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miércoles, 20 de enero de 2010

Showville

La joven mujer, Alicia, despierta tras el centenario sueño del árbol en el que se había apoyado para dormir a causa de la estrepitosa música heavy de un tubo de escape zumbar a toda potencia ante sus narices en lo que parece un circuito de rallys sin límites de velocidad y bólidos con todo tipo de accesorios electrónicos. Un atractivo hombre vestido de conejo con cara sonriente llama a Alicia desde el otro lado de la calle y en su persecución la mujer descubre la ciudad de Showville. Se encuentra en una ciudad donde nunca se cierra comercio alguno; donde las carreteras se elevan alrededor de rascacielos (todo es aquí monumental) hasta conquistar las nubes; donde las calles simulan fracasadamente (Alicia lo sabe bien) el fuerte olor a bosques perdidos hasta la congestión (jazmín, hierbabuena, romero, fresno, etc.); donde siempre es de noche a causa de los gases tóxicos ocultados por una cúpula gigantesca y ya indistinguible decorada con constelaciones y arabescos; donde es Navidad una vez al mes; donde las personas viven en todo tipo de edificios cuya fachada, y solo la fachada, es emblemática (aquí una copia del Empire State, allí otra del Taj Mahal); y las fiestas más desenfrenadas y extravagantes siempre están presentes aquí y allá para el garantizado entretenimiento de todo el mundo. La violencia, la protesta o la discusión no están permitidas, uno está obligado a divertirse y sonreír, bajo pena de ser encarcelado en penitenciarias atractivas desde el exterior donde a nadie le interesa saber ya qué ocurre, donde se intenta constantemente asesinar el tiempo y la desdicha. La muerte, la enfermedad y la agresividad han sido vestidas con pompa y esplendor y marginadas en espacios inaccesibles y oscuros, sencillos, cuya elegancia a nadie atrae ya.

El árbol se ha convertido en un puesto de control en el que venden golosinas y está repleto de cámaras de colores vistosos que ofrecen todo tipo de refrescos y bebidas alcohólicas como máquinas expendedoras. A su lado, un grupo de mendigos se disponen en fila disfrazados de payasos con carteles explicando sus vidas miserables llenos de publicidad. Finalmente Alicia persigue al hombre-conejo hasta un edificio rojo en forma de falo decorado con borlas y serpentinas. En su interior a Alicia se le ofrecerá un puesto de prostituta de lujo para toda la vida bajo la justificación de que la promiscuidad es la única forma de sexo deseable que se garantiza ya como uno de los Derechos Humanos.


Estudiante a peregrino

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