Había una vez un hombre llamado el Constructor de Puentes Humanos. Era un hombre solitario, como no podía ser de otra forma en un verdadero líder. Los hombres como él se se sacrificaban en pos de un objetivo: crear vínculos humanos fuertes y duraderos. Esto es un Creador de Comunidades, héroes silenciosos destinados a estar solos.
Desde un punto de vista actual esta figura tiene un equivalente más o menos sinónimo: el Gestor Cultural. Pero el verdadero Gestor Cultural es tan solo un funcionario. El personaje que yo describo es un negociador locuaz, que conoce muy bien la psicología humana y cuyo papel diplomático y supervisor es caduco. Los librepensantes como él solo arraigan, no se arraigan y al final de su carrera, para reforzar la comunidad se van y dejan que se emancipe. Dan un sentido de ser al grupo, un propósito, un objetivo y hasta un enemigo que los ligue, pero no se comprometen emocionalmente con la comunidad, porque su sino es viajar en el desapego para poder realizar correctamente, objetivamente, su trabajo. Seres sin hogar, en todas partes recordados, pero en ningún sitio cómodos. Un héroe no es vanidoso.
Al final ellos mismos se vuelven fríos y distantes y su trabajo lo realizan de una forma inhumana, maquinal, despiadada y cruel pero terriblemente eficiente. Desconfían obsesivamente de la humanidad y por eso la comprenden y encuentran compensación y satisfacción en ser artistas invisibles no reconocidos. Si el Soldador es bueno perduran sus logros y gestas, sus nombres son olvidados, y ellos, en tanto que artífices y tejedores anónimos, sin búsqueda de gloria, son imposibles de rastrear excepto por sus obras. Y ellos mismos se convierten en sus propias obras.
Fénix Soldador
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