La amistad es nuestra religión; Nadie, nuestro Dios; y la ignorancia, nuestro templo. Bienvenidos.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Primera regla del manual invisible del ligón ocasional

-No te duele...?
-No, no; tranquilo, sigue.
-Muy bien.
A pesar de que estaba agotado, Sandro siguió trabajando a su amigo, que se encontraba bañado en sudor.
-Bueno, pues cuando acabemos esto, tío, tú y yo vamos a salir, nos vamos a pillar una buena fiesta y ya verás como se te olvida lo de aquella tía rápido...- paró porque vio aparecer en la cara de su amigo una sonrisa que a Silvio le hubiese gustado disimular más- Qué?
-Tío... Gol.
Sandro paró un momento y se quedó mirándole directamente a la cara, aún en aquella extraña postura:
-Qué?! Vaya, no jodas! En serio? Joder y... y por qué no me lo has dicho antes, colega?
-Quería acabar esto sin atabalarnos y luego comentártelo tranquilamente. Ufff!!- bufó con gesto de dolor.
-Vas bien? Quieres que lo dejemos?
-No, no, sigue joder; quiero llegar hasta el final.
-Ok. Vaya, vaya... así que vuelve a resurgir Silvio, el terror de las nenas, eh? Pero bueno, cuéntame cómo fue, cacho cabrón!
A pesar del ceño fruncido que marcaba su cara, Silvio esbozó una sonrisa cómplice.
-Nah... no fue nada. Te acuerdas de la cena aquella de la empresa? Bien- siguió explicandóse amen del gesto afirmativo de Sandro-, pues fui... y pasó.
-Qué cerdo! Y por qué no me lo contaste?
-Bueno... el caso es- continuó, haciendo caso omiso de su excitado interlocutor- que fui a la cena abandonando toda esperanza: sabía que la tía pasaba de mí, que no conseguiría nada con ella, así que acudí sin presión, sin pájaras en la cabeza y siendo yo mismo. Al final de la noche, después de alguna copa y de haber colmado el cupo de tonterías seguidas reglamentarias, ella misma se me acercó, y me susurró lo mucho que me deseaba...
Silvio quería continuar hablando, pero se detuvo por la falta de aire. Sandro se había quedado con cara pensativa.
-Mmm... según lo que me dices, la moraleja de toda la historia es...
-Uff.. uff.. Exacto. Uff.. Sé tu mismo y...
-Ser uno mismo y no preocuparse de si lo conseguirás o no lo conseguirás, quitarte la presión.
-Ufff... Exacto! Ya llegas...?
-Sí, ya estamos, un poco más y... Cincuentaa!
-Ahhhh...!!- estalló Silvio
-Buf, me has hecho sudar hasta a mí, tío- le dijo Sandro-. Cómo ha ido?
-Bien, bien; cansado.
-Quieres repetir? Ahora lo podemos hacer más suavito.
-Nah... mejor nos ponemos al revés y te hago yo a ti.
-Perfecto- contestó, mientras se cambiaban de posición y Sandro se ponía donde estaba Silvio hacía un instante.
-Bueno- comentó, mientras se posicionaba y se preparaba para sudar ahora él-, pero entonces dime, qué haces aquí conmigo, capullo, pudiendo estar con esa chica...?
-Me quiero preparar.
-Mmm... ya te entiendo.
-Listo? Venga, vamos!- le animaba Silvio, mientras sujetaba las piernas de su amigo, ayudándole a fijar la posición, y le añadía peso a la máquina del gimnasio, con la toalla empapada alrededor del cuello, y algunos cachas curiosos que intentaban captar la dinámica de la conversación de los amigos como mayor entretenimiento durante su ejercicio.


Después de dos agotadoras horas en que los amigos empezaron a conocer por vez primera las instalaciones del gimnasio al que se habían apuntado año y medio atrás, se alejaron de la sala de máquinas con la sensación de haber sido arrollados por un mercancías, o haber echado un polvo con la Terremoto de Alcorcón: no sentían uno solo de sus músculos.
-Joder... esto de la vida sana le destroza a uno la salud- se quejaba Sandro.
Cualquiera hubiera atribuido el silencio de su compañero al punzante cansancio, pero Sandro, que conocía a los tíos como si no fuese de su propio género, supo clasificar la mirada perdida y taciturna de Silvio, y lo que se les venía encima a ambos:
-Está bien... hemos hecho de puta madre la primera etapa; pero ahora, te has enamorado, verdad...?

El Rapsoda de la ignorancia

Dejad paso al hombre

Sugerencia: mirad estas fotos escuchando Rammstein.



El Kappa de mal agüero

viernes, 27 de noviembre de 2009

Los Tele-Queens!!!

No hay palabras.



El Kappado

jueves, 26 de noviembre de 2009

I love you and you know it

Este es el mensaje que hoy he descubierto escrito en el techo polvoriento de mi coche. A juzgar de que está escrito sobre cagadas de pájaro debe llevar ahí días. Me gustaría saber cuantos, pero no hay tantas personas que sepan en qué coche voy. No caeré en la trampa.

Definitivamente debí haberlo llevado a limpiar hace días.


El asesino de trovadores

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Simple frase del día (en contestación a la anterior entrada)

"Si algo no te gusta, cámbialo"
(Anónimo)

Hay a quien sólo le queda la reencarnación.



El Kappa amnésico

Sobre el significado de tener experiencia

¿Qué es tener experiencia?

Tener experiencia significa aumentar tu desconfianza sobre el género humano para crear corazas y máscaras. Cuanto más desconfiado eres, menos te implicas, menos sufres, más distancia tomas, "vas con más cuidado". Mejor esperar a que "el otro" se sacrifique y cuando ya "el otro" me haya demostrado que vale me abro yo y me sacrifico yo. ¿Qué es el odio sino otra forma de quererse? No la mejor, desde luego, pero es una forma de amor propio. Tener experiencia puede implicar jugar con ventaja y, conociendo las reglas, aprovecharse de los novatos. Pobres de aquellos novatos que, demasiado tarde, se quejaron y se sintieron estafados, timados, porque nadie les explicó las reglas y perdieron tanto que acabaron destruidos, solos o completamente amargados.

La experiencia es el producto refinado, tratado y procesado del dolor ya sufrido y asimilado que endurece nuestra alma a base de daños y la vuelve afilada y punzante.

El hombre de alma punzante

¿Siguiendo la disciplina del cabrón?

Fórmula del día (y si no es así es la percepción general):

1. A mayor humildad, mayor duda, a mayor duda, mayor inseguridad, a mayor inseguridad, mayor inestabilidad, a mayor inestabilidad, mayor miedo, a mayor miedo, mayor infelicidad. Conclusión: Buenazo miserable.

