Aquella mañana estaba en el comedor sentado como tantas otras veces frente al ordenador con la lámpara y el televisor encendidos para escuchar voces de fondo que me acompañasen y sentir cuantas más manifestaciones mejor de artificiosidad humana. Entre mi lista de olvidos rutinarios estaba el encender la calefacción, de lo que afortunadamente uno se acaba de dar cuenta a medida que va cayendo el día y el frío comienza a congelarme la punta de la nariz y de las extremidades. Se me enfrían en seguida y a veces pienso que no me debe circular muy bien la sangre. En cualquier caso, el tema, o uno de los temas que consiguen atraparme en estos momentos es que estaban dando una película de Disney sobre animales que hablan y viajan campo a través en busca de sus dueños. Son tres personajes los personajes principales: perro bueno, obediente y leal (labrador terrier sabio con voz de cuarentón), perro malo y pendenciero y protagonista (una especie de buldog gigante con voz juvenil que se va reformando con su amigo) y la gata siamesa (chica recatada que de tanto en tanto se ve en apuros para que sus amigos puedan mostrar su perfil más caballeresco). A todo esto a mi lo que me atraían eran los paisajes de la película, unos espacios verdes, frondosos, típicos del clima continental que aquí tanto añoro.
En fin, pues yo aquí continuo entre esperando a que me llamen para ir a comer en compañía de familia, a sabiendas de demasiado trabajo pendiente, ensoñándome con la idea de ir con el coche hasta esos parajes e intentando dominar viejos pensamientos recurrentes que vienen cada tanto a torturarme. Escribiendo por el puro placer de hacer algo, de liberar pensamientos así sin demasiado pensar y de abrir ventanas de google y navegar errante por internet en busca de algún plan que me haga recuperar el entusiasmo con el que tanto me cuesta reencontrarme últimamente.
Oh, genial, es mi tía, me está llamando por teléfono: hoy al final no como solo. Me gusta comer con mis primos porque no deja de ser una forma de reencontarme con mi infancia, cuando nada me preocupaba demasiado y ellos me tomaban el pelo con demasiada facilidad mientras nos jugábamos a inventarnos todo tipo de juegos absurdos. Eso ya no pasa, pero su compañía me sigue resultando agradable y, por que no decirlo, me siento protegido y arropado a su lado, como si tuvieran un halo mágico de sabiduría y candor que ahuyentasen mis propios fantasmas, que siempre regresan y a veces con gran poder y me pillan de improviso atacándome en momentos de debilidad en cualquier lugar a traición. Y luego está la buena comida que hace mi tía, una cocinera excelente. Sí, por ello también merece la pena. En el fondo, reconozco que no dejo de esperar que ir a casa de mis primos signifique recuperar esa vieja e idealizada emoción de que me propongan algún nuevo juego o aventura como cuando era pequeño. Pero ya somos todos adultos y ya no sienten que me tengan que cuidar como antes ni estar pendientes de mi y ellos tienen sus propias vidas y van y vienen sin mirarme como lo hacían antes. A menudo intento ser yo el que intenta reconciliarse con ellos proponiendo actividades conjuntas pero ellos ya no están dispuestos a dedicarme el mismo tiempo, tienen sus propias vidas e intereses personales. Quizás ya esté bien que sea así.
Pero sigo buscando por internet algún gran plan para esta tarde o los próximos días que me haga sentirme dueño de mi mismo, menos impotente ante mi desdicha. Y ya estoy pensando en dejarlo porque tampoco sé muy bien qué buscar por internet o de donde sacar un plan genial de la manga, para el cual tampoco tengo tiempo si soy responsable. Ay no! Ahora la gata de la película resulta que es una mujer autoritaria y bella a la que los perros de la perrera no paran de echarle piropos vulgares y ordinarios. No os creáis, que tiene su gracia la peli en su simple trama. Y por supuesto los animales tienen gran capacidad de planificación y estrategia. Es el viaje. Sí, siempre lo he sabido, hay que iniciar un viaje. El viaje es necesario o mejor dicho, en mi caso la huida es necesaria. Siento que he de irme muy lejos y empezar de nuevo porque después de intentar recuperar durante los últimos seis meses todas aquellas actividades que un día me hicieron sentirmo vivo y que ahora ya no tienen sentido, es necesario seguir buscando, pero ya no aquí. Mis estructuras de pensamiento se han quedado viejas y no me funcionan para enfrentarme a este mundo.
Es tiempo de cambiar las habitaciones y las personas que están en ellas. Solo falta el valor. Y acabo este ejercicio con el final de la película, que en el fondo creo que es lo que me ha inspirado y dedico mis últimos pensamientos a buscar un nuevo alias, una nueva etiqueta abstracta con la que definirme.
Estudiante a peregrino
Me gusta mucho la onda de esta entrada tuya, ya te lo dije. Se echan en falta más mini-relatos autobiográficos como este.
ResponderEliminarJ.Y.