"A menudo olvidamos este apego a la familiaridad cotidiana, la capacidad de sentirnos satisfechos y alegrarnos de la repetición siempre nueva, de aquello que hace encantador el transcurso del tiempo: mirar, pasear, construir, leer, sentarse en la mesa entre seres queridos, hablar, encontrarse, amar, ser amigos. Quien tiene todo esto es un privilegiado y debe saber que lo es, debe ser consciente de que su felicidad es este fluir, consueto y normal pero siempre nuevo, de las horas de cada día. Quien tiene una capacidad de amar más grande sabe renunciar a este bien suyo para luchar con el fin de que también lo reciban los demás, quienes se ven privados de él por adversidades naturales o sociales; el obrar del revolucionario, como el del cristiano, es la generosidad de quien, muy a su pesar, sacrifica la jubilosa armonía de su existencia y afronta el desorden por amor a los demás, excluídos de esa armonía.
Este amor capaz de renunciar al placer de vivir, pero no ascéticamente regodeado sino apesadumbrado por tal renuncia, no tiene nada en común con la desasosegada ineptitud frente a la alegría y la satisfacción cotidianas que mueve a tantas almas descontentas y mezquinas a buscar el desorden por amor al desorden, a encontrar en lo excepcional y lo dramático, a excitarse por cualquier tensión y cualquier desastre, grandes o pequeños, que les den la ilusión de recitar un papel enaltecedor.
La vida, en Occidente, a menudo está drogada por este impotente infantilismo, que ocasiona fracasos públicos y privados."
El infinito viajar, de Claudio Magris
Fénix citador
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