2. A mayor arrogancia, mayor egoísmo, a mayor egoísmo, mayor autoestima, a mayor autoestima, mayor seguridad en uno mismo, a mayor seguridad en uno mismo, mayor valentía, a mayor valentía, mayor capacidad, a mayor capacidad, mayor realización, mayor felicidad. Conclusión: Cabrón triunfador.

Lo que todo el mundo te dirá: "Nunca te quedes en uno de los dos extremos y pudiendo tender a uno siempre al segundo, clarísimamente".


El Buenazo miserable hacia el Cabronazo triunfador

Declaración

Sentencia del Juzgado de Menores de Zamora de 12 de septiembre de 2009

     Aquel día fui a pescar. Y no pienso volver a hacerlo. ¿Por qué? Muy sencillo. Me levanté por la mañana, deseoso de que llegara el momento de encontrarme frente al río, con caña en mano, y con la temple tranquila, dispuesto a esperar a que la presa picara. Pero unos pérfidos pueriles truncaron mis planes. Cuando llegué a la orilla del río, sacando los bártulos propios de la pesca, unos macarras con pinta de idiotas se me acercaron. El jefe de ellos, pelirrojo, iba vestido con un ridículo sombrero de pirata, llevaba una espada de estas maluchas de los chinos en la cintura y en su hombro llevaba grapado el dibujo de un loro deforme. Supe que era un loro porque en la barriga del animal ponía "loro". Entonces, el muy malvado se me acercó y me dijo:
- ¿Qué haces, chaval?
- Pescar.
- Nos darás todo tu dinero ahora.
- ¿Por qué?
- Porque somos piratas, ¿que no lo ves?
- Yo lo que veo es un grupo de pervertidos que de mayores serán carne de sauna gay.
     Esas fueron mis últimas palabras, pues me pegó un puñetazo en la boca y yo le di otro en la barriga. Los otros tres cabrones se sumaron y se liaron a guascas conmigo. Cuando me desperté, no tenía ni mi caña, ni mis anzuelos, ni mi dinero, ni mi ropa. Esos hijos de puta me dejaron desnudos en la intemperie.
     Regresé a casa como pude, bajo la atenta mirada de los que me cruzaba. Me vestí, metí unas cuantas piedras en mis bolsillos y fui a buscarlos. Los encontré en un descampado, rodeando una hoguera y riendo como subnormales. Me vieron y el pelirrojo me dijo:
- ¡Eh, ¿qué haces tú aquí?!
- Yo también quiero jugar.
- Vale, ¿a qué?
- Yo seré Peter Pan y tu serás el pirata.
- Está bien. ¡Venga!
     Me acerqué a él, metí la mano en el bolsillo, cogí una piedra afilada, y le di un golpe fuerte en toda la cabeza con la punta. El chaval cayó de lado y empezó a sangrar. Los otros tres se asustaron y empezaron a gritar. Yo solo recuerdo que machaqué y machaqué su cráneo con las puntiagudas piedras de mis bolsillos y que luego me fui a mi casa, satisfecho de haber borrado del mapa la cara de ese crío engreído.

El Kappa diabólico

El Destierro del Monstruo (recordando a Hildegan y Tapion)

Érase una vez un hombre que tenía un monstruo en su interior. Hasta aquí nada que no hayamos oído antes. Ese hombre era un ser bondadoso, demasiado bueno (solían decirle) y siempre se preocupaba mucho por todo y ayudaba en todo lo que podía. Lo injusto le resultaba insoportable hasta el punto que le guardaba rencor a todo aquel que desde su punto de vista se equivocase e hiciese las cosas mal: ahí estaba el alimento de su monstruo. Rencor pues llamó al monstruo.
Todo el mundo le quería y lo saludaba pero él no era feliz y siempre necesitaba más bondad, más justicia. Tal era su obsesión que no dormía por las noches y siempre estaba ausente, pensante, y taciturno. Era un infeliz cuyo único humor era el sarcasmo y la ironía, que no hacían gracia sino a él. Poco a poco el monstruo fue creciendo en su interior alimentado por la desconfianza y la terrible creencia de ser poco recompensado por sus semejantes por todos los servicios que les hacía. "Me deberían colmar de agradecimientos, las mujeres deberían amarme y todo el mundo quererme por lo que yo he hecho por esta gente". Y se dio cuenta que esa era la voz del monstruo, no la suya. "¡Calla maldito bicho! No lo hago por nadie, no tienen que agradecerme nada, sus sonrisas y felicidad son suficientes." Pero aunque le hubiese encantado creer que así era, en el fondo Rencor era más fuerte. Cuando a empezó a ser consciente de que le ganaba la partida, el hombre sospechó que podría llegar la tragedia en cualquier momento: "No puedo dejarle ganar"se dijo. Muchos meses pasaron teniendo lugar esa pugna interior en la que el hombre consiguió contener a esa bestia enorme y feroz. Las personas lo veían y le preguntaban con preocupación que le ocurría, viendo su dolor y consternación por la dificultad para gobernarse. "No os preocupéis" les decía "Se me pasará, no podéis ayudarme".  Y como ponía mucho empeño y tiempo en controlarse comenzó a descuidar a sus queridas gentes.
Un día nombraron a otro como miembro de honor del pueblo, alguien guapo y atractivo que conseguía a todas las mujeres y se llevaba todos los elogios que él siempre había deseado, aunque no podía ni comparársele en virtudes y en buenas acciones (o eso creía él). Rencor vomitó a Rabia, cagó a Envidia y sangró a Odio y entre los cuatro acabaron por poseerlo y el hombre hecho bestia feroz e indomable fue a la plaza del pueblo donde todos estaban allí reunidos y comenzó a despotricar cruelmente sobre las debilidades de aquel premiado y sobre cómo él se sentía abandonado y poco valorado (cuando no era cierto) y soltó trapos sucios sobre todos, sobre las personas que habían confiado en él y le habían explicado secretos y finalmente acabó por enviarlos al infierno a todos y cuando los monstruos se saciaron de hambre desaparecieron al menos por un tiempo y el hombre volvió en sí y se encerró en su casa, en su prisión. En ese momento, nació en él el hijo más poderoso y grande: Remordimiento. Y venía a destruirlo a él. El hombre no se atrevía a salir a la calle. Pero un día lo hizo por necesidad y las miradas de reproche y odio lo fueron persiguiendo. El hombre corrió y corrió asustado, aterrado, y las miradas lo desterraban. "¡Fuera!" le decían (o a lo mejor no, pero él así lo creía) y corrió y corrió y salió del pueblo y se perdió entre llantos chillando perdón, pero su terror chillaba más fuerte, y nadie lo oía.

