La amistad es nuestra religión; Nadie, nuestro Dios; y la ignorancia, nuestro templo. Bienvenidos.

jueves, 29 de octubre de 2009

Capítulo V: La villa encantada

Después de luchar dos días con sus dos noches en la enfangada ciénaga de Ipsen, prolongar las celebraciones por la victoria durante más de doce horas, cabalgar emprendiendo el camino a Alexandria dejando atrás Ipsaia, toparse con la estremecedora verdad que las temibles escuadras de Rodiön siguen en pie y derrotar a la perversa aunque inofensiva bruja de la torre (batalla que hubo de durar toda la noche), los tres caballeros se encontraban al borde del desfallecimiento, y con una nueva salida del sol y abadonando la que fue una imponente y maquiavélica edificación de noche, ahora de día caricaturizada en una triste torre semiderruida, fue el caballero vencedor el que expresó primero su opinión:
-Caballeros...- empezaba, con cara de desmayarse si acababa la frase- no entiendo de qué pasta estáis hechos, pero el derrotar a la bruja sumado a todo lo que llevamos acumulado.. creo que... creo que necesito descansar o la armadura que visto será mi mortaja aquí mismo...
-Tienes razón, todos necesitamos descansar- apuntilló el caballero elegante, de recio carácter.
-Caballeros, a este paso no llegaremos a Alexandria ni con la magia del hipogrifo; si queremos satisfacer nuestros cometidos, debemos continuar- el caballero templado volvía con, de vez en cuando, una ráfaga de lucidez.
Calibrando posibilidades, decidieron continuar el camino a lomo de sus corceles, que esperaban dóciles a cincuenta metros de la torre, haciendo turnos en el que dos dormían, atados a sus caballos para no caerse, y un tercero vigilaba y guiaba al resto. Empezó el caballero relajado, ya que el gas venenoso que había inhalado le había restado fuerzas, pero desvelado completamente. Más tarde guió el caballero de agitador, y cerrando los turnos, macarra. Lograron reemprender el camino correcto del que habían sido desviados por culpa de los cantos de sirena de la bruja, pero cuando empezaba a presentarse la noche y el caballero tranquilo ejercía de vigia, cayó sobre ellos una extraña niebla que los envolvió como un manto fantasmagórico, capaz de desorientar al más tenaz de los aventureros. El caballero de suave carácter, ya fuera por temple infundido por sus propios miedos o por sus verdaderos instintos, no perdió la calma, y siguió cabalgando sin despertar a los otros en el que él creía era el camino a seguir. Pero se dio cuenta que algo iba mal cuando obligó a su montura a detenerse y examinar unas huellas de caballo en el camino, que resultaron ser las de Ymir, Pare y Isacuus, sus propios corceles. El joven caballero siguió cabalgando, impasible, hasta que divisó una extraña figura en aquel mar etéreo: cuando se aproximaron más, avistó un anciano cubierto con harapos, los ojos dos cuencas gigantescas que albergaban grandes esferas de un azul enfermizo a modo de ojos y una nariz tan descaradamente aguileña y afilada que hacía pensar que el pobre viejo podría morir si estornudaba demasiado fuerte; se apoyaba en un bastón más alto que él que parecía retorcido expresamente, y si la sensación que transmitió al caballero impasible no era de miedo, desde luego se le aproximaba. En cambio, la voz del anciano resultó ser una suave canción que llegaba a oídos del inexperto hidalgo como el canto de los pájaros en la soleada primavera. Aquello lo desconcertó, y le animó a confiar mínimamente en la enigmática figura o, almenos, a no partirla en dos con una de sus espadas en cuanto estuviera lo suficientemente cerca. El viejo misterioso habló:
-Joven caballero, buscáis una posada donde reposar, pues estas tierras de noche son peligrosas hasta para los amos del páramo, los lobos.
-Entiendo de esta manera que sería tan amable de indicarnos dónde la podría encontrar, buen hombre.
En la inquietante ceguera de sus ojos de cristal atravesó relampagueante una mueca divertida:
-Venís de muy lejos; el páramo montañoso por el que andáis es un desierto donde encontrar la muerte en pocas horas si no se conoce el terreno. Por ese motivo, la gente de aquí, que disfruta discreta y alejadamente de la vida, os ofrecerá su hospitalidad sin pensarlo siempre y cuando no perturbéis su paz. Hay muchísima vida si se sabe dónde buscar.
-Hay alguna villa cerca?
-Por supuesto.
El silencio del viejo incomadaba al caballero. Parecía que se limitaba a ser un elemento cándido, de ayuda para los pobres desarrapados que caían por esa zona, pero había algo más, como una negación de esa ayuda simultáneamente, algo bastante absurdo. "Que me aspen si sé qué hace un viejo al anochecer disfrazado de mendigo jugando a las adivinanzas en este desierto infértil con unos extranjeros que podrían ser sus nietos..." pensaba el caballero tranquilo, casi decidido a despertar en busca de apoyo a sus compañeros.
-Sería tan amable de indicarme el camino hacia esa villa, caballero?
-Desde luego. Pero debéis saber antes, intranquilo guerrero, que esa villa es un lugar casi sagrado, imposible de ver para los impuros de corazón; un lugar muy especial en el que sus aldeanos conviven al margen de las leyes del mundo, pero siendo una parte muy importante de él: es donde se fabrican los sueños de la gente. Todos las horas, todos los días del calendario, hay una fábrica mágica, comandada por seres del espacio, que se encargan de producir los sueños incansablemente. Todo aquél que es merecedor de entrar a la villa, queda prendado de por vida por ella, más fuerte que el amor a la vida, más fuerte que el amor a una mujer. Por eso es la perdición del que entra para ser guarecido de las heridas del alma: puede que no salga jamás. El hechizo es harto poderoso.
El caballero templado rió plácidamente descargando toda la tensión que había incubado en el espesor de la niebla hasta el momento, esperando algún secreto horrible o circunstancia preocupante que sortear. Eso era todo?
-No se preocupe, buen viejo: tenemos un largo camino por delante y un cometido como caballero que cumplir, para nosotros no hay hechizos bobos que valgan. Pasaremos ahí la noche, con la luz del alba partiremos y nos olvidaremos de que siquiera existió.
Ahora le tocó al viejo sonreír; verlo le recordaba a un vetusto árbol nudoso contorsionarse ligeramente por el viento.
-Tú haces tu propio camino; las gentes de allí os recibirán bien...
-Gracias, buen viejo, si me indicas hacia dónde...
-...sin embargo, no debéis ir- lo pronunció de tal manera que el temple del caballero tranquilo se zarandeó y amenazó con derrumbarse, habría preferido escuchar su propia sentencia de muerte.
-Qué? Por qué lo dices, buen hombre? Es que no somos puros de corazón para entrar en esa estúpida villa o qué?
-Eso no me toca a mí juzgarlo; sólo os advierto, por el bien de la villa y el vuestro propio, no debéis entrar.
-Explícate!!- el caballero impasible deshonró su mote y desenvainó como un rayo una de sus espadas gemelas, poniendo la afilada punta a la altura de la nariz del viejo, absolutamente inmutable.
-Uno de vosotros posee un poderoso objeto mágico que de ninguna de las maneras debe entrar a la villa; un mal presagio se cierne sobre vosotros como una bandada de cuervos sobre el cadáver del ciervo. Alejáos y llevad con vosotros vuestra desgracia.
El caballero dejó de apuntar al viejo con su arma y la envainó reflexivamente. Se produjo un corto silencio, más denso que la niebla que impedía ver más allá de un palmo del viejo visionario.
-Cómo lo sabes, viejo?
Después de un instante que hizo sospechar al caballero un acceso de autismo, el viejo habló por última vez:
-He dicho todo lo que tenía que decir.
Acto seguido se dio la vuelta y desapareció engullido en una nube de niebla que, curiosamente, empezó instantánemanete a disiparse en ese punto concreto, dejando a la vista un largo sendero de árboles alineados casi milimétricamente, a unos pocos pasos los unos de los otros, dejando un claro sendero a seguir que, desde luego, no se encontraba ahí antes a juzgar por el caballero tranquilo, que no salía de su asombro, convencido que había pasado por ahí mismo hacia unas pocas horas y aquello no existía para nada.
Sin embargo, despertó a sus compañeros y les informó que había encontrado un lugar donde pasar la noche:
-Caballero relajado... por qué se mueven los árboles a nuestro paso?
-Sé tanto como tú, caballero forzudo- respondió escuetamente.
-He tenido un sueño muy raro...- se unió el caballero de las pasiones, ni siquiera inmutado por el anormal movimiento de los árboles, como oscuros vigilantes de su ruta, que casi danzaban siniestramente al compás de los corceles.
Al cabo de unos inquietantes y agobiantes minutos que se les antojaron larguísimos, llegaron a las puertas de una pequeña villa sin muralla, con una neblina que la rodeaba, pero ligera y escurridiza ésta, en contra de la espesa y cargada que acababan de abandonar. Entraron y no pudieron por más que alegrarse de encontrar por fin un lugar civilizado y tranquilo donde hacer un merecido alto en el camino. Ninguna casa superaba las dos plantas, los tejados eran de pizarra la mayoría, unas alegres velas se adivinaban en el interior de los salones y las caras de los habitantes que se encontraban estaban cruzadas por una media sonrisa.
-Esto parece el almacén de Cortilandia...- expresó el caballero intranquilo lo que a todos les vino en mente.
