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lunes, 5 de octubre de 2009

El sabio de Lao-Tse según la poesía del Tao

Desde buen principio el poema nos introduce toda una serie de máximas prohibitivas que pretenden “encaminar” (tao) el comportamiento interior de las personas hacia la felicidad y la justicia. Sin embargo, estas directrices morales, en este caso, no parecen estar dirigidas tanto hacia el individuo particular sino más bien hacia un público más general.

El poema defiende a toda costa evitar el ensalzamiento del deseo como principal causa del sufrimiento. Por ello, censura la competición y todo tipo de reclamos que puedan ser ambicionados por el pueblo. Porque “lo codiciable” corrompe o “ofusca el corazón”, como dice el poema. El camino del sabio es aquél que busca la paz de espíritu, entendida como no-deseo, como no-acción, como una pasividad no perezosa que busca el vacío como sensación de plenitud de espíritu en ese juego de opuestos que participan el uno del otro y equilibran el mundo (el ying y el yang por influencia del confucianismo). Lo único que hay que hacer (lo cual no quiere decir que sea fácil) es preservar el cuerpo y evitar tener ambiciones porque, como defiende el poema, así se consigue mantener al pueblo ignorante y, en consecuencia, pacífico (sin significar esto que sea puramente vegetativo). Con ello, se deriva que no-pacífico significa la búsqueda conflictiva y perjudicial, para el individuo y el colectivo, del beneficio personal, un egoísmo destructivo.

En definitiva, el esfuerzo del individuo ha de ir dirigido hacia su anulación como ente que toma decisiones y actúa, a transformarse en poco más que una piedra que no hace ni recibe daño, pero está ahí y es consciente. Convertirse en eso es vivir en una paz absoluta porque uno no obra, busca no buscar, y alcanzar esa meta es el estadio más alto al cual un ser humano puede llegar (“quien practica el no-obrar todo lo gobierna”). No obstante, no defiende ser inmóvil e ignorante sino sentirse como tal, creerse como una piedra sin ser una piedra. El sabio no es un ser apático pero tampoco tiene voluntad ni intenciones explícitas. Es en esta aparente y constante contradicción en donde se sitúa el sabio de Lao-Tse.

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