Perdón, perdón, perdón, perdón...

¿Quién se acuerda ahora de todas las buenas acciones de ese hombre que un día fue tan bondadoso?

Nadie

Ese hombre

martes, 24 de noviembre de 2009

Y de la nada salió

     En esa espera de saber qué decir, qué escribir o qué narrar, se halla un hombre con mucha tecla, con ganas de explicar, con pluma en mano, nueva, reluciente como el Sol del ocaso. Delante suyo, un manojo de caros papeles venidos desde el rincón más lejano de lo que alguna vez fue Egipto. Nada le incomoda, todo está a su entera disposición: la distribución de los muebles; la orientación del escritorio; el escrupuloso orden de los objetos; la tinta negra esperando ser succionada; la pluma, afiladísima; el culo bien cómodo en una gran silla con reposa-espaldas. Todo es perfecto para que el que de más letras sepa comience a redactar. Pero algo no va bien. Algo no encaja en esta escena. El escritor no mueve su mano, no articula su muñeca, la pluma y el papel no se han unido en una desenfrenable catarsis para acabar haciendo el amor durante horas. No hay tinta en ese papel. ¿Qué ocurre? El escritor está paralizado. Observa con total atención ese pedazo de papel extraído de las más exóticas plantas. Quizá se sienta atraído por ese color claro que lo caracteriza, o quizá esté estudiando los filamentos que de los bordes sobresalen. Su cuerpo está rígido, está apretado. Es raro... ¿Qué le prohíbe escribir? Seguro que no sabe de qué escribir. Lo más seguro es que se hayan desvanecido sus ideas. Y no sólo ellas, sino las ganas de darles existencia. ¿Qué te ha pasado, pequeño y joven escritor? ¿Tienes miedo? ¿Ya? ¿Tan pronto? ¿Tienen miedo los ratones que, a sabiendas de que se exponen a ser devorados por lechuzas, salen a la luz de la luna en busca de un bocado para alimentar a sus crías? ¿Es que tiene miedo ese cirujano que, sabiendo que puede equivocarse en el proceso de implantación de un corazón nuevo, se rinde y deja que aquella persona muera? ¿Es que acaso tuviste miedo, joven escritor, cuando caíste por vez primera de tu bicicleta y volviste a subir para pedalear como un loco, sabiendo que podrías caer? No seas modesto, joven escritor, pues es sabido que de los miedos sólo se hace pánico y terror, y de éstos, la desesperación. Sube bien arriba, amigo, observa el mundo con aplomo, contempla lo que eres, y no dejes creer que lo que ves hoy, sea una realidad, pues de niños, los fantasmas eran las sábanas con las que nos tapábamos de los propios fantasmas.
     Y así, el escritor empezó a escribir, dejando, a quien quisiera, las letras que ahora vosotros acabáis de leer.

El Kappa

Voluntad de poder

"El valor es el mejor matador: el valor mata incluso la compasión. Pero la compasión es el abismo más profundo: cuando el hombre hunde su mirada en la vida, otro tanto la hunde en el sufrimiento.
Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues dice: "¿Esto era la vida?¡Bien! ¡Otra vez!" [...]
"¡Alto! ¡Enano!, dije. ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos- : ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! "Ése no podrías soportarlo"-
Entonces ocurrió algo que me dejó más ligero: ¡pues el enano saltó de mi hombro, el curioso!
[...]
"¿Para qué vivir? ¡Todo es vanidad! Vivir es trillar paja; vivir - es quemarse a sí mismo y, sin embargo, no calentarse."
Tales anticuados parloteos continúan siendo considerados como "sabiduría"; y por ser viejos y oler a rancio, por eso se les respeta más. También el moho otorga nobleza.-

Así habló Zaratustra

 ¡YO!- Ilumíname Zaratustra a iluminarme yo mismo.

Del Ser en Proyecto

Self-destruction: asesinato en habitación cerrada

" No hi ha res tan dolorós per a l'esperit humà com la calma mortal- plena d'apatia i certitud, i que priva l'ànima tant d'esperança com de por- que regna després que els esdeveniments s'han succeït amb rapidesa [...] La sang fluïa ràpidament per les meves venes, però la desesperació i el patiment m'afeixugaven el cor. La son fugia dels meus ulls i jo vagava com un esperit maligne, ja que havia comès danys horribles, impossibles de descriure, i -n'estava convençut- en cometria molts, molts altres. Tanmateix, el meu cor era ple de bondat, i d'amor per la virtut. Havia viscut amb intencions benevolents, i anhelant el moment de posar-les a la pràctica, i fer-me útil als meus semblants. Ara, tot s'havia malmès: per comptes de la serenitat de consciència que em permetria de mirar enrere, cap al passat, amb autosatisfacció, i treure'n la promesa de noves esperances, jo em sentia endut pel remordiment i pel sentiment de culpa, que em transportaven a un infern de patiments intensos que cap idioma no pot descriure.
    Aquest estat espiritual va fer malbé la meva salut, que s'havia recobrat totalment de la primera commoció patida. Evitava la cara dels homes, tot so de joia o de complaença m'era tortura. L'únic consol m'era la solitud, una solitud profunda, fosca, com de mort..."

Mary, W. Shelley. Frankenstein. Barcelona: La Magrana, 2004

"El odio es la cólera de los débiles" (Alphonse Daudet)
"Jamás el odio ha sido apaciguado por el odio, el odio se destruye con el amor". (José Martí)
"Cuídate de que nadie te odie con razón" (Publio Sirio)
"Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos" (François de la Rochefoucauld)
"No honres con tu odio a quien no puedas honrar con tu amor" (Napoleón Bonaparte)
"Muchas veces se arrepiente uno de haber hablado y pocas de haber callado" (Simone de Ceos)
"El que se arrepiente es como el que no ha pecado" (Mahoma)

