Recomiendo ver la película antes de leer la crítica, pues además de tener una alta calidad la crítica contiene spoilers
¿Qué significa ser marciano, un alien o un anormal? ¿Qué significa estar loco o ser un friki, palabra comodín tan de moda? Éstas son algunas de las preguntas que nos suscita esta delirante y provocadora película. Ben es un quinceañero que padece el síndrome de Asperger, una extraña forma de autismo, que le produce una especie de “ceguera emocional” y lo convierte en un “inadaptado social”. Su pasión es un videojuego online de lucha en el que se identifica con un guapo paladín superpoderoso (pues él lo ha convertido en un ser muy fuerte). A través de este personaje se siente reflejado (no como a través del espejo que llegará a destruir) y es él único lugar en el que se manifiesta como individuo, porque se siente seguro y puede tomar decisiones y expresarse sin problemas. Solo en el videojuego se siente realizado como persona. Pero aquí no hay reflexiones sobre lo perjudiciales que son los videojuegos, como a priori se podría esperar, y la película va más allá de esta discusión llena de tópicos que, sin embargo, también está presente si uno quiere.
El mundo real se convierte para él en un infierno donde él mismo se siente extraño, desubicado, incapaz de afrontarlo porque no posee las herramientas y espacios con los que él interactúa habitualmente en su mundo de fantasía, que aquí no es un lugar de evasión, sino su propia y verdadera vida. En el “mundo real” no puede sacar su espada y vencer a los ogros, a los malvados, es decir, a los cretinos que le hacen la vida imposible. Por tanto, fuera del videojuego no hay nada real para él y todo son palabras y sonrisas, un “mundo real” que, en el fondo, no deja de ser un mundo de representación, de apariencias, falso, que nada tiene que ver con el videojuego, que a diferencia del no-videojuego, integra a todo aquel que lo juegue. El “mundo real” se le convierte en un lugar hostil, que no entiende porque en verdad es falso, en el que en especial dos de sus compañeros lo humillan constantemente ante la desgarradora impotencia de los profesores, que sienten que su “cultura” y sus discursos no son ningún antídoto contra la barbarie. De hecho, considera que la realidad también es robótica y artificial para él con frases rituales cuyo significado se ha perdido como “¿cómo estás?” o “¿has dormido bien?” y cuyas respuestas positivas parecen obligadas, sin libertad, coaccionado por “lo correcto”. El videojuego, no obstante, permite que él se identifique con el personaje que quiera (blanco, negro, feo, guapo, orco, humano, mago, guerrero, etc.), es decir, una alegoría de la multiracialidad en la que uno puede cambiar de identidad a placer y sin complejos ni problemas éticos de ningún tipo. Es más puede representar tantos roles sociales como quiera sin ningún tipo de limitación de clase, económica o política y todo depende de su habilidad, siendo él un gran estratega cuya habilidad no puede desarrollar fuera del juego.
En cierto sentido, la película hace una defensa de los videojuegos frente a una realidad que se presenta feroz y despiadada y en la que la educación se define como una represión del ser, unas limitaciones y cortapisas a la autoexpresión y a la libertad. El problema no es, pues, que Ben sea un autista, sino que la sociedad no es capaz de aceptarlo. En otras palabras el problema no radica realmente en él, que no siente tener un problema ni se queja, sino en los demás que ven en él la diferencia, lo extraño, algo anormal, aquello que no pueden o no quieren entender ni asimilar y, por tanto, tienen que dominarlo, marginarlo, reducirlo y destruirlo para que no suponga una amenaza. Una amenaza en el fondo inexistente y que tan solo demuestra los propios miedos e inseguridades de los adolescentes. Sería, pues, un error considerar que la película es una simple denuncia contra la violencia escolar. En el videojuego Ben construye un romance con una chica que más tarde querrá conocerlo, una joven que, no obstante, no llegamos a saber cómo es sino por cómo se la imagina el protagonista idealizándola como la única persona en la que puede encontrar apoyo y le comprende como nadie. Es decir, la ayuda para su futura reintegración social parece que venga del mismo videojuego, contra lo que el tópico social nos suele decir.