Habiéndolo disputado a un juego de azar, acordaron que el caballero macarra buscara una posada donde descansar plácidamente al fin, y los otros dos vencedores del juego se encaminaron con el ánimo súbitamente recargado hacia la posada más cercana, que rebosaba felicidad, hospitalidad y buen rollo desde la entrada. Abrieron la ruidosa puerta de madera y un halo de "bienvenido a casa" los acogió inmediatamente: pese a que estaban en época estival, una viva hoguera crepitaba alegremente al fondo del local inundando la amplia sala, donde los hombres se agolpaban por grupos en inmensas mesas de madera, cantando, bebiendo, bailando, contando batallas con colosales pintas en la mano que no se preocupaban de derramar en algún compás de su baile. Las mujeres reían sin preocupaciones, aduladas por sus camaradas masculinos, sientiéndose el centro de atención global, la salsa de la vida. Los camareros y camareras iban aquí y allá con bandejas que más parecerían mesas enteras sobre la mano, sumándose al jolgorio general sin que esto preocupara en exceso al jefe del local que, suponían, era un hombre de espesa barba puntiaguda con un sombrero rematado por un trébol gigante de cinco hojas, que fumaba despreocupadamente al final de la barra con un extraño una pipa tan pequeña como un dedo índice, pero suficiente para que saliera un humo gris tan espeso para que se adueñara de toda la parte superior del local, imposibilitándoles ver hasta dónde alcanzaba el robusto techo. Además, loros exóticos de plumas multicolores, salamandras posadas en los hombros de sus propietarios, hurones, cabras enanas, gatos, perros, tortugas, iguanas e incluso algún cerdo y un topo convivían con reposada indiferencia pero contribuían notablemente al bullcio general. A los dos caballeros les costó más de tres minutos moverse de la puerta, donde se habían quedado petrificados, con la sensación de haber entrado en un parque de atracciones, si en aquella época hubiesen existido los parques de atracciones.
Finalmente se decidieron por sumarse alrededor de uno de los grupos menos vistosos y más discretos, unos cuantos chavales y chicas jóvenes apiñados alrededor de un viejo botarate cuentacuentos con unos pelos blancos descuidados que caían alegremente hasta sus hombros. El hombre tenía una curva de la felicidad bastante importante, infundida en parte, muy seguro, a las cervezas que bebía una tras otra, y de las cuales tenía manchado una superfície considerable de su atuendo (un extraño chaleco negro bordado y camisa, originalmente blanca, sin botones). Entre la combinación de colores y la forma de su enorme estómago, daba la sensación de estar viendo a una oreo hablar.
-Y entoooonces...- dijo con finjido misticismo de teatrero- el hombre rubio cayó presa del encanto del poderoso mago Barragán y hubo de casarse con la dragonaaaa!!- tanto el coro de jóvenes como él cayeron presa de un incontrolable ataque de risa que se prolongó varios minutos.
Finalmente, entre lágrimas, uno de los jóvenes con cara de travieso, le gritó al que estaba subido encima de la mesa:
-Cuenta otro cuento, Tom Seisdedos! Otro!
-Sí! Sí!- le secundaron todos con entusiasmo.
-Cuéntanos otra vez la historia de la Lágrima Demoníaca- pidió un joven moreno serio, de fuertes rasgos y de los que antes habían parado de reír.
-Ahhh..! La Lágrima Demoníaca, eh? Pero para eso...- el viejo Tom bajaba la voz- tengo que estar mucho más borrachoooo!!- y se acabó de un trago su enorme pinta sostenida por una mano con un dedo de más mientras los otros reían sistemáticamente.
El caballero templado y el irascible escuchaban atentamente, la cerveza que apensas habían probado en sus manos.
-Cuenta la leyenda- empezó, intentando lograr una pose seria, misión inabarcable para él- que en tiempos, cuando el Mundo Antiguo estaba sumido en la oscuridad y la tiranía de los Dioses del Caos, un apuesto caballero consiguió hacer frente a estos dos gigantes de la destrucción. Se plantó frente a ellos, después de pasar innumerables penalidades y...- calló misteriosamente- Pero antes, chicos, os explicaré el camino que recorrió el formidable caballero para lograr esta gesta...
Veinticinco minutos después, habiendo resumido, Tom Seisdedos llegaba al final de su relato:
-...y de esta manera, desarmado, el extraordinario hidalgo con la fuerza de las palabras, logró hacer derramar una lágrima a nada más y nada menos que los Dioses del Caos. Lágrima que se solidificó y significó el inicio de la Nueva Era que ahora vivimos felizmente gracias a sus esfuerzos.
-La Lágrima Demoníaca...- se atrevió a susurrar una joven rubia con la boca entreabierta
-Exacto. Dicen que quien logre recomponer los cuatro fragmentos de la Lágrima Demoníaca, será capaz de invocar a Avi-Asúl y Asaúl, los Dioses del Caos- todos callaron en un súbito silencio-. Claro que eso son bobadas, es lo que cuenta la leyenda!- gritó alegremente Tom, para disipar el serio e inmóvil ambiente que había creado sin querer. Pero no había convencido a casi nadie:
-Pero para eso haría falta un invocador cetra, verdad?- preguntó el joven que había pedido la historia.
-Bueno, sí, pero ya sabemos que desaparecieron, ya os digo que...- se defendía el apodado Seisdedos.
-Pero se cuenta que en las tierras de Arcadia se han visto algunos, los últimos de su raza- aventuró la chica rubia.
-Bueno, dicen siguen existiendo los invocadores cetra, recluidos en sus escondites eternos, pero que están condenados a la desaparición, pues solo quedan mujeres...
-Ya, pero...
A partir de este punto se abrió un acalorado debate donde no se respetaba el turno de palabra y apenas sacaban nada en claro los dos caballeros, que como el resto, dejaban volar su imaginación y habían quedado sobrecogidos por el relato del viejo y alegre Tom.
-Lágrimas demoníacas, invocadores cetra, Avi-Asúl y Asaúl gobernando el mundo de nuevo... ya he escuchado suficientes estupideces por hoy, vayamos a otro sitio caballero relajado.
-Sí, vayamos; pero recuerda que hace menos de dos días vimos una escuadra de Rodiön, así que...
El caballero del temple se detuvo en seguir su frase, ya que había provocado un silencio tan súbito y antinatural en aquel bar, que se sentía completamente fuera de lugar. Toda la fiesta, el bullicio, el ruido, las risas, el no parar, el alcohol, todo, todo se había detenido y hasta la última alma del lugar fijaba su mirada en él, tal era el pavor que suscitaba el escuchar de nuevo el nombre maldito de Rodiön. Reaccionando un poco tarde, el caballero intranquilo le dio uno de sus codazos mágicos entre las costillas, cosa que satisfizo en parte las miradas reprobatorias de los felices aldeanos para con el extranjero que mancillaba su lugar sagrado, y lo sacó a rastras de allí.
-Menuda la has liado, caballero... te crees muy guay y vas hablando alegremente de la resurrección del mal por ahí. Vaya dos, parezco más bien vuestra niñera.
-Lo siento, caballero agitador, yo sólo...
Pero se detuvo en esa parte de la oración porque en ese momento vieron una escena que se les hubo de quedar grabada de por vida: subida a lomos de un majestuoso elefante nacarado, engalanada con prendas de reina y destilando el perfume más fino jamás creado, vieron lo que les pareció ser la mujer más bella del mundo. Ocupaba una estructura cuadrada hecha a medida con unas puntas bellamente decoradas que hacían las veces de esquinas, más altas las posteriores; de la estructura colgaban unas larguísimas telas de seda y oro color azul que llegaban hasta prácticamente el suelo. Incluso el gigantesco animal iba engalanado como si gobernara sobre algún país exótico: la cabeza rodeada por una cadena finísima de oro rematada en una joya como un puño de grande enmedio de su frente, de un granate apagado, en contraste con el pálido tono de su piel, los imponentes colmillos también pintados con unos dibujos exquisitos que sugerían sueños de Oriente de oro líquido, flanqueando su inusual trompa bicéfala. Las orejas extrañamente pequeñas, perforadas por dos aros simétricos del tamaño de un piso, en cuyo abombado interior descansaban, en la posición de esfinge, una suerte de extraños felinos sin pelo de piel totalmente negra como el azabache, pero con collar, uñas y el perfil de los ojos de un dorado espectacular.
Mención aparte se merecía la razón de tal derroche de belleza y poder: una mujer de mirada impasible, fija en el horizonte, pose serena y larga melena rubia recogida en una trenza perfecta, entrelazada con una cinta roja. Los pendientes dos esferas que parecían orbitar a su alrededor, a juego con una joya en la frente de tono blanco apagado en combinación con la del elefante. Sus ropajes, dignos de la ninfa más bella, se intercalaban con la tela azul del magnífico animal, y eran casi tan largos como éstos. Intentar describirla dignamente sería una tarea casi imposible hasta para el más hábil de los poetas, así que los dos caballeros no pudieron por más que quedarse abotargados ante la magnitud de tal espectáculo celestial, sin reaccionar, inconscientes de todo lo que les rodeaba y de sí mismos, con esa única imagen en la cabeza.
Incluso el paso reposado del elefante de dos trompas parecía desprender una suave y mística música que todo lo envolvía. La mirada de la mujer era totalmente imperturbable. A los pies del extrañísimo ejemplar, acompasados al ritmo de éste, tanto por delante como por detrás, les flanqueaban una comitiva de extraños hombres armados y vestidos con ropas anchas, finas y vaporosas, también de colores pálidos y apagados, pero las más elegantes que habían visto nunca los caballeros, y habían visto muchas, incluso en castillos muy lejanos y reinos de príncipes excéntricos.
-Es la Reina de Oriente...- acertó a decir el caballero tranquilo, después de que la comitiva estuviera considerablemente lejos, recuperando así la facultad del habla.
-Me la pido!
Esa frase, acompañada de un certero codazo en las costillas que dobló de nuevo al joven relajado sobre sí mismo, era un código desarrollado durante muchos años de amistad, y que confería al que la dijese primero el privilegio de intentar seducir a la mujer en cuestión sin que sus compañeros compitan con él por ella.
-Caballeros! Llevo ratos buscándoos. Ya tenemos sitio donde dormir, por fin! Se llama Posada Dalí, es un sitio genial, os encantará- el caballero macarra había dado con sus compañeros.
-Id hacia allá compañeros- dijo el caballero reposado recuperándose aún del golpe de su camarada-, yo antes iré a disculparme al bar. No os importa encargaros de Ymir, verdad?
-No, claro. Qué ha hecho?- indagaba el caballero de escasa barba dirigiéndose al forzudo, mientras se alejaban en dirección a la posada.

