Todo un referente culinario para los mangakas, otakus y freaks de Cataluña. Los restaurantes de comida japonesa se han convertido en templos de peregrinaje para los que amamos al país nipón y nos encontramos con miseria dentro de nuestras carteras y/o tarjetas de crédito. Y es que el ir a comer a un restaurante japonés ya se convierte en todo un viaje hacia un mundo y una cultura que poco o nada tiene que ver con lo que hay detrás de la puerta de salida del local.
Describamos, pues, cómo entiende un mangaka Japan lover ésto:
Llegas al punto exacto de la calle donde se encuentra el susodicho centro digestivo oriental. Que, por cierto, da la sensación de que se ha hecho el amo de la zona; el resto de locales nativos están, o bien cerrados o bien, bien alejados del japo. Entras abriendo unas puertas sacadas de la casa de verano del Dr. Mashirito: recuadros de madera por doquier, cortinas de papel y, cómo no, cartel con kanjis en neón (copiado de los chinos, ta claro).
En seguida, una amable señora de ojos rasgados y que camina como si tuviese mil juanetes por pie, te anuncia cuántos sois y que la sigáis. Claro, te entra el miedo porque esa señora vestida con quimono te recuerda al fantasma femenino que alargaba su cuello para asustar a los campesinos de las zonas rurales del Japón medieval tardío. Compruebas, por fortuna, que es un ser humano normal, aunque un poco canijo, y tomas asiento.
La ambientación de la sala recuerda a la de los chinos pero con un toque más sobrio: te das cuenta de quién gobierna el negocio de la tecnología mundial, y después de esquivar propaganda de Toshiba, Kawasaki y Nissan lanzada cuales estrellas ninja contra ti, te entregan la carta. Eliges rollito, fideos y, cómo no, el sushi. Sushi es el plato estrella, símbolo de una cultura exportada a occidente, y que su no-ingesta se entiende como una ofensa a toda una nación.
El rollito, excesivamente pequeño y falto de sabor; los fideos, tallarines; y el sushi, crudo.
Además, pides ayuda a un comensal para que retire, poco a poco, el palillo alojado en tu ojo izquierdo.
Aún así, no pierdes la esperanza. Te han contado maravillas de los restaurantes japoneses y tu cerebro se esfuerza por disfrutar de ese castigo gustativo.
Llega la hora del postre, ¿helado o sandía? ¿qué es más japonés? Evidentemente, helado de sandía. Y por fin, llega el momento en que traen el sake y prevés que te faltará hígado para filtrar todo el alcohol ardiente que baje de tu esófago.
¡Por Kamisama, todo esto no salía en Bola de Drac!
Llegas al punto exacto de la calle donde se encuentra el susodicho centro digestivo oriental. Que, por cierto, da la sensación de que se ha hecho el amo de la zona; el resto de locales nativos están, o bien cerrados o bien, bien alejados del japo. Entras abriendo unas puertas sacadas de la casa de verano del Dr. Mashirito: recuadros de madera por doquier, cortinas de papel y, cómo no, cartel con kanjis en neón (copiado de los chinos, ta claro).
En seguida, una amable señora de ojos rasgados y que camina como si tuviese mil juanetes por pie, te anuncia cuántos sois y que la sigáis. Claro, te entra el miedo porque esa señora vestida con quimono te recuerda al fantasma femenino que alargaba su cuello para asustar a los campesinos de las zonas rurales del Japón medieval tardío. Compruebas, por fortuna, que es un ser humano normal, aunque un poco canijo, y tomas asiento.
La ambientación de la sala recuerda a la de los chinos pero con un toque más sobrio: te das cuenta de quién gobierna el negocio de la tecnología mundial, y después de esquivar propaganda de Toshiba, Kawasaki y Nissan lanzada cuales estrellas ninja contra ti, te entregan la carta. Eliges rollito, fideos y, cómo no, el sushi. Sushi es el plato estrella, símbolo de una cultura exportada a occidente, y que su no-ingesta se entiende como una ofensa a toda una nación.
El rollito, excesivamente pequeño y falto de sabor; los fideos, tallarines; y el sushi, crudo.
Además, pides ayuda a un comensal para que retire, poco a poco, el palillo alojado en tu ojo izquierdo.
Aún así, no pierdes la esperanza. Te han contado maravillas de los restaurantes japoneses y tu cerebro se esfuerza por disfrutar de ese castigo gustativo.
Llega la hora del postre, ¿helado o sandía? ¿qué es más japonés? Evidentemente, helado de sandía. Y por fin, llega el momento en que traen el sake y prevés que te faltará hígado para filtrar todo el alcohol ardiente que baje de tu esófago.
¡Por Kamisama, todo esto no salía en Bola de Drac!
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