Del Ser en Proyecto

lunes, 23 de noviembre de 2009

Epílogo del Caballero Macarra

Tras las últimas aventuras el Caballero Macarra había comenzado a sentirse más taciturno de lo habitual. La falta de resultados tras tantos esfuerzos, viajes y peripecias habían comenzado a desencantarlo mucho. Como cada noche, escribía cartas a su amada dama, composiciones de belleza soberbia y descarnada y le adjuntaba todo tipo de regalos (sortijas, collares de perlas, ropas de gala, copas de plata, cetros de reina, anillos de oro con rubíes engarzados y demás presentes lujosos, raros, bellos y con todo tipo de poderes extraordinarios que conseguía en sus viajes). No siempre recibía respuestas de agradecimiento y pocos momentos tenía el Caballero para ir a ver a su amada, quien solía corresponderle con sonrisas y palabras amables y cariñosas pero falsas desde su inalcanzable torreón al que nunca le permitía la entrada. El Caballero se engañaba creyendo que podía entrar pero en realidad no veía que él era demasiado grande para aquella puerta de entrada. Sin embargo, a menudo, el caballero acudía raudo al torreón para defenderlo de villanos y el Caballero siempre los vencía a todos, dejando su cuerpo exhausto y lleno de heridas, mientras, él no lo sabía, algunos de ellos entraban por la puerta trasera invitados a dedo por la dama.
   Cuando la batalla terminaba y sus enemigos yacían muertos y mutilados bajo sus pies en grandes charcos de sangre y él abatido y medio muerto contemplaba la desoladora escena, esperaba al menos la recompensa de la dama, unas curas, unos mimos, que nunca llegaban. Ella estaba ocupada con otros placeres. Una tarde tras muchos meses de incansables combates había acabado de derrotar a una docena de bandidos sarnosos tras recibir una furibunda estocada en el pecho que casi lo atravesó cuando la dama que contemplaba divertida la escena le dijo:
- Eres un caballero demasiado bueno, pero a pesar de tus grandes servicios nunca te llamé ni te pedí regalos. Fíjate, en esta torre no pueden entrar caballeros por más méritos que hagan, eso solo los engrandece y mi casa es pequeña.- y desapareció tras la ventana.
    El Caballero Macarra no entendió aquellas palabras, pero aquella vez el sufrimiento tras la batalla era demasiado grande y cayó al suelo derrotado, golpeado por una fuerza demasiado poderosa que su escudo no podía detener. Entonces tuvo un sueño en el que el dolor se apoderaba en forma de tenaza ardiente de su pecho, como una lanza que hirviendo lo perforaba muy poco a poco y quien empuñaba aquella arma era él mismo. Cuando el caballero despertó a la mañana siguiente sintió que no podía levantarse, ni moverse y tanto su cuerpo como su mente eran como un yunque enorme aplastado por el dolor de la larga batalla que había librado hasta aquel entonces en vano y por las crueles palabras de la noche anterior. Pensó que aquel era su fin, pero entonces apareció en su mente el recuerdo de sus dos camaradas y el yunque fue haciéndose más liviano. En aquel momento se apercibió de que en su mano derecha empuñaba su lanza roja de sangre de dos metros y como si se tratase de un bastón la levantó y la clavó sobre el suelo para alzarse, resquebrajando la tierra. Su mirada desprendía lágrimas de fuego mientras su cuerpo se erguía poco a poco animado por saber que aun había un enemigo por vencer: él mismo.
- Mi lanza se llama Odio.- se desperezó de su destrozada armadura y alzando el arma la expulsó con toda la fuerza de que fue capaz, dislocándose el hombro y desgarrando sus músculos en el ataque. La lanza impactó  y se hizo añicos contra la base del torreón que se sacudió de arriba a bajo tambaleándose peligrosamente. La dama apareció por la ventana asustada.- El Caballero Macarra ha muerto, no gozarás más de mis atenciones y aunque mis intervenciones han sido providenciales para construir el futuro que ahora tienes, me has despreciado. Ya he perdido demasiado tiempo aquí.
    Y aquel hombre solitario se dio la vuelta y adentrándose semimuerto y semidesnudo en el bosque con la mirada perdida, el cuerpo flaqueante y el corazón desorientado desapareció. Pasó dos días dando traspiés por los espesos matojos del bosque que le arañaban la piel, con los ojos entornados y murmurando "Caballero Imbècil", "Caballero Pringado", "Caballero Miserable", cuando se encontró en un claro en medio del corazón de las tinieblas a un profeta, bien vestido, piel morena, anteojos y mirada llena de determinación. El profeta curó sus heridas, le dio algunas bayas y sabrosas viandas bien sazonadas así lo vio y cuando aquel moribundo hubo saciado su sed y aplacado su sueño aun apestaba a fracaso y muerte. Tal cosa le dijo el profeta entonces:
- Has escogido el camino del Odio, que además ya conoces bien, y has permitido que él sea tu Señor por vez renovada.
- A Odio la lancé fuera de mi contra un maldito torreón que ni siquiera conseguí derruir.-consiguió articular el miserable con palabras malsanas.
- ¿Y entonces qué empuñas tan aferradamente en tu mano?
El miserable vio en ella su enorme lanza roja, más grande que nunca, que le encorvaba pesadamente hacia el suelo, como un lastre de peso indescriptible.
- Esa lanza tuya siempre volverá a ti por más veces que la lances sea hacia ti o hacia los demás. El proceso de destrucción irá en las dos direcciones. Si quieres librarte de ella vuelve a ese torreón y enfréntate a tu dolor, íntegralo, y con el tiempo desaparecerá. Te lo garantizo.
- He hecho mucho daño allí y me he despedido para no volver en mucho tiempo al menos. No puedo hacer eso que dices, por orgullo, por miedo, porque pueden recibirme con lanzas más grandes que ésta y el recuerdo de los sufrimientos allí padecidos son demasiado grandes. Aunque dejo atrás a seres muy queridos, ya conozco a Odio, aprenderé a convivir con él hasta domeñarlo, aunque hasta que lo consiga muchos otros sufran por su desenfreno...
- Caballero Fugitivo, Caballero hacia el Olvido, ¿quieres seguir siendo Caballero siendo tan cobarde?
- Si vuelvo a esas trincheras puedo morir de dolor y por muy digna que fuera mi derrota, reconozco que prefiero vivir. ¿Fui algún día Caballero? No, siendo tan cobarde ahora solo soy un Fugitivo que confía en su huida de este grotesco laberinto. ¿Quien sabe? No habiendo podido mantener ciertas promesas y habiendo abandonado el camino del valor he muerto como Caballero, pero sé que he de resucitar y cuando lo haga seré mucho más fuerte. Los que de verdad me son fieles me esperarán y yo sabré recompensarlos por su amor.
- Bueno suerte, amigo, la vas a necesitar.

Y el que un día se autodenominó sin mucho acierto como Caballero Macarra partió con esperanza hacia las sendas intrincadas, misteriosas y llenas de peligros de aquel bosque tan profundo, oscuro y laberíntico sin más pertrechos que unas ropas viejas que el profeta le prestó y un cuerpo y un alma maltratados y débiles que soñaban con un espíritu indomable. Pero en esos momentos solo arrastraba sin poderla soltar una enorme lanza cada día más grande que le iba restando fuerzas a medida que se apoderaba de él.

