito que divaga y yerra, que no es, que está ahí, está por estar, y quiere decir, incapaz, "yo soy diferente". Ese ser despreciable guarda en sí un héroe muy capaz, como todos los pobres diablos, medio portadores de la luz y al mismo tiempo eclipsados por ella, ciegos y a la vez iluminados: son los quemados por el Sol. Se han convertido en charlatanes ya sin mucha labia tampoco porque hasta ellos mismos se censuran y no predican con el ejemplo. Bla, bla, bla...

Se acercaron demasiado a la eternidad y fueron destruidos. Guardan en su interior, silenciosos y silenciados, la experiencia de la muerte y del paraíso. Han visto cosas y no las saben explicar, se sienten portadores de una maldición, se sumen en caminatas erráticas, balbuceando palabras grandilocuentes, sus mentes perdidas y desenfocadas, frases sin demasiado sentido, sus rostros son serios, a veces caras destruidas o solemnes, como dicen los poetas. Diablos sin alas, por supuesto, diablos con mal y con bien, demasiado dispuestos a hacer algo y a hacerlo todo y a hacerlo ya, tanto y tan rápido que no lo hacen y se arrastran en su apatía y en su tedio, culpables de ello, famélicos y hundidos por su terrorífica sed de valentía. Y todo les resulta claro y confuso a la vez, y es claro que todo es confuso, rotos por el deseo de todo y por la sensación de nada, porque no olvidan y solo se sienten en paz cuando su mente está más adormilada que su cuerpo, falta de conciencia, sus llagas cansadas de arder.

Caída y vuelo... todo vuelo comienza con una caída.

Esos pobres diablos volverán a reclamar su trono cuando aprendan a construirse al lado del Sol y se vuelvan ignífugos: verdaderos diablos. Sus voces, ahora quebradas, retumbarán en las profundidades de la tierra y harán dispersarse las nubes grises en el cielo. Y el Sol les temerá, vacilante como en una pálida mañana de invierno por su espíritu indomable e invulnerable, por la potencia e intensidad de su Ser Sucediendo, de su Yo Dominando. Sus batientes alas rasgarán y romperán en miles de gotas cristalinas la escarcha mental que les cortaba el alma como el gélido filo de una hoja contra la boca del estómago. Y su soledad volverá para señalarlos como los reyes de su propia devastación, crematorio de los demonios, fantasmas y terrores que antes amenzaban su existencia fracasada.

Solo los que aprendan a volar se salvarán del incendio de esos Dioses diabólicos, que con una mano construyen y con la otra arrasan: amenaza y revelación. Sus mentes serán todo creación y libertad e inventarán un nuevo lenguaje para ellos mismos y lo llamarán magia.




Ser que habita en los silencios

domingo, 3 de enero de 2010

Missatge d'en Shenron


Pareja de varios

¿Todo es polvo en el viento?

Dust in the wind

Ser que habita en los silencios