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miércoles, 6 de enero de 2010

De pobres diablos a dioses diabólicos

Que es un pobre diablo sino un un ser miserable? Un pobre diablo... de la cumbre al abismo, del cielo al inframundo, nunca sobre la tierra. Aurea mediocritas? Jamás! Un monstruito que divaga y yerra, que no es, que está ahí, está por estar, y quiere decir, incapaz, "yo soy diferente". Ese ser despreciable guarda en sí un héroe muy capaz, como todos los pobres diablos, medio portadores de la luz y al mismo tiempo eclipsados por ella, ciegos y a la vez iluminados: son los quemados por el Sol. Se han convertido en charlatanes ya sin mucha labia tampoco porque hasta ellos mismos se censuran y no predican con el ejemplo. Bla, bla, bla...

Se acercaron demasiado a la eternidad y fueron destruidos. Guardan en su interior, silenciosos y silenciados, la experiencia de la muerte y del paraíso. Han visto cosas y no las saben explicar, se sienten portadores de una maldición, se sumen en caminatas erráticas, balbuceando palabras grandilocuentes, sus mentes perdidas y desenfocadas, frases sin demasiado sentido, sus rostros son serios, a veces caras destruidas o solemnes, como dicen los poetas. Diablos sin alas, por supuesto, diablos con mal y con bien, demasiado dispuestos a hacer algo y a hacerlo todo y a hacerlo ya, tanto y tan rápido que no lo hacen y se arrastran en su apatía y en su tedio, culpables de ello, famélicos y hundidos por su terrorífica sed de valentía. Y todo les resulta claro y confuso a la vez, y es claro que todo es confuso, rotos por el deseo de todo y por la sensación de nada, porque no olvidan y solo se sienten en paz cuando su mente está más adormilada que su cuerpo, falta de conciencia, sus llagas cansadas de arder.

Caída y vuelo... todo vuelo comienza con una caída.

Esos pobres diablos volverán a reclamar su trono cuando aprendan a construirse al lado del Sol y se vuelvan ignífugos: verdaderos diablos. Sus voces, ahora quebradas, retumbarán en las profundidades de la tierra y harán dispersarse las nubes grises en el cielo. Y el Sol les temerá, vacilante como en una pálida mañana de invierno por su espíritu indomable e invulnerable, por la potencia e intensidad de su Ser Sucediendo, de su Yo Dominando. Sus batientes alas rasgarán y romperán en miles de gotas cristalinas la escarcha mental que les cortaba el alma como el gélido filo de una hoja contra la boca del estómago. Y su soledad volverá para señalarlos como los reyes de su propia devastación, crematorio de los demonios, fantasmas y terrores que antes amenzaban su existencia fracasada.

Solo los que aprendan a volar se salvarán del incendio de esos Dioses diabólicos, que con una mano construyen y con la otra arrasan: amenaza y revelación. Sus mentes serán todo creación y libertad e inventarán un nuevo lenguaje para ellos mismos y lo llamarán magia.




Ser que habita en los silencios

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