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martes, 23 de noviembre de 2010

LA POLILLA Y EL FUEGO (reedición)

Érase una vez una polilla que vagaba sola por un desierto gélido llamado realidad. La polilla volaba, pues, ciega avanzando en busca de esperanza, calor y luz. En medio de aquel desierto abismal, tras muchos meses de agitar sus alas incansablemente, de comer poco y dormir menos, algo destelleó en el horizonte. Fuera un espejismo o  una realidad algo diferente rompía la uniforme masa oscura. Sedienta de diferencia, de amparo, de compañía y seguridad estable, la polilla se dirigió más veloz que nunca hacia aquella anormalidad. Pronto creyó distinguir una promesa.
           Tanto tiempo llevaba sin diferenciar oscuridad de oscuridad, desconfianza de desconfianza y palabras de palabras que cuando vio que aquel brillo destelleante también lo buscaba a él, comenzó a creer. Y se acercó más y más, más y más. Un calor cada vez más reconfortante la invadió, pero era inconstante e inestable. "Mejor es esto que nada"- pensó- y siguió acercándose. Pasaron los días y pronto empezó a apercibirse de que algo fallaba: nunca alcanzaba del todo aquella intensidad deseada y al mismo tiempo el calor que desprendía la estaba quemando poco a poco. Decidió alejarse, apercibiéndose tarde de la trampa en la que había caído. Lamentablemente para ella ya había sido atrapada en el bucle. La polilla sabía que podía encontrar un calor verdadero en otra parte pero como no sabía ni donde ni cuando llegaría, no había garantías, nunca las había, y tan cansada estaba de errar, que tras haberse alejado unos días de aquel amparo inconstante se sintió arrastrada de nuevo desesperadamente hacia aquella falsa fuente de luz cuyo recuerdo le hacía escocer las puntas de sus pesadas alas. El mundo antes de ella era feo, ahora se le hacía insoportable.
           El fuego, así lo llamó la polilla, medio amenaza, medio revelación, lo recibió bien y le dio lo que buscaba a cambio de agitar sus alas para avivarlo. Pero aquello solo hizo que el fuego se volviera más fuerte e intenso y la polilla tuvo que alejarse una vez más para no morir abrasada. En aquel ciclo de atracción y rechazo se mantuvo durante meses, atraída por el insuperable deseo, por el incesante reclamo que la misma existencia de aquella llama le suponía. El insecto siempre estaba dispuesto a agitar sus alas para el fuego, hasta que al final inevitablemente se cansó, sus alas débiles dejaron de moverse y el deseo la hizo arder en el fulgor de la centelleante provocación. El fuego lamentó perder las alas que lo batían tan vigorosa y vehementemente, pero sabía que no le costaría atraer nuevas polillas.
Las últimas palabras de la polilla fueron:

"Hoy me ves aquí cayendo penosamente como era mi destino, calientapolillas, pero un día renaceré siendo un ave fénix y tú querrás abrazarme para que te eleve hacia los cielos a los que apuntas".

Fénix con fuego propio

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