(el texto a partir de aquí está incompleto)

domingo, 22 de noviembre de 2009

La actualidad en dos patadas

Se cumplen 40 años de Barrio Sésamo, y hoy Epi y Blas nos podrían explicar las diferencias que existen entre "jubilar de cerca" y "jubilar de lejos" en TVE, la que fue su televisión en nuestro país. Jubilar de cerca es largar a la gente a los 52 años. Jubilar de lejos es hacerlo a los 84 o a los 90. Y es que RTVE estrena un presidente, Alberto Oliart, que tiene 81 años y estará en el cargo hasta los 84 (y, si lo hace bien, igual le prorrogan el contrato por seis años más). Y esta misma corporación que tanto dinero nos cuesta a los contribuyentes envió a su casa hace poco a mucha gente con sólo 52 años. Que Oliart tiene una mente muy lúcida a su edad, y es un tío competente? No lo ponemos en duda, pero es que entre todos los que jubilaron a los 52 no había nadie competente? El mismo Oliart ha reconocido que "no tiene ni idea de televisión". Bravo.
Pero Barrio Sésamo ya no está con nosotros. Y, si estuviera, sus personajes saldrían en las privadas: Epi y Blas serían los nuevos solicitados presentadores-pseudo-gays-modernillos que tanto gustan a las nuevas generaciones en programas como La Noria o Dónde estás Corazón; la rana Gustavo sería el nuevo ayudante tarado de el Hormiguero encargado de ridiculizar a supuestas estrellas americanas con burdos experimentos de patio de colegio; el Conde Drácula saldría en programas del corazón sorbiéndole a la gente, esta vez los sesos; y al Monstruo de las Galletas lo veríamos chutándose alguna droga de diseño en una cuneta de Callejeros.
Hoy no tenemos a Epi y a Blas para educarnos, pero tenemos a Bibiana Aído, que es mucho mejor, ni punto de comparación: la ministra de igualdad se acaba de marcar una campaña contra la prostitución que consiste, básicamente, en unos posavasos que se repartirán por 13.000 bares con un mensaje claro y contundente: "No a la explotación sexual". Va a ser una campaña absolutamente letal. Se espera que en las próximas semanas no quede ni una sola prostituta en ejercicio. O sea, los tíos van a ir al bar, y en cuanto vean el primer posavasos a través de la nube de alcohol van a pensar "Díos mío, qué estoy haciendo?!?" y van a dejar radicalmente de ir de putas. Es más, algunos incluso queden tan concienciados que dejen de beber, con lo cual los bares que han firmado el acuerdo se van a acordar largo tiempo de la campaña. Bravo.
Otra campaña educativa es la no impulsada pero si aprovada por Aído, desarrollada por la Junta de Extremadura para fomentar la masturbación entre los jóvenes. Cómo la llamarán, "el poder está en tus manos"? O sólo es por hacer el chiste con la comunidad autónoma y ponérsela a los chavales de allí "extrema" y "dura"? Y no es que estos adolescentes no se sepan masturbar, es que la campaña cuenta con la colaboración de una conocida tienda de objetos sexuales, es decir, va a ser como hacer un máster en pajas. También se espera que, en unas semanas, no se produzca ni un solo embarazo no deseado en Extremadura. Bravo.
Conociendo la claridad de raciocinio y capacidad de deducción de esta gente que dirige el país, no será de extrañar que en un par de meses se den a un arranque de creatividad y decidan fusionar estas dos sorprendentes y ultra-efectivas campañas en una sola, poniendo por ejemplo en los posavasos: "No te folles a las putas: mejor cáscatela pensando en ellas"; y de esta manera matarían dos pájaros de un tiro.
Aunque fuentes fidedignas cercanas a las altas cúpulas nos han informado que los tres millones de euros destinados a este tipo de campañas en los próximos años mejor los quemarán directamente en una gran hoguera, así se ahorran el trabajo de llevar a cabo semejantes estupideces y de ser el hazmerreír en los periódicos y medios en general.
Por lo demás, la ministra de sanidad Trinidad Jiménez, se sigue "lavando las manos" (lo pilláis..?) en lo que se refiere a la Gripe A, enfermedad que no está siendo para tanto. Ahora, Trini trata de convencer a los médicos para que se vacunen, al objeto de que no contagien a los pacientes; gran casualidad que sea precisamente este colectivo el más reacio a ponerse dicha vacuna. Por qué será...? Los médicos le van a responder a la ministra que, mejor, se masturban.
Bravo.

