Un día y tres cuartos en la vida diaria de un ignorante: pi-pi-pi-pi: la ostia, despertador a las ocho de la mañana, tras haber dormido poco más de cuatro horas. Arriba, un día largo espera a ser pillado por los cuernos. Llego a l'Ateneu y prácticamente antes de darme tiempo a ser presentado al resto de integrantes del grupo me veo en escena por órdenes de la directora sin apenas saber el título de la obra. Llegar y triunfar, tú. A todo esto, en mitad del ensayo me da por mirar el móvil y, nueve perdidas y tres mensajes después, me dan que pensar que igual a alguien le interesa hablar conmigo. Sorpresa, mi tía ha muerto y esa tarde es el entierro. Un sábado atípico, desde luego. Por lo visto, consigo centrarme lo suficiente y no debió ser patético del todo porque, después de cuatro horas de ensayo (a ciegas para mí), la directora ni me pregunta si me interesa formar parte de la obra o no, me dice la hora del próximo ensayo y que no llegue tarde: bienvenido a bordo supongo. Por una parte bien, por otra... jodido, muy jodido.
Vuelvo un tanto aturullado a casa. Finalmente recibo el mensaje que me informa sobre cambios en el horario del entierro y tal, será el domingo a las nueve de la mañana en Tarragona, lo que significa que para llegar bien en tren tengo que levantarme a las seis.
No puedo dejar de darle vueltas a lo de mi tía... a las pocas veces que la vi, lo poco que la conocí, lo nada que le mostré aprecio. Que nadie se ofenda, pero por lo poco que conozco, la mujer no tuvo precisamente un camino de rosas a modo de vida: marido que "reprimía poco sus impulsos primarios", seis hijos criados con éxito, uno de ellos con cierto retraso, los últimos cinco años o así a cargo de la madre en casa, prácticamente vegetal, hermano un tanto desentendido (1), hermano borracho (2) y... mi padre (hermano 3) y cáncer terminal que ha acabado con ella antes de los sesenta. Mezclemos el atractivo cóctel con el ingrediente secreto de además ser testigo de Jehová y nos podemos pegar un tiro directamente (opinión personal). Y, sin embargo, me cuesta muchísimo no recordarla de otra manera que no sea sonriendo, en serio. Triste, muy triste.
Aún así, es increíble como algunas personas consiguen seguir brillando sumidas en la oscuridad más absoluta. Tomarse la vida con alegría, con filosofía, sólo tenía cariño y afecto para los demás joder, por qué se van ese tipo de personas? Con la de escoria de mierda que anda por las calles, que no se merecen ni el puto aire que respiran, seres podridos por dentro que ni deberían haber nacido; y en cambio, parece que siempre les toque a los mismos. Pero esto es en frío, aquella tarde y aquel fin de semana no se me ocurrió nada de esto, de esta estúpida indignación existencial, solo me sentía un pelín vacío, raro, como extraño ante la vaga idea de no volver a ver esa sonrisa de vida.
De vuelta a la narración, y concretamente a casa, con el "Sargento de Hierro" de guardia y esta mala nueva revolviéndome por dentro decido que no es una buena tarde para echarla solo. Pero por supuesto, todos tenemos bastante con nuestras propias desgracias y no es plan de ir comiéndose las de los demás también, así que pruebo un poco (más) de mi propia medicina y me resigno a dar una vuelta solo, acompañado de mi mente.
Destino muy previsible: el rincón secreto (aprox. 20% secreto) de jhan. Pero llego prácticamente de noche y, pese a ser un parque apacible, no hay que ser un Einstein para saber que en todas partes hay gente mala, así que, al fondo entre los árboles veo una minúscula luz roja móvil a modo de mal presagio que resulta ser el cigarrilo amenazante que me avisa de que en la sombra se encuentra vida latente, a la espera. No veo cuántos son, pero me da igual, avanzo y me planto donde desde hacía una buena hora tenía pensado, no me van a privar de ese pequeño autoregalo, después de todo. Cargo un artefacto de maría y me tumbo en el banco a relajarme y a bajar la presión en los pulmones. Algún capullo del parque debe haberse chivado de que "ese chaval se ha hecho un porro", porque a los diez minutos o así se planta a dos metros del banco donde he conquistado la horizontalidad un coche de policía con sus dos agentes a juego. Paran el motor y sin salir del coche están como a la espera. Miro brevemente hacia ellos y sigo tumbado en el banco, si esperan que les dedique algún aspaviento extra, van listos. Uno de ellos se baja del coche (lo oigo) y como que se queda de pie al lado de mí. Si espera captar mi atención más le valdría mejorar su rudimentaria técnica de seducción porque con eso no se merece ni un gesto de cabeza. De repente caigo en que hoy, justo hoy, con la pájara que llevo encima ni me he entretenido en coger un cogollo suelto y voy con toda la bolsa de droga, lo cual me puede costar una multa de, digamos, mil pares de cojones: de puta madre; empiezo a desear que se vayan, pero sigo tranquilamente estirado en el banco. Visto mi grado de peligrosidad, los monillos se convencen y se marchan sin dar más por culo.
El Barça es lo que me distrae el resto de noche (creo que invierto demasiada parte de buenos sentimientos hacia ellos..) y desde las dos de la mañana hasta las seis, concilio mal un sueño pesado y poco reconfortante, en lo que se me antoja una premonición: mi madre echándome de casa, y yo sin donde ir. Qué triste pero no tengáis compasión, me lo he buscado.
Despierto y me lleva como veinte minutos hacerme a la idea que me tengo que poner en marcha y llegar a la ducha, así que ya sólo me quedan diez para afeitarme, ducharme, desayunar, preparar la bolsa para toda la mañana y vestirme de entierro entre los trapos que me aguardan bien escondidos en las maletas: genial. Así que a falta de tres minutos para que pase el tren, salgo de casa con las telarañas aún a cuestas y llego con tres cuartos de pulmón out-body a la estación, a tiempo. Diez minutos después, nos informan muy amablemente que el tren aún tardará diez minutos más, y yo a mi vez, muy amablemente, me cago varias veces en la madre de todos los de renfe.
(Continúa parte II)
El Rapsoda de la ignorancia
Debo reconocer que pude leer un pre-estreno de este post hace un par de días. Tu manera de narrar me recurda a la de Eduardo Mendoza. ¡Está chévere!
ResponderEliminarY siento lo de tu tía. No sólo su muerte, sino su vida.
"Sonreímos en los momentos más duros y lloramos al estar felices".
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