Dos horas después, cuando los caballeros macarra y agitador habían logrado conciliar el sueño y escapar de la posada a toda prisa, se dieron cuenta que el tercer integrante aún no había vuelto:
-Dónde está el caballero tranquilo?- quiso saber el caballero pasional.
-No sé...- empezó el incansable- Espera, creo que tengo una idea.
-Qué? Qué pasa?
-Nada, ármate y ya sabes lo que debes hacer: haz honor a tu condición de caballero. Yo voy a buscarlo, nos veremos aquí. Fuerza y coraje, compañero!
Con estas palabras el caballero agitador salió corriendo, esquivó a la confusa masa de gente y se hizo con unas largas escaleras de madera que utilizó para llegar a la ventana de la habitación superior en una posada vecina. La rompió e irrumpió en el interior cual fuerza sobrenatural, el arma en la mano, las poderosas hachas dobles: dos afiladas hachas de tamaño colosal en cada extremo unidas por una resistente barra que el caballero blandía como si en realidad no pesase más de cincuenta quilos. En el interior de la humilde aunque engalanada habitación, se encontró lo que se esperaba:
-...y por todo eso, creo que deberías venir conmigo... Pero... esto qué es?!? Caballero irascible! Qué crees que haces?
-Traidor!!- tronó el ardiente guerrero- estás intentando seducir a la Reina de Oriente! Dijimos que era mía!
El nombrado recobró la compostura con naturalidad.
-En el juego y el amor, querido amigo, todo vale...
-Bueno, eso ya lo trataremos después. La villa está siendo atacada y...
-Cómo?- el tranquilo se puso alerta.
-Sí, como lo oyes. Han...
-Pero cómo? Cómo puede ser?- lo interrumpió el otro- Eso no es posible, estamos en la Villa Encantada!
-Pues mira a tu alrededor, pazguato! Que el encantado eres tú! Han entrado Bersekers y lo están destruyendo todo!!
En ese preciso momento, la puerta de la habitación literalmente desapareció, despedazada a merced de la desgarradora potencia de un ser de algo más de dos metros de altura, de piel cetrina color aceitunada y, lo más preocupante, unos mitones con cuatro garras de más de medio metro de longitud.
Tanto la Reina de Oriente como el caballero empanado se quedaron inmóviles, y hubo de ser el caballero irascible quien, de un potente salto con el que cruzó la habitación, diera un movimiento imposible con su Organix, rebanando buena parte del cuello de la criatura, que cayó tambaleándose y aullando a sus pies. La remató con la hoja de su otra hacha con otro giro rapidísimo.
-Vamos, tenemos que irnos!- urgía el que los acababa de salvar.
-No te preocupes, Reina, seguiré cuidando de ti y ninguna de esas criaturas se te acercará...
-No haga caso a este botarate, mi Señora... La protegeré con mi vida si...
-Marchaos los dos ahora mismo- la Reina de Oriente había hablado-. Mis guardias me protegerán hasta donde vosotros no podríais llegar. Pero sí que necesitarán vuestra ayuda ahí abajo para salvar a la villa. Así que dejaos de estúpidos cumplidos románticos caballerescos y luchad por el pueblo.
Los dos compañeros se quedaron un momento sin saber qué hacer.
-YA!!- tronó la Reina.
Salieron inmediatamente de la habitación y llegaron al nivel de calle, donde los aldeanos huían despavoridos de las abominables criaturas, que pese a su envergadura se movían con sorprendente rapidez e iban de un lado a otro dando terribles golpes en el aire, pues eran casi ciegos y se guiaban por el sentido del oído. El problema venía cuando engachaban a alguien o daban con una casa o cualquier pequeña construcción: la destrucción era inmediata. Además, algunos de los extraños Bersekers, criaturas de la oscuridad que no se veían desde el Mundo Antiguo y el reinado de los Dioses del Caos, tenían los mitones hechizados con un encantamiento de fuego, lo que les dotaba de una potencia y peligrosidad extrema. Por eso pronto se empezaron a ver envueltos también en gigantescas columnas de fuego y humo que asolaban las reposadas casas de madera de la villa en segundos.
A pesar de todo ello, el caballero tranquilo permanecía semi-arrodillado en el suelo, impasible, sin mover un músculo para ayudar a su compañero, que se movía relampagueante entre los pseudo-colosos vestidos de cuero y cinturones de pinchos, los ojos dos cuencas enteladas de un color rojo pardo. Movía su Organix con una velocidad sobrehumana, abriéndose paso entre cuatro Bersekers que le rodeaban y defendiendo a su eclipsado amigo. En condiciones normales, en los tiempos en los que se podía encontrar Bersekers en según qué zonas, decía la voz popular que un hombre armado (no caballero) tenía una posibilidad entre cincuenta de salir victorioso ante un encuentro con uno de ellos.
-Pero qué haces!?! Levántate y lucha, encantado!!- le conminaba el irascible joven, rebasado por las cuatro bestias, ahora tres, ahora dos.
Pero aún quedaban muchas que sembraban el caos a su antojo, la feliz villa sin tradición guerrera ni un solo caballero, indefensa ante el ataque rival.
-Este sitio...- el caballero tranquilo parecía absolutamente ensoñado, en otra dimensión- Es este lugar. Es tan bello, tan bello... Creo que me he enamorado.
-Aaarrrgg!!- el caballero intranquilo había sido alcanzado cuando intentaba alejar un Berseker de su compañero por otro que no había visto por detrás, que había acudido atraído por el sonido de su Organix cortando el aire.
Tenía el hombro herido y manaba una cantidad considerable de sangre; hincó la rodilla y flaqueó por un momento.
-Caballero... por favor, despierta, DESPIERTA!! Nos están rodeando, ayúdame a combatirlos, venga!!- el Organix ya no parecía tan ligero en su mano derecha y un grupo de tres Bersekers los rodeaba ciegamente; si se ponían a dar cuchilladas en el aire los tres a la vez, eran hombres muertos-. Nos están rodeando!
-GUARDIA REAL!!!- un potentísimo chorro de voz inundó por un instante el campo de batalla, ahogando los sedientos quejidos de sangre de los Bersekers.
Se trataba de la Reina de Oriente, que había formado filas con sus guerreros, que estaban dispuestos a luchar. La serenidad seguía gobernando su rostro, aunque un atisbo de dureza lo cruzaba ahora también. Imponía mucho.
Automáticamente, una fila de arqueros de estrafalaria indumentaria (vaporosos turbantes y pañuelos de un azul apagado que les cubría parte del rostro y la cabeza), con arcos dorados sin cuerda, apoyaron una rodilla en el suelo y empezaron a disparar flechas mágicas que ralentizaban en muy buena parte los movimientos de los Bersekers, inmovilizando incluso alguno si el tiro era muy certero. De esta manera, se facilitaba muchísimo la tarea de los demás combatientes, que eran el herido caballero agitador y una parte de la guardia real armada con unos extraños y preciosos sables curvos dorados, que no se manchaban de sangre pese a que inflingían terribles heridas a los ralentizados Bersekers con ellos.
-A los de fuego! A los de fuego!- gritaba alguien en el estertor de la batalla
Poco a poco fueron cayendo los cuerpos de algunos pseudo-colosos más, sus extraños cuerpos vestidos de tiras de cuero y pinchos desangrándose en la mancillada villa, sus mitones manchados de sangre inocente, ahora inmóviles. Y pese a que eran vícitmas de las flechas mágicas de los arqueros, los más díficiles de abatir seguían siendo los Bersekers con el hechizo de fuego, extremadamente peligrosos con sus rápidos movimientos que apenas permitían acercarse a atacar y el fuego que se propagaba nada más que tocasen algo; necesitaban entre tres y cuatro guerreros de la guardia para abatirlos, o tres o cuatro estocadas del Organix del caballero irascible, que estaba ya algo agotado entre el sueño eternamente interrumpido y su hombro herido, aunque era más superficial de lo que había supuesto. En definitiva, la victoria estaría próxima en menos de una hora si seguían a ese ritmo, y entonces sería tiempo de calibrar los daños. Esa sensación se transmitió por el pelotón de batalla y los hacía luchar con renovado vigor, pues se sabían vencedores. Dos arqueros flanqueban al caballero tranquilo, que se había quedado estúpidamente solo e inmóvil, justo enmedio del campo de batalla, fúmandose una pipa con mirada ensimismada, rodeado de muerte, destrucción, y enemigos y aliados luchando hasta la muerte; de vez en cuando se sonreía tontamente, como recordando algo especialmente placentero.
Pero se las habían prometido muy felices los guerreros: como el jirón de nube oscura que anuncia una terrible tempestad, aparecieron en el gris horizonte de la Villa Encantada unas criaturas aladas que venían en rescate del decadente escuadrón de Bersekers. Se trataba de una suerte de simios con corazas color cobrizo, alas de un violento color rojo y una mirada de ira que helaba la sangre, deseosos de muerte, de alimentarse de los miedos de sus víctimas, los amarillentos colmillos desafiando afilados por los bordes de la boca, en una mueca terrible. Además estaban armados con una especie de lanza muy larga acabada en dos puntas y una pequeña esfera que gravitaba enmedio de las puntas a velocidad demencial, produciendo un agudo silbido ensordecedor y una electricidad estática harto peligrosa en combinación con el acero.
Pronto empezaron a caer en picado sobre los guerreros del bien, pinchando indiscriminadamente como una tormenta eléctrica sobre sus oponentes, paralizándolos con la electricidad, mutilándolos con las puntas, doblándolos de dolor por el infernal sonido, insoportable para los humanos.
Los arqueros mágicos pronto dejaron sus arcos dorados sin cuerda y se taparon los oídos con todas sus fuerzas, algunos incluso sangrando por las orejas. Los guerreros de los sables de la guardia real eran aniquilados rápidamente, primero retorciéndose en el suelo a causa de los espamos de la electricidad y, si ésta no los mataba, acuchillados con las lanzas de los simios voladores, que apenas rozaban el suelo, pero eso les bastaba para decantar la batalla a su favor en cuestión de unos pocos minutos. Quién les iba a decir al principio de aquella noche aciaga que la Villa Encantada iba a ser la tumba de todos ellos...
El caballero impasible seguía inmune a lo que sucedía, aunque se percató a lo lejos de una figura considerablemente más grande que la de los monos en lo que supuso era su jefe: un gran primate de imponentes alas y armadura plateada inmaculada, que planeaba sobre una zona concreta, a unos cien metros de donde se encontraba el acarnizado eje de la batalla.
Mientras la guardia real al completo era exterminada como una mosca con un soplo de spray mágico del mago Barragán, el caballero irascible yacía de rodillas enmedio del campo de guerra, con las manos poderosamente aferradas a los oídos y una mueca de dolor desfigurándole el rostro, su Organix en el suelo.
Apenas quedaban unas docenas de soldados y los dos caballeros, e iban a ser eliminados por completo en un par de minutos máximo. Aquéllo había caído como una terrible tormenta de muerte sobre ellos y no les había dejado ninguna posibilidad de resistencia. Habían perdido y morirían todos a manos de los crueles simios alados, y los Bersekers que restaban. Así que el caballero agitador se convenció de que esos eran sus últimos momentos y, haciendo honor a su estirpe y naturaleza, pensó que si lo abatían no sería arrodillado y llorando de dolor, sinó combatiendo con honor. De este modo, se levantó pese a que creyó que su cerebro iba a estallar por el demencial silbido, cogió a duras penas el Organix e intentó abatir a alguno de los monos que pasaban velozmente sobre su cabeza, nada más podía ver menos de una trentena de soldados a su alrededor en pie. Aún tuvo tiempo de dedicar unas palabras a su iluminado compañero:
-Es una pena que te hayas perdido esta fiesta caballero. Aunque... qué jodido eres- dudaba mucho que lo pudiese escuchar por encima de aquel sonido que todo lo cubría, y seguía blandiendo y moviendo frenéticamente su arma-, vas a hacer honor a tu mote aunque te vaya la vida en ello, eh cabrón? Ja, ja. Bueno, que sepas que estos años...
En este momento, aparecieron por retaguardia una fila de diminutos seres envueltos en rarísimos ropajes, a quienes no se les veía la cara en absoluto, la determinación dibujada en su abombada figura. No superarían el metro trenta de altura, y no quedaba a la vista ni un centímetro de piel: las marrones botas bajas acabadas en un curioso caracol con cascabel, los pantalones a rayas de chillones colores, las chaquetas abotonadas hasta la altura correspondiente a los ojos, que se juntaban con un extraño sombrero de paja. La fila de seres avanzó decidida hacia lo que se podría considerar la primera línea de la batalla, y alzaron a la vez sus manos envueltas en pequeños y gorditos guantes de piel, formando una línea uniforme, todos a la misma altura. En esta posición, empezó a brotar, literalmente, una especie de canción mística, de la unión de las manos de aquellos extraños seres, que avanzaba en columna hacia los enemigos, que no habían reparado en ellos.
-Son los magos! Son los magos! Los magos del espacio están aquí!!- gritaba algún aldeano vivo desperdigado.
Ahora fue el turno de los monos voladores y Bersekers de retorcerse como culebras con aquel extraño y bellísimo sonido venido de otro mundo, que también poseía a los pocos guerreros y personas que quedaban en pie, sumiéndolos en un confuso éxtasis místico, perdiendo el control de sí mismos, como en un viaje astral.
Entonces, nadie sabría definir de dónde, surgió, como surge una idea, una figura aún más extraña, de la altura de los Bersekers, esbelta, potente, rápida, que parecía una armadura hueca, brillante, viva, magnífica. Un ente sobrecogedor, que más que moverse, se deslizaba, danzaba por entre los enemigos, abatiéndolos con su solo paso, sin siquiera tocarlos. La armadura que componía su cuerpo era de unos colores indefinibles, como variables, nada que hubiese visto ningún humano hasta el momento. El casco era más oscuro, acabado en punta, y las extremidades más robustas y de colores brillantes, mientras que el torso era fino y delicado, daba la impresión de poder rodearlo con las dos manos, suave, suave. Era como una estrella que danzara entre los seres indeseados, limpiando, devolviendo la pureza. El caballero agitador fue el primero en volver a la realidad:
-Q-qué... Qué es eso?
La Reina de Oriente, serena, quieta al final de los reductos de su maltrecho ejército, respondió:
-Es Motril, el embrujo de la Villa Encantada.
La criatura siguió su baile ancestral, y los enemigos que no habían huído se afanaban en huir, los Bersekers transportados en el aire por sus camaradas voladores, que marchaban rápidamente por donde habían llegado. El caballero relajado, que había disfrutado de todo en un éxtasis orgásmico, despertó al fin de su estado y vio alejarse a la imponente figura del simio jefe, la plateada armadura relampagueando contra el cielo gris, capitaneando la reitarada de los suyos, sin haberse enfrentado al embrujo de la Villa Encantada.
El caballero se levantó, con súbita urgencia y le dio un golpe en el hombro a su joven compañero:
-Ahhhh...!!
-Perdona, caballero. Dónde está el caballero macarra?
-Ah, joder! Me has hecho daño... no ves que estoy herido?
-Que dónde está...
-De qué vas, caballero capullo?! Primero asustas a los aldeanos en el bar, luego intentas ligarte por encima de la promesa a mi Reina, te pasas toda la batalla empanado a tu puto rollo... y ahora me vienes con prisas!??- el caballero iracundo blandió con fuerza su Organix frente a su compañero-. Ya es hora de que te arregle las cuentas!- gritó rojo de rabia
Pero en ese momento lo que menos se esperaba era una contra del caballero inactivo, así que quedó desarmado con un veloz movimiento de una de las espadas gemelas de su amigo y con la punta de la otra espada amenazándole justo en la garganta:
-Que me digas dónde está el caballero macarra, compañero.
Se perdieron el instante en que Motril, que se retiraba junto al ejército de magos del espacio, se cruzaba con la Reina de Oriente, que reunía a sus últimos soldados y organizaba a los heridos.
-Pero qué te crees...?- murmuró entre dientes el caballero de fuerte carácter.- Vas a ver!- y se deshizo de la presa de su compañero, blandiendo de nuevo el Organix en un giro espectacular.
-Caballeros!
Los dos pararon en seco, a punto de enzarzarse en una batalla fraternal. El caballero macarra había vuelto. Con la cara de quien vuelve del reino de los muertos. -Caballeros, os recomiendo que dejéis los asuntos tan banales como mataros entre vosotros para otro mejor tiempo.
-Qué ha pasado?
-Dónde coño estabas?
-Caballeros, habrá un tiempo para explicarlo todo; pero ahora no- dijo meneando gravemente la cabeza, la vista perdida en el suelo. La levantó para mirarlos directamente-. Debemos partir hacia las ruinas de Rodiön. Inmediatamente.
-Quéee!?!- exclamaron sus dos compañeros al unísono.
-Qué demonios se nos ha perdido en Rodiön, tarado compañero?- preguntó perdiendo la calma el caballero intranquilo.
-No vamos a ir, quítatelo de la cabeza- sentenció el caballero pasivo, aunque decidido.
-Sí, nos vamos a Rodiön: me han robado el fragmento de Lágrima Demoníaca.