El Rapsoda de la ignorancia

sábado, 21 de noviembre de 2009

Y la amistad nació de compartir

-Ese tío es gilipollas...
-Qué? Quién?
-Ése; el que acaba de pasar- le dijo Sandro a su amigo.
-Por qué?- preguntaba desinteresadamente Silvio.
-Mira a tu alrededor: estamos en una terraza rodeados de tías en todas las mesas...
-Es verdad.
-...y el gilipollas éste cuando ha pasado con la bici ni se ha fijado en ellas; le interesaba más picarse conmigo mirándome a los ojos. Eso es de gilipollas.
-Sí... supongo que sí.
-Tío, qué te pasa? Sí o no?
-Que sí, joder, que es de gilipollas- pero Silvio no miraba a su colega, tenía una cierta pose de preocupación, tan antinatural en él, que inquietaba a Sandro.
Después de un momento de silencio en el que los dos simularon interesarse por los transeúntes que desfilaban ante sus mokka chino y batido de frutas del bosque con aroma a arándanos del valle-Inclán, Sandro rompió la quietud:
-Al final, con aquella tía...
-No. Nada de nada. Nahh...
-Nooo jodas, tío! Pero si...
-Ya, ya lo sé joder; pero nada, al final nada.
-Joder, colega, me sabe mal.
-Nah, déjalo.
A Sandro no se le ocurrió nada inteligente que decir en aquel momento, así que antes de soltar una tontería o, peor, un cliché, se quedó callado, inaugurando el segundo capítulo de los silencios incómodos de aquella tarde. Pero éste duró menos, ya que finalmente Silvio reventó:
-Es que joder, tío: no hay derecho! Las tías son todas una ingenuas, hostia. No se dan cuenta, no se quieren dar cuenta- hablaba atropelladamente, captando la atención de Sandro-, un mes hablando con ella hasta las tantas de la noche por internet, un mes! Que si "eres un tío que me comprende", que si "tú eres diferente a los demás, que si "todos los tíos deberían ser como tú"... Y una mierda! Para que anoche me diga que una vez ya le pasó lo mismo con otro chaval en el chat "no, es que hablábamos cada noche hasta tarde, pero el tío se pensó algo más... ja, ja, pobrecillo! Te imaginas?"... Pero será... será calientapollas, la tía! Joder, no hay derecho.
-Va tío, tampoco...- intentaba calmarlo su amigo.
-No, no. Es que son imbéciles, en serio, ciegas. Ciegas! No se quieren dar cuenta que los tíos somos todos, TODOS unos lobos, buitres, tiburones, hienas o cualquier otro depredador peligroso que se te ocurra al acecho, a la espera del momento idóneo para atacar a la presa. No existe la amistad entre hombres y mujeres, no existen las ayudas desinteresadas o los buenos samaritanos: no! Cuando un tío ayuda a una tía, está por una tía, ya puede tener novia, estar casado, ser gay o no tener rabo, se la quiere follar, da igual!: se la quiere follar. Y eso siempre está ahí, SIEMPRE. Deberían saberlo, joder. Pues no, siguen empeñadas en que somos unos tíos maravillosos. Ah, a la mierda...!
Ante tal apuesta de sinceridad, Sandro no tuvo por más que quedarse callado de nuevo aunque, de no ser porque en aquel preciso momento Silvio SÍ se lo podría haber tomado como una evidente declaración gay, le habría dado un abrazo enorme por toda la razón que había en sus palabras.
-Totalmente de acuerdo, tío... Tío! Silvio, qué te pasa?- Sandro se había detenido al ver brillar los ojos verdes como esmeraldas de su colega, a punto de echar a llorar.
Silvio no contestó.
-Eh, eh, eh. Eh, tío, no te lo tomes así, va... Eh, no pasa nada, va joder. No te preocupes. Mira, sólo es una tía más y...- trataba de consolarlo.
-Que no es eso, joder- Silvio enterró su cara entre las manos y se dio finalmente al llanto como una presa libera el caudal.
-No? Va tío, no te pongas así- Sandro acercó su silla a la de su amigo e intentó enjugarle las lágrimas con servilletas de papel de la mesa, tarea totalmente inabarcable, dada la potencial inutilidad de dichas servilletas para secar absolutamente nada-. Entonces qué es?
-Joder...- se explicaba Silvio entre sollozos, aceptando las servilletas, que ya se amontaban en su regazo-. Es que, mira. Mira a tu alrededor- Sandro así lo hizo pero no distinguió nada extraordinario-. No, no digo ahora... Bueno, ahora también. Pero digo a tu alrededor: en el mundo- siguió explicando ante la mirada cada vez más desconcertada de su colega-. Mujeres. Mujeres por todos lados. Mujeres del país, mujeres asíaticas, sudamericanas, hindúes, europeas, australianas y americanas. Incluso mujeres esquimales. Mujeres por todos lados. Mujeres en la fila para comprar el pan, esperando el autobús, dando clase, amigas de mi madre, haciendo la ESO, empresarias y sacando al perro. Mujeres por todas partes. Y me gustan todas!
Narraba a Sandro sus pensamientos como la pérdida de un ser querido. Ésa era su desgracia.
-Me gustan todas, tío. Les quiero hacer el amor a todas. Me gustaría poder ir por la calle, cruzarme con una y decirle "Ei, vayamos a hacer el amor". Por qué no? Si yo me he portado de puta madre con ellas: nunca le he dicho que no a ninguna. Debería ser así. Debería ser así... Por qué si no? Para qué existen las mujeres, por qué estan ahí, por qué son tan bellas?!? No lo entiendo tío...- rompió a llorar de nuevo.
Al fin Sandro comprendía; y se daba cuenta de la gran magnitud de las palabras de su colega.
-Yo tampoco, tío, yo tampoco...
Desde aquel momento, Sandro supo que Silvio y él serían amigos para siempre.

El Rapsoda de la ignorancia

lunes, 9 de noviembre de 2009

Capítulo VI: Premonición

Ambos compañeros se quedaron inmóviles al escuchar esas palabras de boca de su amigo. En ese momento nada tenía más importancia que aquello. Los gritos de los heridos, los moribundos ensangrentados y otros mutilados, el fuego que prendía del tejado de las casas, el ruido de pasos de centenares de personas en movilización… Daba igual. Las palabras de su amigo causaron en ellos un efecto paralizador. Los tres se miraron en ese momento con recelo y desconfianza. ¿En qué diablos estaba derivando esa amistad caballeresca? ¿Qué rumbo tomaban las pesquisas del trío de varones? ¿Dónde estaban las damas a enamorar? ¿Dónde el oro y el lujo? ¿Dónde la simpática aventura? Sólo había sitio para el peligro; para la muerte.
La tensión se apoderó de sus cuerpos y mentes hasta que, con un interés como de aquel que pregunta recién despertado del sueño, el caballero de la parsimonia interrogó:
- ¿Se puede saber desde cuándo y por qué tienes tú un fragmento de Lágrima Demoníaca?
- Es una larga historia. ¡Pero enserio, amigos, no podemos perder ni un solo minuto! ¡Esos Bersekers se dirigen a Rödion! ¡Y a partir de ahí…!
- ¡Cállate, bastardo! ¡Nos has puesto en peligro! ¡Y a toda Villa Encantada! – Gritó el caballero del fácil enfado. – ¡Por culpa de tu osadía y tu encandilada vida han muerto decenas de personas! – Increpó mientras señalaba con su índice a los desesperados.
- ¡Lo sé! ¡Soy consciente! ¡Y déjame en paz, maldito cascarrabias! ¡Quédate aquí, si así lo deseas! ¡Yo parto hacia Rödion, no permitiré que el mal regrese a esta tierra renacida! ¡Parto ahora mismo! – El caballero macarra se abrió paso entre sus colegas con paso firme y decidido hacia su corcel Isacuus.
- ¡No tan rápido! – Exclamó una voz femenina.
Era la Reina de Oriente. Avanzaba a través de una turba de soldados que se espabilaban por auxiliar a los heridos y a llevarse los fallecidos. Éstos eran recogidos y liados con unas telas de color negro bordadas por un dragón blanco, de barba y largos bigotes rojos, que ondulaba por su filo.
La Reina se paró ante los tres luchadores y los miró a cada uno muy detenidamente. Sus ojos eran finamente rasgados hacia arriba, azules y su mirada, penetrante. Ellos no dijeron una sola palabra. De repente, del cuerpo de la soberana salió una aureola de color azul eléctrico que empezó a inundar el terreno donde todos se encontraban. Aldeanos, soldados y demás se giraron hacia esa potente luz cegadora. Los tres hidalgos podían notar cómo la majestuosa dama les leía la vida por medio de los ojos; cómo sabía lo que ellos pensaban; cómo ellos se rendían ante tal espectáculo de perfección. La misma Reina de Oriente, aquella de la que tanto hubieron escuchado y de la que muchos héroes se hubieron prendado, les miraba fijamente como niño que contempla a un titiritero con los ojos como platos. Finalmente, la reina detuvo esa extraña magia y los tres compañeros se derrumbaron en el suelo, agotados por tal intrusión a sus corazones.