Ahora bien, la película es una falsa tragedia con un cierto humor negro exquisito, pues el espectador constantemente espera encontrarse con un clímax en el que Ben acabará por rebelarse contra la sociedad, matando a los acosadores, o contra sí mismo, suicidándose, y se convierte en un juego muy entretenido estudiar todos los engaños que la película te ofrece para que tengas esa mezcla entre deseo y ansiedad. Con todo, cuando su madre lo hace enfrentarse a la vejación sufrida en el instituto por sus compañeros (le graban en vídeo tras bajarle los pantalones y lo cuelgan en Internet) el protagonista sí libera su ira, se desata de las cadenas de la corrección y las buenas formas, y destroza su habitación, incluido su ordenador, al que ya no se le verá jugar más. Al día siguiente, Ben decide suicidarse, que él entiende erróneamente como game over porque en un principio no acaba de comprender que uno no se puede conectar y desconectar a la vida. Es en ese momento cuando aparece su ángel salvador, la chica de sus sueños, a quien en realidad no ha llegado a conocer porque no se presentó a la cita que concertaron y su deseo de vivir se personifica en esa pareja imaginaria, como su propio puente entre lo real y lo imaginario, pero que no descubriremos como tal hasta el último minuto de la película. En otras palabras él mismo se construye su propio mecanismo de autoayuda, ficticio pero no menos efectivo, como no resultaría verosímil de otra forma. Su fantasía, la joven, es demasiado perfecta al comprenderlo de una forma tan profunda.
En este punto, comienza el ascenso del protagonista, pues la chica-imaginaria que se crea le servirá de soporte moral para ganar en autoconfianza e iniciar un proceso de construcción del Yo en el sino de ese mundo falso que se hace llamar verdadero. Será un acto de imposición de ese Yo, hasta entonces contenido, sobre el mundo, una decisión que lo convertirá en un ente pensante autónomo. Lo más interesante de todo es el cómo lo hará, pues potenciará sus habilidades como estratega, es decir, aquel don reprimido por los barrotes del orden y la formalidad, simulando su suicidio con ayuda de sus padres, que por primera vez dejarán a su hijo decidir. Para castigar a los malhechores se vengará mediante la inteligencia, no mediante la fuerza, y su poder será la fuerza de la vergüenza y el juicio acusador de la multitud, que agachará la cabeza y soltará lágrimas de dolor. Tras llamar la atención de los medios de comunicación, en la Iglesia, todos los personajes reunidos, tiene lugar el juicio, pues en medio de la ceremonia aparecerá el humillante vídeo en el que salía medio desnudo y toda la clase se burlaba de él. Es en ese momento cuando más claro se presenta el carácter crístico con el que se quiere dotar al protagonista, una especie de Job que finalmente sale recompensado tras tanta desgracia y que responde a esa pregunta que se hace en clase de religión cuando el profesor explica el descenso de Cristo de la cruz: “¿Oh, Dios, por qué me has abandonado?”. Pues la película nos dice que Dios no había abandonado a Ben y él será el elegido, el ecce homo, el antihéroe ni más ni menos, el redentor de los pecados de la humanidad que se alza resplandeciente (en medio del vídeo se deja ver y la luz del proyector lo atraviesa) y ha resucitado.
Como moraleja final, trágica desde mi punto de vista, Ben nos dice que él había imitado todo cuanto hacía la gente excepto una gente cosa: mentir. Exacto, la mentira se convierte en el principal mecanismo que construye una sociedad, la civilización se fundamenta en la mentira. La prueba es que son los grandes mentirosos los que mejor se adaptan, se integran y conviven con cualquiera. Aquel que miente sin parecerlo (sea porque no es consciente o porque es un gran orador) abusando de la naturaleza hermenéutica del lenguaje, es el gran triunfador. El Mesías, que siempre parece el más desfavorecido, es necesariamente un hipócrita, un estratega que sacrifica la verdad en favor de la manipulación para atraer fieles, pues todo discurso está hecho para convencer no para decir la verdad. Esta es la era de las sonrisas y quien dice y hace lo que los demás quieren oír, ver y sentir, todo un arte muy antiguo y muy poderoso todavía, tendrá lo que quiera. Pero en el fondo, Ben-X nos enseña algo muy importante con respecto a la mentira a través de la metáfora del espejo: queremos ser, nos identificamos, con la fantasía, la ficción, la mentira (la representación, pues nunca dejamos de hablar de representaciones) que nos creamos de nosotros mismos mediante el lenguaje, las imágenes y en definitiva los símbolos, no con “la realidad”, lo que el espejo nos enseña, una imagen externa, un alien que se nos intenta imponer y rechazamos con ira.
Realizada en abril de 2008.
Fénix crítico