El Rapsoda de la Ignorancia

martes, 27 de octubre de 2009

Capítulo IV: El hechizo de la bruja

Al caer la noche los tres caballeros buscaron una posada para dormir, cual fue su sorpresa cuando se apercibieron de que el Caballero Macarra los había extraviado al dirigir la marcha por derroteros demasiado guiados por su desenfrenada pasión amorosa y muy poco por los caminos seguros que recomendaban la buena razón y el sentido común.
- ¡Ya has vuelto a perdernos!- exclamó el Caballero Irascible- ¡Caballero Despistado, Caballero Eclipsado deberías haberte llamado! De macarra tienes lo que yo de clérigo.
- Vamos, mi buen amigo, no hay que enojarse.- dijo con calma el Caballero del Sosiego-. Fíjate en donde estamos, escucha algo más que tu propia ira.
Ante ellos se erijía una robusta torre de treinta metros de altura de cuya ventana más elevada llegaba una atractiva voz de mujer que cantaba una melodiosa canción triste, solitaria y desesperada.

¡Oh! ¿dónde estás mi fiero caballero?
¡Lloro las mañanas y las tardes esperándote!
Abrígame con tus abrazos mis melancólicas noches de invierno,
muerde al bastardo que perturbe mi paz,
come mis viandas,
destripa mis penas,
y serás el rey en mi torre...
y en mi lecho.

La música y la voz dulce y desemparada de la que sin duda era de una bella dama invitaba a entrar, a reconfortar con palabras y cariños su fría estancia y los caballeros se dejaron llevar por la pasión que los reclamaba, abandonaron los caballos y se adentraron en el primer piso del castillo. Pero el Caballero Macarra advirtió:
- Disculpad mi desafortunado errar... ya sabéis de mi  actual incapacidad para ser dueño de mí mismo y ahora además estamos siendo arrastrados por una magia muy poderosa a la que yo soy especialmente débil. La única forma de superar esta prueba es vencer a la bruja que ha tendido sus redes sobre nosotros, pues ya es tarde para huir. Vuestra espada y vuestra lanza no surtirán efecto contra ella, solo nuestra fuerza de voluntad nos servirá aquí. Leed estas palabras pero no os dejéis llevar por esa falsa recompensa, conozco a esta bruja, tan solo os utilizará como siervos.

Tres pisos has de recorrer,
y tres enemigos vencer
si conmigo quieres yacer.

