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miércoles, 25 de noviembre de 2009

El Destierro del Monstruo (recordando a Hildegan y Tapion)

Érase una vez un hombre que tenía un monstruo en su interior. Hasta aquí nada que no hayamos oído antes. Ese hombre era un ser bondadoso, demasiado bueno (solían decirle) y siempre se preocupaba mucho por todo y ayudaba en todo lo que podía. Lo injusto le resultaba insoportable hasta el punto que le guardaba rencor a todo aquel que desde su punto de vista se equivocase e hiciese las cosas mal: ahí estaba el alimento de su monstruo. Rencor pues llamó al monstruo.
Todo el mundo le quería y lo saludaba pero él no era feliz y siempre necesitaba más bondad, más justicia. Tal era su obsesión que no dormía por las noches y siempre estaba ausente, pensante, y taciturno. Era un infeliz cuyo único humor era el sarcasmo y la ironía, que no hacían gracia sino a él. Poco a poco el monstruo fue creciendo en su interior alimentado por la desconfianza y la terrible creencia de ser poco recompensado por sus semejantes por todos los servicios que les hacía. "Me deberían colmar de agradecimientos, las mujeres deberían amarme y todo el mundo quererme por lo que yo he hecho por esta gente". Y se dio cuenta que esa era la voz del monstruo, no la suya. "¡Calla maldito bicho! No lo hago por nadie, no tienen que agradecerme nada, sus sonrisas y felicidad son suficientes." Pero aunque le hubiese encantado creer que así era, en el fondo Rencor era más fuerte. Cuando a empezó a ser consciente de que le ganaba la partida, el hombre sospechó que podría llegar la tragedia en cualquier momento: "No puedo dejarle ganar"se dijo. Muchos meses pasaron teniendo lugar esa pugna interior en la que el hombre consiguió contener a esa bestia enorme y feroz. Las personas lo veían y le preguntaban con preocupación que le ocurría, viendo su dolor y consternación por la dificultad para gobernarse. "No os preocupéis" les decía "Se me pasará, no podéis ayudarme".  Y como ponía mucho empeño y tiempo en controlarse comenzó a descuidar a sus queridas gentes.
Un día nombraron a otro como miembro de honor del pueblo, alguien guapo y atractivo que conseguía a todas las mujeres y se llevaba todos los elogios que él siempre había deseado, aunque no podía ni comparársele en virtudes y en buenas acciones (o eso creía él). Rencor vomitó a Rabia, cagó a Envidia y sangró a Odio y entre los cuatro acabaron por poseerlo y el hombre hecho bestia feroz e indomable fue a la plaza del pueblo donde todos estaban allí reunidos y comenzó a despotricar cruelmente sobre las debilidades de aquel premiado y sobre cómo él se sentía abandonado y poco valorado (cuando no era cierto) y soltó trapos sucios sobre todos, sobre las personas que habían confiado en él y le habían explicado secretos y finalmente acabó por enviarlos al infierno a todos y cuando los monstruos se saciaron de hambre desaparecieron al menos por un tiempo y el hombre volvió en sí y se encerró en su casa, en su prisión. En ese momento, nació en él el hijo más poderoso y grande: Remordimiento. Y venía a destruirlo a él. El hombre no se atrevía a salir a la calle. Pero un día lo hizo por necesidad y las miradas de reproche y odio lo fueron persiguiendo. El hombre corrió y corrió asustado, aterrado, y las miradas lo desterraban. "¡Fuera!" le decían (o a lo mejor no, pero él así lo creía) y corrió y corrió y salió del pueblo y se perdió entre llantos chillando perdón, pero su terror chillaba más fuerte, y nadie lo oía.

Perdón, perdón, perdón, perdón...

¿Quién se acuerda ahora de todas las buenas acciones de ese hombre que un día fue tan bondadoso?

Nadie

Ese hombre

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