* * *

El cielo era rosa. Podía tocar las nubes esponjosas y de color azul con la mano. Era como ser parte de la infinidad del todo. Las nubes pasaban a gran velocidad por su cara, lo acariciaban como si fuese lo más preciado del Universo. Se sentía el dios de todos los dioses. Se sentía único, poderoso, valiente y muy decidido. Volaba por encima de cualquier cosa. El suelo, esa mazmorra sucia repleta de cobardes cadáveres estaba muy lejos de él, muy por debajo, a muchísimos pies de distancia. El caballero tranquilo se sentía vivo. Renacido. Alzó los brazos e hizo un largo grito de pura alegría. De golpe oyó un chillido mucho más fuerte que le sorprendió. Y de sus lados vio aletear inmensas alas de pluma blanca. Se dio cuenta que estaba encima de una gran y majestuosa Atenícia, una lechuza gigante de pico dorado. Calmó sus nervios; estaba en buena compañía.
La lechuza tenía unos 12 metros de envergadura, y sobrevolaba elegante los cielos de Garanis, con sus sierras repletas de bosques llenos de vida, de amplios ríos y grandes puentes de madera de triple arco. El ocaso tintaba todo de un radiante color y las plumas del animal, con los rayos del Sol, dejaban en el cielo una estela de oro difícil de ignorar. La inmensa Atenícia pasó por entre los arcos de uno de los puentes, haciendo zig-zag. El hombre impasible disfrutaba con las piruetas de su amiga. Se sentía seguro, como si una llama se hubiese encendido en su corazón y le hiciese amar cada segundo de su existencia.
Pero el viento cambió, y unas ráfagas muy fuertes y frías provenientes del norte hicieron aferrar al caballero a su esplendorosa montura.
- ¡Te has equivocado de camino! ¡Vuelve enseguida! – Gritaba el tranquilo a su compañera rapaz, intentando ser oído en medio del ruidoso viento. Oyó que el ave le chilló, pero éste no llegó a entender del todo lo que decía. - ¡Vuelve, da media vuelta!
Era inútil. La lechuza seguía a gran velocidad, en parte porque la ventisca la alejaba más y más, y en parte porque estaba aterrorizada. Ninguno de los dos se dio cuenta del camino que estaban tomando. La Atenícia luchaba contra la potencia de los aires, hasta que se rindió y empezó a dar vueltas por el cielo, en medio de esa turbulenta corriente que se la llevaba. El impasible, por su parte, dejó la calma a un lado y abrazó con todas sus fuerzas el lomo de la lechuza. Después de dar varias vueltas de campana sobre sí, la lechuza pudo reponerse y recuperar el equilibrio. El viento amainó, pero el lugar era distinto, sombrío. Muy lejos estaba la hoguera que todo lo cura. El caballero se sintió congojado y ordenó a su cabalgadura descender y tomar tierra. La lechuza así lo hizo.
Era una tierra baldía, inhóspita y fría. Las rocas eran oscuras, y el único atisbo de vida que se podía ver era un conjunto de arbustos secos, cuyas hojas habían caído hace ya mucho tiempo. Desmontó por un costado del descomunal ser y posó sus pies en el helado suelo. Acarició la frente del pájaro y éste cerró sus ojos en señal de cariño recibido. Pero por la lejanía, persona y animal oyeron unos gritos de angustia e ira. Unos chillidos, golpes de espadas y destrucción. El hombre se espabiló en volver a subir al dorso de la nocturna ave y le indicó que se dirigiera hacia la reyerta.
Desde el cielo, el caballero observó que tropas con estandartes de Rödion atacaban un recinto amurallado donde caballeros de Los Cuatro Reinos unían fuerzas para retener la masa de enemigos que intentaban penetrar por los muros. Cornetas, fuego, inmensas máquinas de destrucción, abominables seres de otras tierras y sangre se mezclaban para los ojos del piloto. De repente, el humano, gracias a su excelente visión, distinguió a sus dos compañeros de batalla peleando en lo alto de las torretas junto a otros varones y en contra de esqueléticas formas armadas de espadas, flechas, hachas y un sinfín de hojas asesinas. Ordenó a la Atenícia una vertiginosa caída hasta que llegó donde los dos caballeros defendían el bien de la vida. La lechuza abrió sus alas muy cerca de la estructura e hizo caer a numerosos enemigos que trepaban como sabandijas por los adoquines de las murallas. Saltó de lo alto del ave y se reunió con sus amigos.
- ¡Caballeros belicosos, ¿estáis bien?! ¡¿Qué ha pasado?! – Preguntó con excitación.
Los dos le miraron, pero no le dijeron nada. Se apresuraban a rebanar extremidades monstruosas. Sangre negra salpicaba sus caras, y el recién llegado de los cielos volvió a preguntar:
- ¡Señores, decidme dónde puedo encontrar una espada y os ayudaré!
La actitud ignorante de los dos espadachines continuaba. Le oían, pero no le hablaban. De repente, ambos se giraron, y con sus izquierdas alzaron los arcos que pendían de sus cinturas y súbitamente cogieron una sagita de la espada; marcaron y soltaron. La flechas pasaron tan cerca de la cara del caballero tranquilo que el veloz viento de su paso tallaron uno de los rizos que peinaban su testa. Éste miró atrás y vio cómo un descomunal simio decrépito con cornamenta de toro se quedó inmóvil, con un hacha alzada en su brazo derecho a punto de hacer impactar y con las dos flechas atravesando su cráneo. Su boca escupió sangre negra en la cara del desarmado luchador mientras caía muerto hacia atrás. El jinete se quedó anonadado. Algo ocurría que no era normal. Pero el chillido de su lechuza le despertó de su blanco mental, se giró y vio como su amiga sucumbía ante un grupo de monstruos que trepaban sobre su cuerpo, clavando sus afiladas garras y armas oxidadas. El bello animal, herido, cayó a gran velocidad hacia el alejado suelo, acompañado por sus verdugos. El caballero cerró los ojos. Sólo oyó un poderoso golpe por encima de la tormenta de gritos. Todo se volvió negro…