Las puertas se cerraron mágicamente tras ellos y un largo pasadizo se extendía ante sus narices iluminado por candiles de siniestro fuego azul suspendidos en el aire aquí y allá. El Caballero Irascible se adelantó golpeando con su lanza todo aquello que se moviera y les pidió a sus compañeros que se hicieran a un lado porque sentía en ellos una presencia conocida y terrible:
- ¡Fuera falsos espectros del fuego!- y dibujó en el aire unos golpes muy potentes y floridos.
En cuanto comenzó a golpearlas las llamas se apoderaron de su cuerpo, que comenzó a arder, y el Caballero Irascible enfureció aun más, aporreando las paredes con su lanza cual elefante embravecido. Entretanto, el Caballero del Sosiego se encendió su pipa con aquel frío calor.
- Parece que poco podemos hacer.
El Caballero Macarra se lanzó a ayudarlo pero su compañero lo detuvo.
- Es su prueba. No te creas cobarde por quedarte observando como un hombre vence sus propios miedos él solo.- y lanzó por las narices su humo tóxico.
- Los vencerá solo, pero necesitará nuestro apoyo.- y el Caballero Macarra partió en dos con su espada la lanza del Caballero Irascible y le puso una mano en el hombro.
- Domina tu ardor, haz del fuego una luz guía, que tu fuerza no se convierta en tu destrucción.- le dijo con firmes palabras.
El Caballero Irascible golpeó a su compañero con el codo cual mazazo contundente y éste calló al suelo casi sin respiración. Después el Irascible se derrumbó agotado y temblando por su furia e hincó su rodilla en la gélida roca. Las llamas fueron apagándose poco a poco y dejaron al descubierto un cuerpo sombrío que fue iluminándose a cada paso, como un girasol que se levanta por la mañana con el primer rayo solar. Ayudó al Caballero Macarra a levantarse y exclamó jovial:
- ¡¡¡Oshhhe!!!! ¡Continuemó!- exclamó y comenzó a reír felizmente.
Ascendieron por las escaleras al segundo piso. La música de la bruja cada vez sonaba más fuerte y el deseo de los caballeros por llegar al tercer piso era cada vez mayor. Pronto un humo de color gris oscuro fue descendiendo por ellas cegándolos por completo. Esta vez se adelantó el Caballero del Sosiego, amante de todo tipo de fragancias y conocedor de venenos como pocos, y sin mediar palabra con sus compañeros desapareció solo entre los gases, como robado por una nube. Los otros dos caballeros lo siguieron rápidamente y no lo encontraron al estar completamente cegados por aquella incipiente oscuridad gaseosa. La sala era muy grande y ninguna luz la iluminaba excepto la que desprendía aquel asfixiante y extraño humo. De pronto, el Caballero Irascible topó con alguien tumbado en el suelo: era el Caballero del Sosiego que respiraba aquel gas con una devoción religiosa.
- Id tirando.- les dijo en un tono de voz muy confuso.
- Para nada, ¡vienes con nosotros!- y sin mediar más palabra el Caballero Irascible lo cogió sin ver por la cintura y zarándeandolo lo elevó, palpando la pared en busca de las siguientes escaleras. Pero el Caballero del Sosiego lo empujó y cayó al suelo de bruces tosiendo y sintiéndose muy débil aunque aliviado. El Caballero Macarra se le acercó entonces poco a poco y poniendo una mano en su hombro le dijo:
- No quieras estar ciego porque el mundo que en este tiempo y lugar te toca vivir no te guste. No te embriagues acomodándote en una nube de placer que será tu tumba. Buscar es nuestro cometido. Nuestro camino aun es largo y duro, levántate ahora y ven con nosotros.
El Caballero del Sosiego agarró del hombro al Caballero Macarra y se alzó. Le propinó un puñetazo en toda la cara con una frialdad fingida.
- Eres un pretencioso engreído si crees que consigues algo con esas palabras o piensas que me vas a convencer.- los gases empezaron a dispersarse y dándole un toque amistoso al desconcertado Caballero Irascible avanzó por las siguientes escaleras él solo.
- Viéndolo a él quien diría que yo soy el Irascible- dijo el caballero y ayudó al Macarra a levantarse.
El Caballero Macarra corrió tras el del Sosiego para alcanzarlo y llegar primero al tercer piso posesivamente. Él sufría más que ninguno por llegar y tal fue así que no dudó en empujar a su compañero en su carrera por el tercer piso. La melodía era muy sensual y potente a sus oídos, como un sorbo de agua para un perro famélico en medio del desierto. Cayó rendido ante los pies de la bruja, no pudiendo alzar la cabeza por encima de sus cintura. Y le dijo:
- ¿En qué puedo servirte mi Señora? Yo sacrificaré más que ningún otro ser viviente o no viviente por ti.
La bruja permaneció silenciosa ante la angustia del Caballero Macarra que oía como sus compañeros, que ahora entendía como rivales odiosos, se acercaban rápidamente. Al final la bruja habló.
- ¿Me llevarás contigo?- aquello aumentó el deseo del caballero hasta límites insospechados pero por más que quería no podía levantarse del suelo para abrazar y poseer a la bruja.
- Lo haré, lo haré, donde tu quieras.- la desesperación del Caballero Macarra aumentaba, prisionero impotente de su deseo. Los silencios de ella se le hacían eternos.
- Mata a tus camaradas por mi y seré tuya.
El Caballero Macarra desenvainó rápidamente su espada y se volvió para enfrentar a los dos caballeros que en ese momento llegaban.
- Es mía, lo siento, es mía. Lo entendéis ¿verdad? No puedo escapar, tengo que hacerlo, es necesario. Si lo hago aquí acabará mi angustiosa búsqueda.
- Si quieres ser libre, mírala a la cara y deja de soñarla y de escuchar sus palabras.- le dijo el Caballero del Sosiego.- Deja de mentirte.
El Caballero Irascible se acercó a él, esquivó la estocada que lanzó el Macarra y lo desarmó de un codazo. Luego lo cogió por la espalda y enderezó su postura.
- Siempre vas encorvado mirando al suelo, por eso no te das cuenta de hay más posibilidades, de que hay un horizonte muy amplio.
Y entonces el Irascible le obligó a girarse y vio allí a una niña pequeña llorando y pidiendo ayuda y el Macarra se rió entonces para sus adentros muy aliviado y pensó con una empatía triste: "Pobre chiquilla".

El Caballero Macarra

lunes, 26 de octubre de 2009

Capítulo III: Los embajadores de Rödion

Aún con la euforia que los tres expresaron, se dieron cuenta que debían marchar de aquella maldita ciénaga repleta de decadentes héroes locales. Pero antes debían descansar, ya que la fiesta en Ipsen fue corta pero muy intensa. Así, acordaron ir a galope, pues los animales habían dormido y comido con total libertad, con lo que sus energías eran óptimas para la carrera.
Marcharon durante dos horas, olvidando ya el típico paisaje de las tierras de Ipsaia, con sus laderas de ese color verde laurel y sus tejados de paja tintadas de azul. El caballero de tez calmada y corazón libre, que era la cabeza del grupo, alzó la mano en señal de detención y los otros dos pararon.
- ¿Qué pasa ahora, caballero tranquilo? – Preguntó con sorpresa el caballero irritable.
- ¡Escuchad! – Dijo con vivez, mientras levantaba un dedo marcando atención suprema.
Entre aquella inmensidad de la nada, de páramos fértiles y de rocas desperdigadas, se oía el eco de fuertes herraduras yendo a gran velocidad.
- No están muy lejos de aquí, será mejor que nos apartemos del camino… - Sentenció el de tez sosegada.
Y marcharon a paso acelerado pero silencioso hacia el espesor de abetos que llamaban al recogimiento; un sitio donde pudo servir a muchos como escondites en momentos difíciles de batallas pasadas, donde cuya condición era el respetar el sueño de tales centenarios árboles.
Bajados de sus monturas y con los caballos atados, los tres se reunieron para oír la aproximación de tal comparsa desbocada.
- Caballero tranquilo, no entiendo por qué nos haces detener. ¿Nos puedes explicar qué o a quién teme tu valiente alma? – Preguntó con interés el caballero macarra.
- Aún no es el momento de decir nada. Vosotros esperad; seréis informados en el momento oportuno.
- ¡Todo esto no tiene sentido! ¿qué más da antes o después? - Interrogó con cierta irritabilidad el caballero agitador.
- Agitador, no todo es tan sencillo. Aún no entiendes de la estrategia. Tu espíritu te pide acción, pero la mejor acción es justamente la espera. – Respondió el de lengua ágil.
El iracundo armado musitó cierta discordancia, pero calló. Mientras, reflexionando a mano derecha de tranquilo, se encontraba el último integrante del grupo, que dijo en voz baja:
- Ya vienen.
- ¡Callad! – exigió el de suave carácter.
Y del exterior del cercado vegetal, pasaron cual tormenta embriagada de ira más de 40 caballeros montados en sus caballos acelerados, que se dirigían a gran velocidad hacia la provincia de Ipsaia, justo de donde venían los tres caballeros aventureros, mientras gritaban y alzaban sus arcos y armas. Justo detrás de este escandaloso batallón, continuaron tres caballeros vestidos con ropajes de color rojo vivo que les cubrían el cuerpo entero, que vestían un sombrero en forma de bajo pico y con la cara cubierta con tela del mismo color, trotando sobre blancos jamelgos.
Un ambiente de espanto se respiraba en el ambiente, como si los sabios abetos hubiesen aguantado la respiración. La comparsa se alejó lo suficiente como para que el caballero templado rompiera la tensión:
- Acabáis de ver a una de las incontables escuadras de Rödion.
- ¿Rödion? ¡Pero si Rödion fue destruido hace años! ¡Yo mismo era un crío cuando llegaron nuevas de su desaparición! – Dijo el intranquilo hidalgo.
- Así es. Rödion fue destruido, pero eso no significa que desapareciera.
- Nobles personas – Irrumpió el caballero pasional, que hasta entonces se encontraba aún mirando en dirección hacia donde iba la turba de hombres y equinos – anoche oí a un caballero con fuerte acento de Dum-kuh hablar con uno de los aldeanos de Ipsen sobre el avistamiento de salvajes saboteadores en las orillas del mar de Esmeralda. Comentaron que lo que vieron fue a criaturas de otros mundos, que poco o nada tenían que ver con gentilhombres dedicados al bien, que… que recordaban a los que en Rödion murieron y por los que los nuestros marcharon a guerra.
- Temo que el camino a Alexandria no será nada fácil… - incluyó el de larga barba.
- Bien, lo único que podemos hacer es continuar con nuestro viaje. – Sentenció el caballero tranquilo, mientras acariciaba el hocico de su corcel.
Los tres volvieron a subir a sus caballos, y antes de partir, recitaron una ancestral plegaria para que los dioses de los árboles les protegieran. Salieron del umbral del pequeño bosque y arrancaron a correr tras el paisaje que delante de ellos se abría a la vida.

