Cogí un vuelo charter a Londres y aterricé en Heathrow; fui al centro: los albergues son para los feos, me alojé en el Home House, un precioso hotel. Llamé a un amigo del instituto que vendía hachís, pero no estaba en casa. Conocí a dos ingleses que me llevaron a Camdem Street, entré en el Virgin Megastore, compré dos cd’s, seguí a las chicas que tenían el pelo rosa, di una vuelta a ver si ligaba pero se puso a llover. El Ministry of Sound ha pasado a la historia, así que fui al Reford, pero era la noche gay. Conocí a la única chica hetero del club y nos magreamos en la pista, cogimos un taxi, fuimos al hotel y follamos. Conocí al mejor dj del mundo, Paul Oakenfold. Le escribí una postal a mi madre que no envié. Le compré speed al yonki italiano que intentaba venderme una bici robada. Fumé muchos porros que llevaban demasiado tabaco. Vi la Tate Galery y el Big Ben, comí mucha comida inglesa rara, llovía, todo era caro, me harté y me largué a Amsterdam. Todos los holandeses entienden el inglés, lo que es un alivio. Recorrí el barrio rojo, asistí a un espectáculo porno, visité el museo del sexo, fumé mucho hachís. Conocí a una actriz holandesa y bebimos absenta en un bar llamado Absenta. Los museos eran bonitos, habían muchos Van Gogh y Vermeer que molaban, paseé por la ciudad, comí unos gofres riquísimos, volví al barrio rojo. Encontré una rubia tetuda que me recordaba a Lara; le pagué cien florines, me corrí entre sus tetas, aunque con preservativo. Después charlamos de sida, de su chulo marroquí y de ella misma. Un borracho cantando en la calle me despertó, eran las ocho de la mañana y hacía un calor que abrasaba, me divertí en la Estación Central, alguien tocaba el saxo. Canté con una neozelandesa y luego me fui en tren a París. Paseé por los Campos Elíseos y me subí a la Torre Eiffel por sólo siete francos. Iba en metro a todas partes. Fui a una fiesta de for-model y estuve con una modelo rumana que se llamaba Korina, me la chupó en el hotel Mathurin de los campos elíseos y estuvo bien. Jugamos al billar, fuimos de compras, conduje un Ferrari que era de la familia real saudí. Me lo monté con una modelo holandesa delante del Louvre, vi el Arco de Triunfo y casi me atropellan. Oakey me invitó a Dublín, así que fui y me alojé en el Morrison. Dublín es una pasada, Oakenfold me pidió que pinchara unos discos con él. Las chicas irlandesas son menuditas, me enrollé con una borracha; después de sobarme se desnudó para mí en el lavabo de una disco. Me colé en la fábrica Guiness, mangué una cerveza tan buena que al beberla me empalmé. Tomé un vuelo a Barcelona, demasiado mogollón de gente. Me tomé un ácido en la Sagrada Familia y fue un viaje alucinante en todos los sentidos. Subí por la costa hasta el museo Gala-Dalí, pero ya no me quedaban ácidos y fue un rollo. Una novia me llamó al móvil y dejé que oyera las campanadas en Cadaqués. Cap de Creus es precioso, pero allí no hay tías, sólo hippies puretas, de modo que me fui a Suiza, y nadie tenía hora. Cogí el Glaciar Express y fue tan magnífico que no sé cómo describirlo. Recorrí Italia y acabé a Venecia, donde conocí a una chica muy guapa que hablaba inglés mejor que yo; pasaba un año con cinco dólares al día. Paseamos por los canales, me dijo que era un capitalista porque una noche en mi hotel costaba más de lo que ella se había gastado en el viaje, pero no le importaba que siempre pagara yo. Me deshice de ella y me fui con una pareja que querían hacer un menage-a-trois, demasiada tensión, pero me ofrecieron llevarme en coche a Roma y me apunté. El tráfico era horrible, pasábamos horas sin movernos. La mujer era muy rara, el tío empezó a perder la calma conmigo, era como una peli de Polanski. Paramos en Florencia donde había una cúpula enorme, de repente estalló una bomba y planté a la pareja: fue lo mejor. Por fin llegué a Roma: era grande, calurosa y sucia. Era como Los Ángeles pero con ruinas. Fui al Vaticano, es suculento hasta el ridículo. Tardé dos horas en entrar a la Capilla Sixtina, que ahora que la han limpiado parece falsa. Conocí a a dos menores de edad a las que intenté convencer de que se lo montaran ellas y yo me corriera encima, sólo conseguí invitarlas a un helado. Mi hotel tenía gimnasio. Un tío de Camdem me dijo que me conocía, pero seguro que era maricón y pasé de él. Quise tirarme un pedo y me cagué en los pantalones. En el hotel me masturbé. Aquella noche soñé con una chica preciosa con el cuerpo delgado. Me preguntó si le gustaba, y le contesté que podía limpiar pescado con él. No sé qué significa, pero me desperté, me masturbé en la ducha y dejé el hotel. Volví a Londres, paseé por Piccadilly Circus, intercambié la camisa con una tía de Cambridge, ella llevaba una blusa de marca y yo un Costume National, parecía mojigata pero en el fondo le iba la marcha. Apenas me miró pero yo le apetecía. Me tomé un ácido y anduve todo el día perdido en el metro. Conocí a una chica muy guapa que me dejó que me corriera encima mientras no le manchara el abrigo. Nos colocamos escuchando Michael Jackson. Al día siguiente me desperté hablando solo, tenía un enorme chichón en la cabeza, recogí mis cosas y casi pierdo el avión de vuelta. Ya no sabía quién era. Me sentía como el fantasma de alguien totalmente desconocido.
Victor Johnson. "The rules of attraction"
El Rapsoda de la ignorancia
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