La amistad es nuestra religión; Nadie, nuestro Dios; y la ignorancia, nuestro templo. Bienvenidos.

jueves, 1 de octubre de 2009

Un enamorado solitario descubre un parque solitario

Qué es lo que hace "enamorarnos"? Si lo piensas, a veces parece reducirse simplemente a una aterradoramente simple ecuación: una persona bella que nos hace caso con la que pensamos seríamos compatibles. Y ya está; no hay nada más. Una persona que nos haga caso. Porque, una vez abandonamos la cálida merced del amor materno o familiar, parecemos huérfanos desamparados de cariño que nos acogemos al primer clavo ardiente que pase. No habéis caído en la facilidad pasmosa con la que nos pillamos de las personas de nuestro entorno, habiendo tantas en el mundo? Si esa persona es linda, el trámite se agiliza hasta extremos insospechados. Si además mantenemos una amistad o relación de cordialidad que nos abre las puertas de la imaginación al "podría funcionar", para qué quieres más. Y si encima de todo esa persona pasa de nosotros o nos lo pone difícil... qué te voy a contar: nos tiene en el bote.
De ahí surge también la delicada y deliciosa tibieza del rechazo. Nos cierran unas puertas, pero disfrutamos del (por fin) saber, y por qué no, también de los nuevos horizontes que se nos abren y nos llaman. Porque muchísimo peor, y en esto creo que estará de acuerdo casi todo el mundo, es ese limbo del malestar en donde impera el no saber, el poderoso encantamiento de la duda nos domina y vivimos apáticamente en ese crepúsculo de ignorancia insufrible del enamorado que no se sabe correspondido. Cobardía? Quizás precaución. Precaución sin convicción? Cobardía absoluta.
La vida en un puño, el jodido sentido de nuestra existencia a expensas de los estúpidos caprichos de otra persona que, seguramente, apenas repara sobre nuestra existencia. Tiene sentido vivir así?
Jugando a baloncesto en la cancha olvidada de los recuerdos, formando equipo con la frustración y el fracaso, en un partido a tres contra la ilusión y el deseo, de árbitro el corrupto subconsciente, terreno de juego la imaginación, me vi repentinamente asaltado por tu fantasía. Que no eres más que eso, fantasía. Fantasía materializada en una persona, vestida de perspectivas y ojos de esperanza. No eres más que lo que deseé. No eres más que la proyección de un pasado y unas realidades ya obsoletas. Porque presupongo en ti lo que no eres, lo que siempre amé y lo que seguiré buscando. Por tanto, eres irreal. No eres en absoluto la persona que eres, sinó que eres la proyección de la presunción de quién eres para mí. Así que no es justo, para ninguno de los dos. Es simplemente la no aceptación de que no puede ser que todo sea tan burdo, tan absurdo, que la realidad sea de cartón pega, laberinto gris sin objetivo real.
Pero, qué me queda? Qué me queda sino alimentarme de esa ilusión y caminar pensando que eres ella?
La mayoría de las veces somos demasiado egoístas como para percatarnos de ese autoengaño. De esa proyección en la otra persona, de la que nos defraudamos y a la que llegamos a odiar por no cumplir esas perspectivas e ilusiones proyectados por NOSOTROS. No presupongamos nada. Abrámonos de mente, como las sábanas blancas, sin presunción de maldad, ni bondad, como las puertas del hostal sin patria, que nunca saben quién dejará entrar. Dejémonos fluir, y dejemos entrar a cualquiera, pues nunca sabemos dónde vamos a convergir, conscientes de la genuina individualidad de cada persona independiente.
Pero ya estoy más allá del enamoramiento y auto-encierro, de las esperanzas y la realidad. Ahora camino solo por la melancolía, donde nada exterior pueda atraparme, donde solamente me puedo encontrar a mí, y ser herido por mí. Pero eso sí, sin conseguir nunca escapar de mi mente. Cómo sería todo visto desde el exterior? A lo mejor, tan sólo es una manera aún más sofisticada de encerrarse en uno mismo que, en el afán de protegerme del exterior, el mundo real, es cuando más vulnerable me muestro.
Amor, prótegeme de mí; deja que pueda dirigir toda esta suerte de trivialidades que habitan mi envase de existencia canalizándolos en pro de algo que merezca la pena. Déjame volver a acariciar tus tristes vestiduras mientras me ahogo en el júbilo de volver a tener una mujer a la que amar.

El Rapsoda de la ignorancia

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