El Kappa

domingo, 25 de octubre de 2009

Capítulo II: La caída de los tres caballeros

Algunos meses después, con el caballero macarra totalmente integrado en el nuevo grupo de intrépidos errantes, los compañeros de la vida fueron víctimas de una preocupante bajada de moral que se había ido apoderando de ellos paulatinamente, más cuando quedó materializada, una noche estival en plenos festejos del castillo de Ipsen, de boca del nuevo integrante:
-Caballeros, al enrolarme con vosotros me prometisteis aventuras y damas a toda hora y por doquier; desde que os acompaño tan solo he pasado frío encima del caballo, me han rechazado las doncellas más putas, nos han humillado y robado dos bandidos en el bosque y encima no he tenido ninguna oportunidad de aproximación a la Dama del Triste Velo, la verdadera razón, como ya sabéis, por la que me instruí como caballero. Qué sucede, qué es lo que funciona mal?
El caballero tranquilo bajó la mirada al suelo cediendo el turno de respuesta a su compañero, el caballero agitador:
-Caballero macarra, estás en lo cierto en cuanto a todo lo que dices; no así, nosotros mantenemos nuestra palabra, y de esta manera nuestro honor, de que todo lo que te contamos es absolutamente verdadero. Allá en nuestro lejano país de origen gozábamos de gran éxito y fama merecidos, pues sobraban motivos para que el pueblo brindara por nosotros y nos era imposible contar nuestras conquistas de una sola noche. Príncipes se disputaban nuestros favores y reyes nuestros consejos. La plebe nos admiraba y vio nuestra luz verdadera, la que desprendemos desde el interior, creyeron en nosotros y con la afilada lanza del compromiso nos abríamos paso sin dificultades en el campo de batalla, desenmascarando cualquier contrincante de más bajo honor- hizo una pausa para mirar a su alrededor, donde el estertor de la fiesta alcanzaba uno de sus grados máximos-. Pero aqui, no sabemos lo que sucede y nos vemos sujetos a nuevas reglas, a las cuales, salta a la vista, aún nos nos hemos adaptado.
Y estaba en lo cierto. Pese a que el trío de caballeros era valorado por sus compañeros de batalla en el arte de la guerra, no gozaban de ninguna otra conquista en ningun otro campo. En las celebraciones posteriores en los diferentes castillos, las plazas derrotadas y los fortines amigos, no acariciaban gloria ninguna y apenas sí eran bien recibidos. Aunque había que admitir que se esforzaban en demostrar su valía: el caballero agitador era un incansable espadachín que pretendía ganarse el favor de algunas de las damas más bellas del reino con sus infinitas exhibiciones de las habilidades con la espada, que se solían prolongar hasta prácticamente la mañana; al final las damas rehuían de él y se iban con caballeros con menos habilidades, pero mejor fama.
El caballero macarra no cejaba en sus intentos, noche tras noche, celebración tras celebración, de demostrar al pueblo fácil de asombrar el poder de la ilusión y reproducía encantamientos, trucos y magia para atraer la mirada de las doncellas; pero tanto las doncellas como el pueblo ya no eran tan fáciles de impresionar, y le pedían que en vez de estúpidos juegos de luces les trajera la cabeza de un dragón, y entonces le escucharían. Ni él mismo sabía que esos trucos no podían surtir efecto, pues no creía en sí mismo, tan ensimismado estaba en la esperanza de que la Dama del Triste Velo apareciera de repente por el torreón, sumándose a la celebración.
El caballero tranquilo, por su parte, consciente de la inutilidad de juegos de espada o hechizos mágicos o quizá solamente aburrido de sí mismo, optaba por sentarse en uno de los larguísimos bancos de madera una vez concluido el festín, con una copa de vino en la mano y escuchando, casi azarosamente, los versos de los juglares y las canciones de los trovadores, o también acercándoles algun resto de comida a los leones y fieras encadenados que gustaba de tener a según qué reyes caprichosos.
En este ocaso de las esperanzas y sueños del trío de caballeros, no era raro escuchar a apuestos compañeros de guerra embriagados de éxito y sujetando a una dama de cada brazo, frases como:
-Ah, sí! Ahí tenemos a los tres tristes tontos, que se dejan las armas en las monturas cuando están en el bosque e incapaces de acercarse a menos de tres metros de una doncella... alejémonos antes de que nos alcance su mala fama, chicas!!
-Qué es ese extraño olor que empiezo a sentir...? Ah! Pero si es el tufo del fracaso! Por Dios, macarra, agitador y tranquilo, haced un favor a la orden y utilizad los caballos para labrar el campo, no para manchar el buen nombre de los caballeros!
Y risas, y más risas...
Pero el caballero agitador, harto de tanta burla y desprecio, inducido por una rabia que le manaba del corazón fue directo hacia el último caballero que se había atrevido a manchar su honor una vez más; pero en el camino, la dulce y ensimismada en sí misma conversación de dos doncellas le detuvo:
-Ay, sí! Cuánto deseo conocerle...! Imagínate! Además, los cortesanos andan comentando que estuvo en Ipsen hace apenas tres semanas. No te das cuenta? Podríamos haber bebido del mismo vaso que él!!- al borde de la histeria
-Síii! Tienes razón! Es increíble, tan guapo...
-Tan apuesto...
-Tan fornido...
-Tan fuerte...
(un suspiro a dúo) -Ahhhh...
-Perdonen doncellas... no pude evitar escuchar la conversación y aunque hubiese querido no lo hubiese hecho; de quién hablaban que estuvo en Ipsen hace tres semanas?- el caballero agitador se interpuso en el amor universal que estaban regalando las doncellas al mundo
-Pues de Sir Huntington Bocanegra, por supuesto, el caballero más famoso de todo el reino, de quién va a ser?
-Y el más valiente, conocido por ello como el caballero valiente.
-Y al que tú...-gesto de desprecio sin contemplaciones- ni soñarías con parecerte... "caballero".
-Caballero agitador, señorita, para servirle, si tiene un matrimonio aburrido o le quema el culo un dragón.
-"Caballero agitador"- repitió irónicamente- un medio hombre como tú ni se merecería estar en presencia de alguien como Bocanegra...
Y las dos doncellas desaparecieron asqueadas entre cuchicheos. Pero aquello le había dado una idea al caballero agitador.
Cuando los últimos reductos de la fiesta de esfumaron por entre las habitaciones que empezaron a estar concurridas del castillo de Ipsen y las primeras luces del día sorprendieron a aquellos a quienes la noche se les había quedado muy corta, los tres caballeros acertaron a reunirse cerca del puente levadizo para recuperar sus monturas y retomar un camino sin rumbo.
El caballero tranquilo, que había abusado de la famosa "infusión de la hoja de cinco picos", dijo desde las profundidades de su ser:
-Caballeros... creo que me retiraré  y os dejaré la aventura a vosotros. Mi última misión será... será... enfin, ahora mismo no recuerdo cuál era, pero escuché que un tal caballero valiente había conseguido la piel del único león albino de este continente y la exhibiría en el famoso torneo de Alexandria... La piel de ese león... conseguirla, como bien sabéis, era el propósito por el que me instruí como caballero... así que ya no tiene sentido seguir con la farsa. Me alegro mucho...
Y continuó y continuó divagando y balbuceando sin darse cuenta de que había iluminado involuntariamente a sus dos compañeros:
-Caballeros -lo interrumpió el caballero macarra- en el lejano reino de Alexandria es donde vive la Dama del Triste Velo, ahora acabo de recordar, así que invertiré toda mi fuerza y empeño en llegar hasta allí aunque sea lo último que haga como caballero.
-Caballeros -continuó el caballero agitador- derrotar a Huntington Bocanegra nos restablecería de una vez por todas la fama y el honor perdidos, y nos concedería gloria infinita y un lugar propio en la historia de la caballeria; así que debo llegar a Alexandria aunque sea lo último que haga como caballero.
Se mantuvo por un instante un tenso silencio entre los tres caballeros, el silencio que precedía la tempestad, la aventura, la sangre corriendo en las venas por fin.
-Caballeros -hablaba el caballero tranquilo- debemos valorar que llegar a tiempo a Alexandria probablemente nos costará nuestras monturas y hasta el último centavo de nuestro escaso dinero, dejando aparte el peligroso camino que hay que seguir hasta llegar. Yo debo ver esa piel de león aunque sea lo último que haga como caballero. Alexandria. Estamos de acuerdo pues?
Los tres caballeros montados en sus corceles, la potente salida del sol eclipsándolos, las espadas en alto:
-Estamos de acuerdo!!

