Ayer cenaba en el restaurante Viena, como siempre entre mis tribulaciones que no llevan a ninguna parte. A mi lado se encontraban mis padres, quienes comían conmigo acostumbrados ya a mis periodos de ausencia cada vez más prolongados.
Casualidades de la vida, tonterías de un enamorado que vive la vida con una aprensión trágica, mi vista y mi atención se toparon con la de una niña pequeña. Una niña rubia con coleta cuya ropa no recuerdo porque solo podía fijarme en sus ojos. Estaba de pie junto a su padre o quizás su abuelo y me miraba de reojo con sus ojos traviesos llenos de diversión. Cuando yo la miraba, ella retrocedía llena de jocosa vergüenza y se escondía tras la pata de una mesa o la chaqueta de su pariente. Yo le seguí el juego, agradecido por ese improvisto entretenimiento tan inocente como puro, tan intrascendente como bello. A ratos yo me hacía el distraído, haciendo ver que no la veía, y ella no dejaba de observarme esperando entre desafiante y temerosa a que la atrapase. Cada tanto volvía al juego para satisfacerla y ella sonreía nerviosa repitiendo su huida al escondite paterno, quien parecía no advertir nada. Solo la pequeña niña y yo parecíamos existir en ese juego y afortunadamente nadie intervino.
Sin recordar muy bien como, antes de darme cuenta ya estaba saliendo por la puerta del restaurante, y ahora ni siquiera recuerdo cuando dejé de interesarme por ella para volver a mi espiral de penoso regodeo trágico-amoroso. Ni me despedí con un último vistazo, ni volveré a saber más de alguien a quien me habría gustado conocer cómo crecía y qué era de su vida. No solo porque sería una mujer de gran belleza sino porque en ella había inteligencia, humildad y también una valentía graciosa y en extremo atrayente. Esa niña simbolizaba para mí la vergüenza aun sin adquirir, el miedo aun no inculcado por la represiva educación que anula la posibilidad de juego, el libre descubrimiento del otro a través de un lenguaje tan íntimo como sugerente.
La vida está llena de personas que entran y salen constantemente sin saber porqué, ni cuando, ni cómo... con papeles a veces tan cortos pero tan intensos. Quizás el secreto esté en atreverse a conocer a nuevas personas desconocidas, a esa multitud de personas que nos rodea cuando paseamos por la calle, que no sabemos quienes son y a quienes tememos por resultarnos desconocida, como si una barrera infranqueable nos separara por siempre de ellos impidiéndonos toda posibilidad... ¿Por qué si somos tantos estamos tan solos?
Me gusta la idea principal aunque eso si: acuerdate de firmarlo vaya a ser k la poli se pase por aki y el pareja y yo nos veamos envueltos en un marron de supuesta red de pederastia bloggeril...
ResponderEliminarJY
Humbert Humbert, me ha gustado mucho. Gente que entra y que sale o que solo roza la puerta sin llegar a saber qué hay dentro.
ResponderEliminarTranquilo, hay más lolitas esperándote.