La caballería estaba dispuesta, los equinos rebuznaban inquietos dando cozes en el suelo y levantando nubes de polvo. El hierro de las armaduras y de las espadas empezaba a murmurar impaciente, hambrientas de sangre, y los valientes aferraban con tanto fervor sus empuñaduras que costaba distinguir donde acababa la mano y donde empezaba la espada. Pequeñas nubes grises se desplazaban rápidas, movidas por el feroz y gélido viento, y la luz ténue del sol escapaba por los pequeños pero numerosos resquicios del fragmentado cielo. No había hierba, solo arena y roca, allí raras veces llovía agua, pero si la sangre de la guerra. Tras ellos, el horizonte se vislumbraba eterno, tan incierto como la frontera tras la muerte.
-¡Arriba las espadas, arriba los corceles, sentid cortar el horizonte con vuestra hoja. -alzó su caballo y se arrojó cortando con su gladio todo lo que encontraba en una enloquecida carrera hacia la matanza, y cantaron sus pulmones- ¡Sentid cortar el horizonte con vuestra hoja para reclamar a la Noche el Alba prisionera.
Fénix guerrero
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