El Rapsoda de la ignorancia

sábado, 24 de octubre de 2009

Capítulo 1: El nacimiento del Caballero Macarra

Estaba aquel chaval moreno, delgaducho, con una barba de cuatro días, tirado en el suelo a la sombra de un pino ensimismada su mirada en el horizonte gris. Enfrente de él había una acera por la que transitaban muchos cabelleros, carruajes con damas y doncellas y algún que otro lobo feroz.
    Sin prestarles mucha atención dos apuestos caballeros sobre sus córceles se acercaron a él causando gran alboroto en su discusión sobre el arte de la seducción. Cuando vieron al chaval se detuvieron y el más agitador de los dos, hombre irascible, de corazón y pasiones intensas, le dijo:
- ¡Asííl, asúúl, asaííl, asaúúúl! Vemos en ti un gran potencial. Únete a nosotros y sé también un caballero. Viviremos aventuras y conquistaremos todos los castillos y las damas más bellas del reino se bajaran las bragas ante nosotros.
El chaval le contestó.
- No entiendo de decoro o buenas formas, no gano muchos combates ni he conocido mujer, pero puedo desarmar con palabras, contestar con una elegancia descarnada, una honestidad desprovista cruelmente de calor y, sobre todo, cumplir mis promesas. ¿Puede ser alguien así un caballero?
- Totalmente - exclamó el segundo caballero de temple sosegado y mirada profunda.- De momento súbete a mi caballo, Ymir. Te daremos una montura apropiada, te armaremos, entrenaremos y haremos de ti
lo que tu quieras ser.
- Entonces, a partir de ahora me haré llamar el Caballero Macarra.

jueves, 8 de octubre de 2009

(Título epilogar)

Ayer fui violado.
Fue algo horrible, los escalofríos aún recorren mi piel azulada, agrietándola, lastimándola con el solo recuerdo.
Todo empezó hacia las nueve de la noche, cuando permanecía apacible, descansado, a la espera de Sara en casa. Pero cuál no fue mi sorpresa al verla entrar con un sucedáneo de exitoso empresario, cuando en realidad era un estúpido oficinista muerto de hambre que se cubría con las telas de la apariencia. Maldecí en silencio cuando comprendí que era un amigo suyo y se quedaba a cenar. Aguanté con estoicismo las no pocas tentativas insinuantes que dedicó a Sara durante la velada y esos mal disimulados impulsos de ligón juvenil disfrazado de perfecto estereotipo de treintañero viril, deportista y hombre de mundo. Deportista... qué rápido robamos el sentido de una palabra para etiquetar nuestra esperanza. Yo mismo pude comprobar que era un tirillas.
Intenté varias veces aguarle la rídicula ceremonia de cortejo que estaba desplegando para con mi chica, pero hay que decir a su favor que el tío era persistente. Me alié con el mobiliario adecuado en el momento justo.
- ...así que simplemente cogí y le dije al tipo "mira..." joder! qué hierro más incómodo tiene esta silla, no?
-Ay, perdona, que no me he dado cuenta y te has sentado en la que estaba rota.
-No, no, tranquila no importa. Si en realidad ni se nota.
Le regala una sonrisa pero yo veo el permanente destello de la incomodidad surcar su rostro. Jódete.
También prové de lesionarlo para propiciar su retirada, después de un par de visitas al baño por su parte, desplegué mi estrategia.
-Ahh! Joder! Menudo golpe me he llevado con el sofá sin querer- sujetándose el pie-. Oye, lo has cambiado de sitio o qué?
-Vaya... pues no, lo siento, lo debo de haber movido sin querer al salir del baño, perdona.
-Ja ja, no te preocupes, ha sido un roce de nada.
Ni por esas, menudo tío más pegajoso.
Irrevocablemente, la cena acabó derivando en un lacónico mónologo que pretendía ser una conversación abierta donde el insufrible yuppie puso a prueba el acero de mis nervios y la fidelidad de Sara. Tenía que demostrar que era mi chica, pero no sabía cómo hacerlo de manera sutil, yo no tengo esa falta de tacto y estilo de la que tan orgulloso estaba el pequeño mamón este. Pero, afortunadamente, con la mesa despejada y una copa entre las manos, Sara me dedicó la mayor parte del tiempo de ahí hasta el final de la velada. Ocurre que los denodados parásitos como el tipo este no se dan por aludidos ni aunque les acompañes hasta la puerta rogándoles que quieres descansar, que mañana será otro día. Pero nada, el proyecto de hombre se aferró más que nunca a su máscara de triunfador y puso en marcha la última etapa de su plan para levantarme a la chica.
-Oye, ha sido un día largo. Has tenido bastante lío en la oficina y encima después por la tarde te ha pasado lo que te ha pasado. No me extraña que estés cansada y te entiendo; así que me iré pronto, pero antes, como muestra de agradecimiento por la cena y eso, déjame que te dé un masaje- si las miradas matasen, no habría en la ciudad ambulancias suficientes para el tipo este, pero prosiguió, ajeno a mí y a la magnitud de su propia procacidad-. Tuve una maestra oriental, Li se llamaba. En media hora te sentirás como nueva, te lo garantizo.
"Li se llamaba..." Li, menudo derroche de creatividad, qué complicado inventarse el nirvana personalizado de los masajes orientales bautizándolo con un nombre tan complicado y astuto como "Li", verdad, pequeño capullo levanta-novias? "Como nueva, te lo garantizo" Yo te garantizo que como le pongas las zarpas encima tendremos más que palabras.
-Bueno... supongo que de ahí no puede salir nada malo.
-Ja ja, claro que no tonta. Tú déjate hacer, ya verás. Túmbate.
Sara obedeció y agradecí que el tipo se alejara, aunque fuese instantáneamente y para volver con más fuerza aún. Me preguntaba cuanto tiempo aguantaría con la erección contenida en los calzoncillos antes de decirle que el masaje había acabado.
Llevaba ya veinte minutos y yo me esforzaba por mal disimular unas lágrimas que se empeñaban en aparecer, aunque Sara seguía en contacto con mi cuerpo, como un recordatorio de su fidelidad, y esto me animaba a pasar la penitencia, sin quejarme. Pero el pequeño bastardo no se conformó con eso. Quiso traspasar el puto umbral.
-Sara, preciosa, te estás relajando?- siguió hablando ante la débil afirmación en forma de murmullo de ésta-. Mira, será mejor que te desabroches el sostén, no es cómodo para ninguno de los dos esta postura. Mira, ya verás.
Y él mismo procedió a la operación. Noté como Sara se tensaba levemente, pero se dejaba hacer.
-Mmm... más suave, Pablo por favor.
Joder, y encima tenía nombre de paleto. Ni lo recordaba. A ver, que con todos mis respetos, pero Pablo... joder, Pablo, no me jodas. Pablo es nombre de primo, de pajillero, de blanco de todas las collejas en el patio del cole, Pablo es el que se cagó encima sin querer en su propia fiesta de cumpleaños, y aún pretendió lavar él mismo los calzoncillos y seguir como si nada; Pablo es nombre de tonto, de cornudo, de muermo, de friki informático y de enciclopedia andante de star wars; Pablo es al que le sueltas "lo siento, Pablo, es mucha tía para estar contigo" o "Hostia, Pablo, no me he acordado de tí. Lo siento tío, es que ya no hay más sitio en el coche", "Ah, ayer fue el cumpleaños de Pablo?" o aún peor, directa de la boca de la chica de la cual has estado enamorado en secreto toda tu vida, vertiendo el sentido de tu existencia en su deseo "Que le gusto a Pablo? Estás seguro?" "Sí, él me lo ha dicho. Por qué?" "Porque bueno... quién es Pablo?". "Joder Pablo, otra vez has atascado el retrete?" "Que yo no he sido" "Y encima mentiroso". Sí, asúmelo chaval, eres Pablo. Tienes nombre de tontodelpueblo y encima ni tienes la culpa de ello, deberías denunciar a tus padres. No me mires con esa cara, joder... sabes que tengo razón. Mírate. Pablo es nombre... es nombre de Picapiedra joder. Y encima el más tonto de los dos.
-Lo siento muñeca, creo que estaríamos más cómodos en la cama...
-Sí, tienes razón: por lo que a mí respecta me voy a dormir. Como has dicho, ha sido un día duro y necesito descansar. Muchas gracias por el masaje. Por supuesto, ya sabes que te puedes quedar a dormir aquí.
-Ya, bueno... la verdad es que yo preferiría...
-Ya lo sabes, Pablo, cariño: no seas tonto, no seas vergonzoso y quédate a dormir aquí. Estarás cómodo en el sofá; es viejo, pero muy confortable.
-Joder, Sara, pensaba que tú y yo... la química, ya sabes. Tú me gustas, y sé que yo a ti también. Por qué no... - rodeó suavemente con el brazo a Sara- dejamos que las cosas simplemente... sigan su curso, eh?- guiñándole un ojo. El muy cerdo. Pero la batalla estaba ganada. Sara había hablado. Sentí un amor irrefrenable e infinito hacia ella.
-Buenas noches, Pablo. Intenta descansar, que mañana nos espera otro largo día!- se alejó camino de su habitación, dándole la espalda.
-Vamos tía! No me dejes así joder... yo creía que tú... que yo...
-Descansa.
-Joder, que estoy cachondo... Almenos una paja!
Pero lo único que recibió fue el portazo como respuesta de la habitación de Sara.
Se quedó unos instantes de pie, parado, como desorientado. Como sorprendido de que a un tipo como él lo rechazara una tía como aquélla. "Que se habrá pensado esta zorra, rechazándome", apuesto a que pensaba. Menudo Pablo.
Así que, una vez tuve a la chica fuera de peligro, me dispuese a conciliar un sueño tranquilizador donde siempre, entre la mesita y la pared. Ahí empezó la pesadilla.
El Pablo rechazado, el yuppie imbécil que había tenido la audacia de venir a mi propia casa para tirarse a mi novia, apoyó todo el peso y toda la frustración y rabia contenida que le corroía por dentro como el fuego corroe a una cerilla contra mí. Qué puta culpa tenía yo en todo eso, no lo sé. Pero el caso es que el tío ni se cortó. Tal como estaba vestido se quitó los zapatos y se tumbó. Encima pretendía ahogarme lentamente con el aroma suavón que desprendían sus pies de fracasado. Menudo personaje. Esperé que todo quedara en eso, pero de repente, una punzante fuerza empezó a embestir desde su entrepierna. Me quedé un segundo totalmente cortado, pero reaccioné rápido porque había que contraatacar ahora o nunca; sé en lo que suele terminar este tipo de manifestación sexual por parte de la otra persona. Sí, lamentablemente he sido violado otras veces, así que me apresuré a que no sucediera lo mismo. Saqué uno de mis más afilados muelles en el peor sitio posible.
-Ahh! Joder... qué pasa en esta puta casa que todos los muebles están hechos polvos, coño...- le oía maldecir tenuemente en la oscuridad de nuestra soledad.
Pero era presa de una voluntad superior, y el pequeño hijoputa del Pablo no se arredró. Al revés, embistió con más fuerza. No tuve por más que humillarme ante lo inevitable de su primario deseo: consiguió abrirse camino en mi hueco central y metió el rabo allí, asiéndolo con fuerza y empujando con el deleite del criminal que se sabe en posición absoluta de poder y control sobre su víctima, la baba cayendo tibia y lentamente sobre mi cabeza.
En el éxtasis de mi horror, coronó este pequeño holocausto, este acto absolutamente aborrecible con una intensa corrida que me habría de dejar marca para el resto de la vida. Tantos años vividos, tantas experiencias, tantas personas, ahora habiendo encontrado el amor, por fin... y éste déspota salvaje no se le ocurre otra cosa que segarme la felicidad a base de semen rancio reconcentrado, tiñendo para siempre cada ápice de mi carácter, cada acto futuro, cada relación que establezca a partir de ahora. Debería haberlo asfixiado con sus propios fluidos corporales, pero no tenía ánimo de nada; me sentía manso, liviano, aturdido, como si un mercancías hubiera pasado arrasando por encima de mí y solo esperara el dulce abrazo de la muerte.
Hoy, un nuevo día amanece, y con Pablo-el-violador-de-sofás-porque-nunca-consigue-tirarse-a-una-tía lejos de nuestras vidas, me pregunto si conseguiré superar este horrible bache al que me enfenté anoche y si Sara me seguirá mirando con los mismos ojos de ternura. Espero que sí. Hoy lo veo todo más claro. Encaro un nuevo día, lo pasado, pasado está. Me concentro en las cosas buenas que me esperan. Pero... joder, un acto tan... tan... se lo podría haber ahorrado perfectamente, cuántos traumas no se ahorrarían con una paja a tiempo en el baño, verdad? Intento mirar adelante, pero la sombra del pasado se empeña en engullir cada asomo de felicidad venidera. Caballeros, nunca violen a un sofá.