La oscuridad se desvanecía. La luz de los primeros rayos de Sol entraba por unos cristales policromados y el canto de unos pájaros se hacía más fuerte. El caballero del cabello rizado fue el primero en despertarse. Se dio cuenta que su herido cuerpo reposaba sobre una gran y gruesa cama propia de un marqués. Se sentía en la gloria, cubierto por una de las más suaves sábanas que jamás había tenido el placer de abrazar. El edredón era de color borgoña, con un dibujo de una señora con faz de gata blanca. Daba un calor tan placentero que el mejor fuego de invierno quedaba como una simple llama agonizante. Siguió mirando y echó un vistazo hacia arriba, donde descubrió una inmensa habitación que olía a lluvia, el perfume de las Adas. Ramas en tirabuzón se alzaban desde el suelo de la sala y sus hojas, lilas, camuflaban el límite de la pared: era como estar acostado en pleno bosque virgen. Entre esas hojas de color silvestre, se abrían flores de color naranja con lunares negros. Los estambres acababan en un rojo muy bonito, donde se reflejaba la luz que entraba desde el ventanal, y sus gineceos era tan carnosos que cualquiera los hubiese confundido por el manjar más solicitado del mundo.
Un pájaro pequeño, de color marrón, se acercó al caballero portando un pequeño trozo de paja. Revoloteó unos segundos mirando al recién despertado y subió enérgicamente hacia el enramado que cubría la gran habitación bajo la atenta mirada del muchacho. No obstante, ese increíble instante de unión con la naturaleza fue interrumpido por el sonoro fanfarreo de su compañero barbudo, que no paraba de moverse y que estaba a punto de caer del glorioso lecho. El de calmada actitud lo miró, pero enseguida volvió a alzar la mirada para contemplar el maravilloso paisaje que los rodeaba. “¿Quién demonios ha hecho esto?”, se preguntaba. “¿Existe algo en la Inmensidad lo suficientemente importante como para no amparar lo que a mí se extiende?”. Volvió otra mirada a su amigo; la caída no fue dura, pero suficiente como para despertarlo.
- ¿¡Qué maldito conjuro se ha apoderado de mí!? – Vociferó el caballero desde el suelo.
- ¿Cómo es posible que recién desvelado, la ira ya te haya alcanzado? Relájate y contempla lo que te rodea, amigo. Estás en medio de la paz. – Le dijo su amigo con voz muy tranquila mientras se incorporaba en la cama.
El irascible noble calló, se sentó en el pavimento y se dignó a mirar. Muy pocas veces había visto nada semejante. Inspiró profundamente y soltó el aire con mucha lentitud. Lo repitió otra segunda vez y dijo:
- Es perfume de Ada… - Dijo con calmado asombro. – Hacía tiempo que no tenía el gusto de olisquear tan delicado aroma… - Miró hacia el ventanal. – Impasible, ¿ya es de día? ¿Cuánto tiempo hemos estado en cama?
- Lo único que recuerdo es el azul, que nos miraba… - Dijo entre reflexión el caballero de la cama.
El hidalgo barbudo se levantó de golpe, pues la puerta de la sala estaba siendo abierta, y por su umbral cruzaba, seguido de una sirvienta, su amigo enamoradizo, que llevaba nuevas ropas: pantalones de lana marrón de Borotto -un tipo de bisonte bichepado-, una camisa verde, unas botas blancas que se ataban a tiras debajo de las rodillas y un picudo gorro marrón de tres cantos.
- Amigos, celebro que estéis ya despiertos. – Dijo con tono alegre mientras se acercaba a las alcobas.
- Macarra, ¿dónde has estado? ¿Cuánto tiempo hemos dormido? ¿No habrás tenido la osadía de ir a Rödion? – Preguntó con tranquilidad el caballero irascible.
- Irascible, qué divertidas son para mí tus figuraciones. ¿Cómo voy yo a ir a esas tierras de muerte sólo? No permitiría que mis amigos se perdieran tal periplo. Habéis dormido toda la noche.
- ¿Nos dices qué pasó ayer? ¿Por qué hemos despertado entre estas lujosas sábanas? - Preguntó entusiasmado el caballero tranquilo, que aún seguía incorporado en cama.
- No me compete contaros lo que anoche sucedió. Sólo os pido que os vistáis con máxima diligencia y bajéis al salón central de este caserío. La Reina ha organizado una reunión con todos los habitantes de Villa Encantada, y sólo faltáis vosotros.

El Kappa

domingo, 8 de noviembre de 2009

Un Cuento de mierda

Hay algunas personas que consideran especial el hecho que sucedió, y en consecuencia, que yo soy especial. Soy especial porque me encontré un bebé en una basura. Como es un hecho no ordinario, pues a quien le ocurre lo consideran especial.
Lo vi ahí, tirado, indefenso, cubierto por montones de mierda de los vecinos, y no pude por más que acordarme de mis propios hijos cuando eran bebés, y en un arranque de ternura y sentimentalismo, lo cogí y lo llevé a casa.
Una vez allí lo lavé lo mejor que pude y le puse un trapo de cocina a modo de pañal. Luego, me quedé mirándolo largo rato, pensando qué hacer con él. Hacía mucho que no había bebés como aquel por casa, y me sentía incluso inquieto, un poco raro.
Finalmente, un poco temeroso de que algún vecino me hubiera visto hurgando con él entre los contenedores, decidí que se lo daría a mi hija, como un regalo de Navidad, porque para ella tener un bebé es como un objetivo vital, una obsesión con todas las letras, y está profundamente afectada porque no los puede tener, ley natural.
Su mirada cuando lo contempló al fondo de la caja que le apañé al bebé me transmitió instantáneamente que era, sin duda, la chica más feliz del mundo, y me sentí enormemente complacido.
Pero de unas semanas para acá empiezo a pensar que me equivoqué al entregárselo, habiendo tantas otras personas responsables en las que podría haber recaído el crío, no siendo mi hija la candidata ideal: hace tiempo que anda bastante despreocupada respecto a él, no le interesa su estado en absoluto, ni lo limpia regularmente; incluso me ha parecido ver últimamente que utiliza su despoblada cabeza para jugar con el perro. Pero en fin, ella sabrá lo que se hace, ahora es suyo. Igual tendría que haberlo dejado tirado en la basura.
Por supuesto, el bebé es made in Taiwan y mi hija tiene siete años.

El Rapsoda de la ignorancia