El sujeto en la visión clásica, aun extraviado frente al vértigo de las cosas, acaba por encontrarse a sí mismo en la confrontación con ese vértigo; atravesando el mundo- viajando en el mundo- descubre su propia verdad, esa verdad que al principio es tan solo potencial y latente en él y que traduce en realidad a través de la confrontación con el mundo.[...]
Se parte, se atraviesa el mundo y se vuelve a casa, si bien a una casa muy distinta a la que se dejó, porque ha adquirido significado gracias a la partida, a la escisión originaria. [...]
En el automóvil de la sociedad moderna viajar se trueca además en un escapar, en un violento romper límites y vínculos. El viajero no solo descubre la precariedad del mundo, sino también la del viajero, la labilidad del Yo individual que empieza- como intuye Nietzsche con despiadada claridad- a disgregar su identidad y su unidad, a convertirse en otro hombre. [...]
El viaje pasa a ser entonces un camino sin retorno hacia el descubrimiento de que no hay, no puede ni debe haber un retorno, un viaje que procede siempre hacia delante, hacia un malvado infinito, como una recta que avanza titubeando en la nada.
Perdiéndose en el mundo y abandonándose al mundo se disgrega, pero al final también se reconoce y se reencuentra, como dice la parábola de Borges: "Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara."
Extraído del prefacio de El infinito viajar de Claudio Magris
Fénix viajero
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