Autobiografía surrealista de un sofá demodé (capítulo 5)

El Rapsoda de la ignorancia

miércoles, 7 de octubre de 2009

No se sap mai

De les quatre rodes del cotxe, n'hi havia una que girava al revés. Però era la bona, perquè provava d'allunyar-se d'una corva que ens va desmanegar a tots.

Pere Calders, Contes breus.

lunes, 5 de octubre de 2009

Las dos fases anímicas y la interfase

Tanto tengo periodos de destrucción y desenfreno sentimental, como periodos de reconciliación, prudencia y racionalidad ilustrada. Cuando estoy en la primera fase veo a la segunda como una etapa de autoengaño, de creación de un mito para protegerme de mis miedos, de artificio puro y duro. Cuando estoy en la segunda veo que la primera es una fase de ataques desatados de sentimientos encontrados, de impotencia, de rabia y odios mal disimulados que solo se aplaca cuando puedo expulsarlos. Como un recipiente que se va llenando hasta que al final se desborda y decides vaciarlo, ahogando a todo lo que te rodea.

Y finalmente están los periodos de interfase, que están marcados por el cansacio y cierta melancolía.

El sabio de Lao-Tse según la poesía del Tao

Desde buen principio el poema nos introduce toda una serie de máximas prohibitivas que pretenden “encaminar” (tao) el comportamiento interior de las personas hacia la felicidad y la justicia. Sin embargo, estas directrices morales, en este caso, no parecen estar dirigidas tanto hacia el individuo particular sino más bien hacia un público más general.

El poema defiende a toda costa evitar el ensalzamiento del deseo como principal causa del sufrimiento. Por ello, censura la competición y todo tipo de reclamos que puedan ser ambicionados por el pueblo. Porque “lo codiciable” corrompe o “ofusca el corazón”, como dice el poema. El camino del sabio es aquél que busca la paz de espíritu, entendida como no-deseo, como no-acción, como una pasividad no perezosa que busca el vacío como sensación de plenitud de espíritu en ese juego de opuestos que participan el uno del otro y equilibran el mundo (el ying y el yang por influencia del confucianismo). Lo único que hay que hacer (lo cual no quiere decir que sea fácil) es preservar el cuerpo y evitar tener ambiciones porque, como defiende el poema, así se consigue mantener al pueblo ignorante y, en consecuencia, pacífico (sin significar esto que sea puramente vegetativo). Con ello, se deriva que no-pacífico significa la búsqueda conflictiva y perjudicial, para el individuo y el colectivo, del beneficio personal, un egoísmo destructivo.

En definitiva, el esfuerzo del individuo ha de ir dirigido hacia su anulación como ente que toma decisiones y actúa, a transformarse en poco más que una piedra que no hace ni recibe daño, pero está ahí y es consciente. Convertirse en eso es vivir en una paz absoluta porque uno no obra, busca no buscar, y alcanzar esa meta es el estadio más alto al cual un ser humano puede llegar (“quien practica el no-obrar todo lo gobierna”). No obstante, no defiende ser inmóvil e ignorante sino sentirse como tal, creerse como una piedra sin ser una piedra. El sabio no es un ser apático pero tampoco tiene voluntad ni intenciones explícitas. Es en esta aparente y constante contradicción en donde se sitúa el sabio de Lao-Tse.

jueves, 1 de octubre de 2009

Un enamorado solitario descubre un parque solitario

Qué es lo que hace "enamorarnos"? Si lo piensas, a veces parece reducirse simplemente a una aterradoramente simple ecuación: una persona bella que nos hace caso con la que pensamos seríamos compatibles. Y ya está; no hay nada más. Una persona que nos haga caso. Porque, una vez abandonamos la cálida merced del amor materno o familiar, parecemos huérfanos desamparados de cariño que nos acogemos al primer clavo ardiente que pase. No habéis caído en la facilidad pasmosa con la que nos pillamos de las personas de nuestro entorno, habiendo tantas en el mundo? Si esa persona es linda, el trámite se agiliza hasta extremos insospechados. Si además mantenemos una amistad o relación de cordialidad que nos abre las puertas de la imaginación al "podría funcionar", para qué quieres más. Y si encima de todo esa persona pasa de nosotros o nos lo pone difícil... qué te voy a contar: nos tiene en el bote.
De ahí surge también la delicada y deliciosa tibieza del rechazo. Nos cierran unas puertas, pero disfrutamos del (por fin) saber, y por qué no, también de los nuevos horizontes que se nos abren y nos llaman. Porque muchísimo peor, y en esto creo que estará de acuerdo casi todo el mundo, es ese limbo del malestar en donde impera el no saber, el poderoso encantamiento de la duda nos domina y vivimos apáticamente en ese crepúsculo de ignorancia insufrible del enamorado que no se sabe correspondido. Cobardía? Quizás precaución. Precaución sin convicción? Cobardía absoluta.
La vida en un puño, el jodido sentido de nuestra existencia a expensas de los estúpidos caprichos de otra persona que, seguramente, apenas repara sobre nuestra existencia. Tiene sentido vivir así?
Jugando a baloncesto en la cancha olvidada de los recuerdos, formando equipo con la frustración y el fracaso, en un partido a tres contra la ilusión y el deseo, de árbitro el corrupto subconsciente, terreno de juego la imaginación, me vi repentinamente asaltado por tu fantasía. Que no eres más que eso, fantasía. Fantasía materializada en una persona, vestida de perspectivas y ojos de esperanza. No eres más que lo que deseé. No eres más que la proyección de un pasado y unas realidades ya obsoletas. Porque presupongo en ti lo que no eres, lo que siempre amé y lo que seguiré buscando. Por tanto, eres irreal. No eres en absoluto la persona que eres, sinó que eres la proyección de la presunción de quién eres para mí. Así que no es justo, para ninguno de los dos. Es simplemente la no aceptación de que no puede ser que todo sea tan burdo, tan absurdo, que la realidad sea de cartón pega, laberinto gris sin objetivo real.
Pero, qué me queda? Qué me queda sino alimentarme de esa ilusión y caminar pensando que eres ella?
La mayoría de las veces somos demasiado egoístas como para percatarnos de ese autoengaño. De esa proyección en la otra persona, de la que nos defraudamos y a la que llegamos a odiar por no cumplir esas perspectivas e ilusiones proyectados por NOSOTROS. No presupongamos nada. Abrámonos de mente, como las sábanas blancas, sin presunción de maldad, ni bondad, como las puertas del hostal sin patria, que nunca saben quién dejará entrar. Dejémonos fluir, y dejemos entrar a cualquiera, pues nunca sabemos dónde vamos a convergir, conscientes de la genuina individualidad de cada persona independiente.
Pero ya estoy más allá del enamoramiento y auto-encierro, de las esperanzas y la realidad. Ahora camino solo por la melancolía, donde nada exterior pueda atraparme, donde solamente me puedo encontrar a mí, y ser herido por mí. Pero eso sí, sin conseguir nunca escapar de mi mente. Cómo sería todo visto desde el exterior? A lo mejor, tan sólo es una manera aún más sofisticada de encerrarse en uno mismo que, en el afán de protegerme del exterior, el mundo real, es cuando más vulnerable me muestro.
Amor, prótegeme de mí; deja que pueda dirigir toda esta suerte de trivialidades que habitan mi envase de existencia canalizándolos en pro de algo que merezca la pena. Déjame volver a acariciar tus tristes vestiduras mientras me ahogo en el júbilo de volver a tener una mujer a la que amar.

El Rapsoda de la ignorancia